¿Proposición indecente?

Tras asistir al I Congreso de Caza de Acuáticas celebrado en la Escuela de Montes de Madrid y escuchar algunas de sus sensatas reivindicaciones, no pude evitar reflexionar sobre nuestro nulo poder de convocatoria y mediático y en definitiva sobre qué tendríamos que hacer los cazadores para ser escuchados o, por lo menos, que se atenúe la lapidación que padecemos ante el suceso más nimio.


Sé que este congreso se hizo deprisa y corriendo, sin apenas presupuesto y en dos días laborables. También reconozco que España no es precisamente un país de pateros, pero los hay. Y me consta que los responsables de este congreso llamaron a mucha gente y organismos varios, incluidas las comunidades autónomas. Pues bien, poca gente acudió a la Escuela de Montes, y ninguna autonomía, salvo Madrid. Me reconfortó, no obstante, que muchos asistentes sabían de lo que hablaban. Y me alegró especialmente que, aparte de reivindicar asuntos propiamente cinegéticos, muchas propuestas fuesen claramente conservacionistas: denunciaron las agresiones que sufren los humedales y reclamaron poder gestionar zonas acuáticas degradadas y, una vez recuperadas, cazarlas adecuadamente. Y ejemplos de que esto es posible los tenemos en el Taray, en otras lagunas manchegas y en otros cotos de acuáticas. Pero el problema es el de siempre: no sabemos comunicarlo, no sabemos darlo a conocer a la sociedad urbana y a los medios de comunicación, que son el gran jurado de nuestro tiempo, quien dicta sentencia. Y además estamos condenados de antemano. Reflexionando e intentando llegar a las raíces de nuestro eterno problema, al margen de esa ambiciosa —y cara— campaña de imagen que deberíamos hacer, me vino una idea que hasta ahora no se me había ocurrido. Nadie pone en duda la fuerza y el predicamento que tiene hoy en día cualquier asociación en defensa de la naturaleza. Cualquier noticia o propuesta que emana de estas asociaciones ya es aceptada con generosidad y simpatía tanto por los medios de comunicación como por la sociedad en general. De igual modo, si la información procede del mundo de la caza, la actitud es bien distinta y no hace falta que la explique. Pues bien, ¿por qué no intentamos explicarnos a través de algunas de estas asociaciones con las que aún podemos compartir muchos principios y reivindicaciones? ¿Por qué no nos asociamos en gran número a estas asociaciones? Si esto ocurriera, estoy seguro que en poco tiempo se atenuaría esa visceralidad creciente contra la caza. Y también, posiblemente, estos nuevos socios cazadores apaciguarían la animadversión hacia estos ecologistas por parte del mundo de la caza. La contaminación sería mutua y recíproca y en definitiva beneficiosa para la conservación de la naturaleza, que es lo que de verdad nos importa a tantos cazadores y conservacionistas, aunque luego discutamos los matices. Lo cierto es que no estoy proponiendo ninguna revolución, sino más bien una vuelta a los orígenes. Quiero recordar que la Sociedad Española de Ornitología (SEO) la fundó hace más de 50 años un grupo de personas formado por cazadores conservacionistas y conservacionistas que respetaban la caza bien entendida.
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