Un gran Presidente, Insuperable Padre

Respiro profundamente y empiezo a ordenar mis pensamientos. La mañana del 2 de diciembre de 2009 cambiaría mi vida para siempre. Estaba en clase con mis alumnos cuando recibí la llamada de la Federación. Pepi, la secretaria de mi padre, me comunicaba que Carlos había tenido un accidente con el coche, me tranquilizó diciéndome que se encontraba bien y que estaba en urgencias del Hospital Comarcal de Antequera.


El camino desde Marbella hasta Antequera se me hizo interminable. Cuando llegué pude entrar a verlo. Me sonrió y lo abracé. «Papá, ¿pero qué ha pasado? No me des estos sustos más». «No consigo acordarme bien Maqui —me dijo aturdido—, coge mis cosas del coche y no olvides un documento que estuve leyendo anoche sobre las modificaciones del Reglamento de Caza». Cuando los médicos decidieron su traslado a Málaga, mi padre me dio la medalla que siempre llevaba con él y su anillo de bodas. Le comenté que me lo quedaba prestado y que se lo devolvería en cuanto se pusiera bien. Me colgué al cuello cadena, medalla y anillo. Entonces, no imaginaría la de veces que besaría y apretaría con mis manos tan preciados tesoros. Cuando lo subieron a la planta, entré en la habitación, volvió a sonreírme y volví a abrazarle. «Yo estoy bien, tú te vas el sábado a rodar el documental», me dijo autoritario. Tenía organizado un viaje al desierto del Sáhara donde iba a rodar un proyecto documental que había salido adelante después de mucho esfuerzo. Mi padre estaba tan orgulloso que sufría al pensar que no me iba a ir por culpa de su accidente. Le dije que mi equipo sabía perfectamente lo que tenía que hacer, que estuviera tranquilo y que yo quería quedarme a su lado. Los días que pasé junto a mi padre en la habitación del hospital y en los que su estado de salud parecía mejorar, no dejaba de preguntarme por el día a día del rodaje y, sobre todo, por la Federación. El médico ordenó reposo absoluto y le escondí el móvil. De nada sirvió porque siempre lo encontraba y en más de una ocasión lo sorprendí llamando a Archidona. Le preocupaba enormemente unos presupuestos que la Junta de Andalucía debía aprobar para el Instituto Andaluz de la Caza y una reunión que había prevista con el Viceconsejero de Medio Ambiente. Lo pasó mal cuando José Mª Mancheño y Enrique Quintana le comentaron que habían decidido suspender la comida de Navidad. Le dijimos que se había pospuesto para más adelante, para cuando estuviera bien. Se calmó. La última noche que pasó en la habitación antes de su ingreso en la UCI, mi padre estaba muy mal. No se me olvidarán jamás las eternas horas que pasé junto a él la madrugada del 12 de diciembre. En estado de semiinconsciencia, Carlos Astorga intentaba solucionar los problemas del mundo de la caza. En su delirio citó a muchos amigos y discutió con muchos políticos, habló de las zonas de caza controlada, del Reglamento, de la Orden General de Vedas… toda la noche trabajando para los cazadores. Y en la noche del 12 de diciembre… la penumbra. La gran mayoría de los recuerdos que tengo de mi infancia y adolescencia relacionados con mi padre están vinculados con la caza. Los amigos que tenía cuando se empezaba a gestar la Federación Andaluza de Caza los mantuvo hasta el final y otros muchos que vendrían después. En mi memoria quedarán almacenadas imborrables imágenes que perdurarán para siempre en mi corazón. En todas ellas, mi padre trabajando por la caza. La primera sede de la Federación en la calle Carrera, aquellas escaleras, las habitaciones, las máquinas de escribir, los ventanales al patio misterioso. Carlos dividía su tiempo entre la tienda de tejidos que tenía y el trabajo federativo. Yo, por aquellos tiempos, no entendía nada, todo era una novedad y me encantaba jugar por aquellas dependencias extrañas. Con más nitidez recuerdo el comienzo de las obras en la que hoy es la actual sede de la Federación Andaluza de Caza. En aquella inmensa habitación descuajeringada, mi padre me contaba orgulloso que se construiría un precioso Salón de Actos. Y así fue, de los cimientos de un antiguo colegio, se alzó el emblemático edificio con su sala de juntas, los despachos, la sala de oficinas, el almacén, los cuartos de baño, el despacho presidencial y el salón de actos. Y en su fachada, un gran escudo de la Federación Andaluza de Caza que brillaba con luz propia. No olvido tampoco los mágicos veranos que Andrés Gutiérrez Lara, Virtu y sus hijos Rafa, David y Sergio pasaron con nosotros. Las noches resolviendo los crímenes en aquella vieja abadía en blanco y negro, las comidas de mi madre, las risas, las charlas, el pajarito de Pedro Trueba. Y, sobre todo, quedarán