Golpe certero a los furtivos

La Operación Almanzor llevada a cabo por el Seprona de Ávila contra las endémicas mafias furtivas de Gredos confirma, una vez más, que el Seprona ha declarado la guerra al furtivismo profesionalizado y está dispuesto a mantenerlo a raya.


Además, esta última operación también introduce un matiz nuevo muy negativo para estos delincuentes: la mayoría de los detenidos son clientes, gente normal y corriente cuya reputación puede quedar, públicamente, manchada. Además, aparte de la multa —que es lo de menos—, quedarán con antecedentes penales y sin permiso de armas durante un tiempo. Ya no les va a compensar pagar un poco menos por un trofeo. El mejor argumento que utilizan los furtivos profesionales para convencer a sus clientes es la garantía absoluta —o casi— de que jamás les pillarán con las manos en la masa; que en todo caso será él, en caso de apuro, quién dé la cara, entre otras razones porque, una vez perdida la vergüenza y siendo insolvente, poco le va a pasar. Con las leyes actuales, le compensa mucho más la rentabilidad que los posibles riesgos. Sin embargo las cosas pueden empezar a cambiar, como ha demostrado la Operación Almanzor. El Seprona está empezando a combatir el furtivismo profesionalizado con los mismos instrumentos que utiliza en la lucha contra la droga: escuchas telefónicas, seguimientos, registros domiciliarios y otros procedimientos que no trascienden pero de idéntica eficacia. Y con estas armas es muy difícil que se escapen los clientes, los que en última instancia mantienen negocio. Hace muchos años hice un reportaje sobre el furtivismo en Gredos. Hablé con el entonces director técnico de la Reserva, con guardas, con la Guardia Civil e incluso con un furtivo-cliente. Todos sabían quiénes eran, con nombres y apellidos, los cabecillas del furtivismo en Gredos, cómo actuaban, las zonas más calientes… pero servía para poco. Para que una denuncia prosperara casi había que pillar al furtivo o al cliente apretando el gatillo del rifle, y eso, en tantas miles de hectáreas, era prácticamente imposible. Y si había mucha suerte y un juez terminaba condenando al furtivo profesional, como generalmente era insolvente y la condena no tenía prisión, antes y después de la sentencia seguía con el negocio con total impunidad, desesperando a unos celadores que habían trabajado y sufrido lo indecible para detenerlo. Parecía que la única manera de parar los pies a estos individuos, dada su forma de actuar, era infiltrar a algún agente, como hacen las policías medioambientales de otros países. Pero aquí en España, por varios motivos, nunca fue posible. Pero ya no importa. El empleo de sofisticadas tecnologías de seguimiento y vigilancia por parte del Seprona, su interés manifiesto en acabar con estas mafias furtivas, un mayor endurecimiento de las penas y las detenciones de los clientes, van a poner las cosas muy difíciles a estos delincuentes en el futuro.
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