La tan manida gestión (y 2)

Estoy seguro que más de alguno de los que gentil y condescendientemente hayan leído mi blog titulado “La tan manida gestión (I)”, habrán deducido de mis palabras que pienso que el cazador es el único y último responsable de los daños que puedan causar las especies cinegéticas en cualquiera de sus facetas, ya sea en carreteras, cultivos, plantaciones forestales, etc.


La verdad es que no era eso lo que quería transmitir. Simplemente quería dejar claro que los cazadores tenemos una parte importante de la responsabilidad, y que debemos actuar en consecuencia, pero esto no quiere decir que la tengamos toda y menos hasta sus últimas consecuencias. Para empezar, con relación a los accidentes de tráfico por irrupción de animales en la calzada, la carga no habría de ser totalmente nuestra. Las carreteras, autovías, vías férreas, canales y cualquier otra de las infraestructuras que interrumpen la continuidad del medio natural, no las hemos colocado los cazadores, sino que se han colocado por toda la sociedad y en interés de todos sin excepción, ya que aún en el caso de que no seamos propietarios de un vehículo con el que hacer uso de estas infraestructuras, o de una parcela de riego con la que aprovechar esta canalización de agua, todos somos indirectamente usuarios de las mismas. Posiblemente no tengamos vehículo, pero el autobús que nos lleva y nos trae sí utiliza esa vía, así como el que nos provee de alimentos o el que nos repara la lavadora. Estas construcciones fraccionan el medio de forma artificial, lo compartimentan en contra de lo natural, con lo que lo normal es que los animales tiendan a comunicarse entre un lado y otro, pero esto estorba al ser humano en general, no a una clase en particular. Otro caso que se suele presentar son los daños a la agricultura y realmente este es un punto que no alcanzo a comprender. Casi todos los animales de caza basan su sustento en el consumo de materia vegetal que luego convierten en materia animal. Si no existiese esa materia vegetal, no habría animales de ningún tipo, pero tampoco de interés cinegético. Luego quien nos arrienda el coto basa la transacción en que parte de la materia vegetal va a pasar a convertirse en materia animal, precisamente de esas especies de interés cinegético, justo aquellas por las que nos cobra. Por ello, no acabo de entender como lo que ocurre es que nos cobran por la materia vegetal consumida y por la materia vegetal transformada, es decir dos veces el mismo concepto, con su consecuente valor añadido según sea antes o después de la transformación. Con la actual estructura de los cotos una gran mayoría de ellos son titulados por los ayuntamientos y de ahí viene el problema. Los ayuntamientos por lo general no son propietarios de todos los terrenos que constituyen los cotos, por lo que existe una proporción variable de tierras que son de particulares y son cultivadas por personas ajenas al ayuntamiento. Con esta estructura los que realmente producen la materia vegetal, no suelen percibir nada por su contribución al mantenimiento de las poblaciones cinegéticas, viendo como es de sus cultivos de donde se obtiene el alimento sin recibir nada a cambio, por lo que normalmente denuncian al que aprovecha la caza como responsable, cuando en realidad sería al ayuntamiento al que deberían dirigir sus reclamaciones, ya que realmente es el que percibe el monto económico que se deriva del aprovechamiento, y eso debería generar una obligación asociada. La fauna cinegética no es de interés exclusivo de los cazadores, ya que toda la sociedad se aprovecha de ella, la disfruta y tiene interés en mantenerla, y para eso no hay más que preguntárselo al primero que veamos. Cualquier persona de cualquier parte del mundo tiene interés en que la fauna de España se desarrolle en condiciones óptimas, de la misma manera que a cualquier español le interesa que la fauna de la selva tropical, por poner un ejemplo, evolucione sin contratiempos. Cada vez es más el empuje que adquiere el interés por lo natural llevado no sólo a un concepto abstracto, sino poniéndolo en el plano más cercano a cada uno de nosotros. El turismo de naturaleza está adquiriendo una pujanza inusual, y esto no es más que una faceta de la situación. Por lo tanto y partiendo de lo anterior no alcanzo a entender que cuando exista un conflicto con un ejemplar, o ejemplares, de fauna cinegética, automáticamente se nos vuelvan todos los ojos hacia nosotros, y sólo hacia nosotros. ¿Por qué nadie mira al excursionista que ha estado disfrutando de la berrea, o al que ha estado fotografiando perdices desde un hide, o el que acaba de volver de Doñana? Creo que esto son suficientes muestras de interés coincidente con el nuestro, como para compartir el problema, pero insisto llegando aún más lejos; aunque el interesado nunca haya visto una perdíz o un venado, seguro que muestra interés en que no les ocurra nada. Por último, el aprovechamiento cinegético es una actividad fuertemente intervenida administrativamente, y acarrea una serie de gastos inusuales en cualquier otra actividad que disfrute de la fauna y la naturaleza. Licencias, seguros, planes técnicos, tasas, matriculas y demás rejones económicos y administrativos que se nos propinan sin piedad, están totalmente ausentes en cualquiera de las otras actividades que disfrutan la naturaleza y la fauna salvaje. No digamos nada de la cantidad de trabas y reglamentaciones intervencionistas que nos cohíben, coartan y dirigen, hasta reducir nuestras posibilidades a algo insospechado para el resto de los que gozan de la naturaleza. A un fotógrafo no se le limita el número de imágenes que puede obtener, ni al paseante el número de tardes que puede acudir a un paraje de interés natural. ¿Por qué el fotógrafo o el turista pueden llevar a cabo su actividad sin pagar nada y sin restricción alguna? ¿De verdad somos los únicos responsables?
Comparte este artículo

Publicidad