Espera en la tercera fase

Un caluroso día en Alicante nos pusimos de acuerdo cuatro amigos cazadores para realizar una espera a los cochinos en cierto paraje cercano a Torremanzanas y, después de una breve siesta, nos dirigimos hacia el punto en cuestión donde ya sabíamos que algunos machos y piaras tenían tomadas un par de charcas.


Como éramos cuatro y solo dos los puestos nos colocamos por parejas, acordando en cada una quién podría disparar y estableciendo cambios de turno a cada hora. El puesto que compartía con Paco estaba en una pendiente a unos cuatro metros sobre el nivel de la charca y a ocho o diez metros de ella. La entrada debía ser al nivel de la charca por nuestra derecha o descendiendo por el frente a juzgar por las huellas que teníamos vistas. El otro puesto quedaba a nuestra izquierda a unos 300m y también dando vista a otra charca. La tarde fue cayendo a la vez que subía la intensidad de los sonidos del monte y se incorporaban nuevos a medida que se acrecentaba la oscuridad, rota solo por la iluminación lunar que estaba en avanzado creciente. Hasta los insectos formaban parte de esa sinfonía de sonidos nocturnos, si bien la más desagradable. Por la derecha y gracias a los reflejos de la Luna veíamos la línea marina del horizonte solamente interrumpida por la cumbre de un cerro y, como quiera que el aeropuerto de Alicante tiene buena densidad de tráfico, podíamos ver las luces de los aviones que salían, que se ocultaban detrás de la cumbre, y que volvían a aparecer conservando la dirección y el ángulo ascendente. La noche era espléndida, hacía un fresco soportable gracias a las prendas de abrigo que tuvimos que ponernos, y todo presagiaba que al menos uno de los puestos podría disparar. En la oscuridad, las luces de cada avión que pasaba hacían que nos fijásemos en él. Aparecía la luz, desaparecía detrás del cerro, y volvía a aparecer hasta perderse en la lejanía. Pero hubo una luz que desapareció detrás del cerro y que no surgió como las demás. Todo el monte se hizo silencio. Un silencio que daña los sentidos y no como el de las culebras o las ranas cuando se acerca algún animal, pues ese nunca es un silencio absoluto como sucedió en esta ocasión. Al instante nos llegó desde la lejanía el sonido de unos golpes enormes y rítmicos, como si algo muy pesado golpease fuertemente el suelo a intervalos regulares de aproximadamente un segundo envueltos en una especie de zumbido en tono grave. Ese golpeteo duró unos pocos minutos durante los que no apareció ninguna luz en el cielo, pero cuando terminó, una luz surgió de detrás del cerro y siguió su camino como lo hicieron las anteriores que habíamos visto, solo que esa luz no había llegado a menos que se tratase de aquella que vimos desaparecer previamente y que pensamos que había cambiado de rumbo hacia Ibiza y por eso nos la tapaba el obstáculo natural. Inmediatamente el monte recuperó todos sus sonidos en similar sinfonía a la que sonaba antes de estos hechos narrados. Momentos después, dos linternas que se aproximaban nos hicieron salir del puesto para reunirnos con los amigos que habían abandonado el suyo, y el saludo fue la pregunta que nos hicieron «¿Habéis oído esos golpes y el silencio del monte?». Marchamos hacia el coche y durante todo el regreso estuvimos dándole vueltas a lo sucedido. La otra pareja no podía observar las luces de los aviones, así que todavía se sorprendieron más cuando les contamos la coincidencia de la desaparición de la luz con el comienzo de los sonidos, y del final de estos con la nueva aparición de la luz. ¿Qué sucedió en realidad?
Comparte este artículo

Publicidad