imborrables dentro de mí las innumerables visitas que hice junto a mi padre a los terrenos donde hoy día se levanta el Centro de Actividades Cinegéticas de la Federación Andaluza de Caza. Su mirada tranquila se aceleraba de emoción cuando explicaba a propios y extraños la disposición del complejo. Parece que lo escuchara: «Aquí irá el salón comedor, aquí la piscina, aquí la cafetería…». Y empezaron las obras, y salió agua y todo comenzó a tener forma. Empecé joven colaborando con la Federación Andaluza de Caza, siempre con la creencia de que todas las cosas que se hacían debían darse a conocer entre los cazadores y ante la opinión pública. Bajo el mandato de Andrés Gutiérrez y siendo mi padre Secretario General de la FAC, combinaba el final de mi segunda licenciatura en la Facultad de Ciencias de la Información con la redacción de noticias federativas que me encargada de remitir a todos los medios de información generalistas y especializados y, sobre todo, a la revista Tiro y Caza del amigo Antonio Sola (DEP) con quien la FAC había firmado un convenio de colaboración en el que nos reservaba algunas páginas de su medio. Terminé mis estudios de periodismo y comunicación audiovisual y anduve por algunas televisiones locales, pero nunca me desvinculé de la Federación. Hicimos los vídeos de la Escuela de Caza, el institucional de la FAC y otros muchos trabajos que tuvieron su cénit —al menos para mí— con la publicación del primer número de la revista Caza Deportiva, otro sueño de mi padre que vio cumplido en junio de 2001. He vivido la Federación desde que tengo uso de razón, criticada muchas veces por ser «hija de», siempre he llevado con orgullo mi apellido. En julio de 2004 aprobé mis oposiciones de profesora con el número uno de Andalucía y mi padre no cabía de satisfacción. Lo celebramos en familia y le dije que seguiría colaborando con la Federación hasta que ya no me necesitaran. El día de la inauguración de la primera edición de los campamentos de verano para los niños y niñas de los cazadores federados me acerqué en mi coche para hacer unas fotografías. Iba sola, aparqué y empecé a ver y oír el alboroto de los pequeños con sus maletas para arriba y para abajo. Lloré de felicidad y orgullo por lo que mi padre había conseguido. En mi casa siempre ha primado el amor, el respeto y la comunicación. Ver a mis padres juntos, ser cómplice de ellos, espiar sus besos y abrazos, sus cruces de miradas era para mí entrar en la felicidad eterna. Más de cinco veces diarias era raro que no habláramos por teléfono. Una de las últimas veces que me llamó eran casi las once de la noche. Me dijo: «Maqui, estoy dándole vueltas al disco duro… ¿qué cosas podemos hacer para la Federación?» «Así de pronto papá, no sé…» Le sugerí algunas ideas que le gustaron y quedamos en perfilarlas. Qué emoción tan grande pudimos sentir mi madre y yo al llegar al tanatorio municipal de Archidona la madrugada del 21 de enero cuando ni el frío traicionero del pueblo ni las altas horas de la noche impidieron a nuestros amigos estar allí esperándonos. Verlos a todos fue realmente emotivo. Cuando su féretro entró en el Salón de Actos de la Federación Andaluza de Caza acompañado de sus amigos y familiares, de su pueblo de Archidona y de las más de cincuenta coronas que enviaron desde todos los puntos de España, sonó un ensordecedor aplauso y yo, sólo pude gritar, «ERES UN CAMPEÓN». Le di las gracias por todo lo que me ha dado y enseñado y le dije que lo iba a echar mucho de menos porque ha sido el mejor padre que he podido tener. Afortunada Macarena. En el último camino que hicimos juntos hacia el cementerio, apreté con fuerza la bandera de la Federación Andaluza de Caza que minutos antes cubría su ataúd porque sabía que había sido parte importante de su vida. Después la volví a dejar en el féretro para que perdurara en la eternidad junto a él y para que nos diera fuerzas a todos los que nos quedamos aquí a seguir hacia delante con sus proyectos. No quiero terminar el escrito más difícil de mi vida sin dar las gracias en el nombre de mi madre Mª Victoria y en el mío propio a todos los verdaderos e innumerables amigos que han estado a nuestro lado en los meses tan duros que hemos vivido. Sus llamadas de teléfonos, mails, visitas eran para nosotras un alivio y un dolor al mismo tiempo, sobre todo, el no poder contarles que estaba mejorando. Gracias Carlos por todo lo que me has dado, me siento orgullosa de haber estado junto a ti todos estos años. Tu medalla y tu anillo se quedan conmigo. Siempre recordaré tus ojitos de color de miel. Nunca te olvidaré papá. Macarena Astorga
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