Mobbing cinegético

Hace ya unos cuantos días leía, escuchaba y veía en los medios de comunicación de mi comunidad —Catalunya— la noticia de ‘mobbing al mundo rural’. Resulta muy chocante y dantesco ver lo que, a través de todos los sectores sociales y políticos de la ciudad, estamos haciendo en el medio natural y rural desde hace ya más de 20 años.


Imagínense la postal bucólica de un prado verde con unas vacas y caballos pastando en el Pirineo. La sensación es de paz y tranquilidad en plena naturaleza. Pues bien, nos compramos una casita a escasos metros del establo donde habitan y luego nos molestan las moscas, el olor a estiércol o el sonido de sus cencerros. Al poco pedimos al ayuntamiento, el mismo que concedió licencia para construir esos pareados con tejado de pizarra tan bonito, que desaloje al pobre ganadero que lleva toda su vida en el pueblo. ¡Pero ojo!, al de los caballos le pedimos que ponga cinta aislante en los cencerros porque nos molestan cuando suenan en sus desplazamientos, ignorando que es la señal con que reconoce el ganadero por dónde andan sus animales. Sigo. El pueblo es tranquilo y saludable —al menos hasta que lo invadan los urbanitas—, pero tiene un defecto: las campanas de la iglesia molestan tanto que le pedimos al alcalde que convenza al señor cura para que las haga callar por lo menos durante la noche. Ignoramos una vez más que para muchos vecinos es el reloj con el que madrugan para ir a las tareas del campo. Aún hay más. Compramos una casa y nuestro vecino, que es labrador, guarda el tractor en los bajos de su casa. Claro, nosotros vamos de fin de semana y le pedimos que no madrugue tanto, que con los ruidos de su vehículo —herramienta de trabajo habitual— nos despierta, ignorando una vez más que el agricultor autónomo no sabe de horarios ni de festivos, ya que el campo pide horas y horas de laboreo para producir. Luego, esos nuevos vecinos neorurales que invaden los caminos con quads, que rompen las noches de tranquilidad y las charlas a pie de acera de los vecinos oriundos con sus motos, son los mismos que al ver a los cazadores regresar de una jornada de caza con un jabalí o unas perdices se atreven a llamarlos «trogloditas», «matarifes» y todos los despectivos que ustedes saben de sobra. Pero el mobbing, que está en todos los ámbitos sociales, también se da en las consejerías de Medio Ambiente. La competencia de la caza está traspasada a las autonomías y, curiosamente, cada provincia actúa a su alegre albedrío en temas cinegéticos, según el color del gobierno o la tendencia partidista del director del departamento con competencias en materia de caza y pesca. Hay casos clarísimos de persecución a directores, jefes de servicio, juristas o administrativos si estos son cazadores o afines a la caza. Tanto se les hace la vida imposible que tienen que emigrar a otros departamentos, incluso siendo funcionarios. Amigos lectores, cada vez estoy más convencido de que tenemos al enemigo administrando nuestra actividad. Es una percepción particular mía y que vengo observando por toda la geografía española. Señores, no estamos en buenas manos.
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