Canción de otoño

Soy de vísperas. Mi día preferido de la semana es el viernes; el peor… el domingo por la tarde. Por eso, cuando en agosto los días son más cortos, la brisa matutina, a veces, refresca el ambiente, aunque luego la canícula vuelva a imponerse, y la luz alcanza un color más difuminado, como pastel… a uno le llegan sensaciones otoñales.


De lluvia tras el cristal, de hojas que dejan de serlo, de olor a tierra mojada, de mangas largas y rebecas, de playas vacías y colegios llenos… Se imagina uno a los críos, un poco más tarde, recitando aquel recuerdo infantil y añejo del maestro Antonio Machado:
Y todo un coro infantil va cantando la lección: ‘mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón’. Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de la lluvia en los cristales.
Pero no es invierno aún, ni siquiera otoño, oficialmente dos tercios de septiembre son verano. A nada que el cambio climático lo permita, habrá sus tormentas, cuando no lluvia de la buena, de la de verdad. Señal inequívoca de que se acerca el equinoccio, ese que iguala al día y a la noche y que revoluciona el comportamiento animal; no en vano el fotoperíodo —horas de luz a las que está sometido un organismo— es el mejor parámetro que los animales pueden comparar de un año a otro. Codornices y tórtolas comunes ya están más que organizadas y, escalonadamente, vuelven a sus predios africanos. Las palomas torcaces al revés, dejan el norte para invadir el sur europeo. Y resulta… que es entonces cuando les llega la primavera a las ciervas, se ponen guapas, algunas hasta provocativas, y los venados que no se pueden reprimir se lanzan a llenar el campo de bramidos. Dicen que berrean cuando se les moja el lomo. Más que nada es que están por las ciervas, y saben, o, mejor dicho, intuyen, que el secreto de perpetuar la especie está en aprovechar esos días, que si no vienen nublados y con agua, pueden ser muy pocos. Y ahora, esos venados enormes, que parecía que no existían, toman el mando en la plaza. Muchas veces les bastará con bramar o simplemente con pegar una carrera para preservar a su harén de los intrusos. Se trata de que los mejor dotados y fuertes sean los que transmitan sus genes. Sólo un acercamiento entre iguales provocará la espectacular y cruenta lucha. Las ciervas están guapas pero no son tontas, y permanecen alerta, que, a lo peor, algún cazador con su .300 les quiere quitar a su dieciocho puntas. Con la llegada de octubre los ánimos se van calmando. Incluso los venados más chicos empujan a los grandes a su retiro invernal, y buscan alguna postrera oportunidad. Canción de otoño.
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