Autocrítica y paciencia

Autocrítica a pesar de todo, porque es imprescindible. Autocrítica entendida como capacidad de reconocer los defectos propios, y voluntad para, enfrentándose a ellos, tratar de poner los medios para que no se repitan.


Porque sobre el mundo de la caza planean como sombras suficiente número de problemas de sobra conocidos —todos muy a tener en consideración porque la caza, como actividad multidimensional, arraigada y controvertida, se juega mucho en ello— y lo que menos necesita, desde hace algún tiempo, en este momento y de aquí en adelante, es que sean cazadores quienes echen más leña al fuego. Conviene no olvidar que para esa parte de la sociedad que vive al margen de la realidad cinegética, la caza consiste en buscar y encontrar algún tipo de satisfacción en dar muerte a un animal, algo que, por más asépticamente que se quiera presentar, no deja de requerir de un cierto esfuerzo para poder comprenderlo por parte de quienes, insistimos, viven en otro ámbito, normalmente alejado de lo rural y casi siempre de lo natural. Esas sombras a las que nos hemos referidos son conocidas y reconocidas como problemas serios a los que hay que buscar remedio, con trabajo y también con paciencia y capacidad de diálogo. Hace no mucho los resumió el presidente de la Real Federación Española de Caza, Andrés Gutiérrez, en un encuentro informal con la prensa cinegética que propició la propia Federación en sus instalaciones de Castillejo de Robledo: accidentes en carretera provocados por especies venatorias, daños que los animales considerados cinegéticos provocan en los cultivos, el borrador del Reglamento de Armas… Cualquiera de ellos es una grave amenaza a los intereses de los cazadores, y todos juntos podrían poner a la actividad cinegética en una situación francamente delicada. Nos consta que se está trabajando, y mucho, para buscar soluciones, y para hacer ver a los encargados de tomar decisiones en estas materias que la caza no es negativa, ni gratuita, ni cruel, que no se opone a la vida sino todo lo contrario, que es una excelente herramienta de gestión del medio natural; y que el cazador es persona responsable, económicamente activa y perfectamente consciente de su tácito o expreso compromiso con la conservación del entorno natural. Ese es el camino: dar a conocer las bondades de la caza y los cazadores y poderlas demostrar. Lo que no facilita nada las cosas es leer en los medios de comunicación con más frecuencia de la deseable que un cazador hiere o mata a otro porque se le escapó un tiro o porque lo confundió con un jabalí, que se siembran cebos envenenados para combatir a los predadores, que hay redes de furtivos que trapichean con determinadas especies o que hay gente que caza sin respeto a cupos o fechas o métodos. La acción de unos pocos hace mucho daño a muchos. Toca ser exigentes con los cofrades, dialogantes con los que no lo son, y toca ser pacientes con los militantes de la anticaza. Pacientes y firmes. En la última edición de la Copa de España de Caza del Zorro celebrada en tierras gallegas apenas hubo incidentes, a pesar del incordio de algunos autodenominados ecologistas que acudieron a la llamada al boicot que hacen cada año. Apenas algún rifirrafe y el empellón de un cazador a un cámara, que fue a lo único que pudieron agarrarse para demostrar la brutalidad de los cazadores. Esto es lo que decía de ellos una de las activistas: «al vernos se ponen superviolentos… Nosotros no hacemos nada para provocarles, nuestro objetivo es sabotear la caza para reclamar que sea abolida…». ¿Paciencia? ¡Y mucha! Pero no lograron su objetivo, que era provocar incidentes para poder pasear por las televisiones y las portadas de los diarios a alguno de ellos sangrando por la nariz.
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