Crónicas Corceras: continuamos con los fascinantes corzos polacos

Arrancábamos un nuevo día con la emoción de haber logrado un magnífico corzo la jornada anterior, como relaté en mi artículo ‘Crónicas corceras’, predecesor de este.


Ya en las primeras horas de la mañana notamos que el celo estaba más intenso que días atrás. Con la luces dando color y formas al campo, empezamos a disfrutar de carreras de corzos y corzas, y algunas peleas entre machos jóvenes, que delataba el movimiento de los animales. Habíamos cambiado de zona y nos adentrábamos en unas ondulaciones continuas con mucha tierra agrícola.  

Entre maizales y en una zona donde acababan de recoger el trigo, avistamos con los prismáticos a un corzo muy encelado detrás de la hembra.  Carrera arriba y carrera abajo intentaba hacerse con sus favores. Marcin y Antonio sacaron el telescopio Zeiss y pronto acordaron que valía la pena ir tras él. Planeamos la estrategia y decidimos intentarlo. En esta ocasión la entrada no fue difícil porque estaba bien prendado de su dama, en una zona muy abierta y en constante movimiento.

Aprovechamos la linde del maíz para avanzar entre las galerías del cultivo y así situarnos enfrente de ellos, justo en la zona central del sembrado. Al asomarnos lo encontramos quieto y olisqueando a su enamorada, lo que aproveché para ponerme en posición rápidamente. Fue todo rápido e intuitivo.

Puse el v6 a 12 aumentos y me aseguré que la cruz estaba estable en su paletilla. Apreté suavemente el gatillo y la bala le alcanzó limpiamente, dejándolo inerte en el mismo sitio. ¡Otro buen corzo, con unas puntas bastante largas y un precioso perlado! La acción había sido un éxito y ya tenía mi segundo corzo polaco.

Nada más acercarnos a él pudimos valorar su bonito trofeo, con una cuerna muy simétrica, perlada y con las puntas muy largas. ¡Me encantó!

Tras la ceremonia del abate y las fotos dimos por finalizada la mañana, pues el calor empezaba a picar. Aprovechamos el resto de la jornada matutina en visitar las instalaciones del club de caza que era titular del coto en donde estábamos.

En Polonia, por regla general, las cuadrillas se forman en torno a un club de caza que conforma el termino de varios pueblos. Disponen habitualmente de una casa a modo de sede, en donde hacen sus reuniones, juntas de preparación de las cacerías y por supuesto donde celebran el éxito de sus jornadas venatorias. Las instalaciones estaban en un perfecto estado de conservación, con una limpieza exquisita y contaban con una gran cámara frigorífica para conservar las canales de las piezas. De las paredes pendían varios trofeos de la zona, generalmente encontrados, aunque algunos de importante trofeo habían sido donados por los cazadores más veteranos.

En este país, como en casi todos los centroeuropeos, la valoración de la carne de caza prima frente al trofeo. Por ello el abate de un simple jabalí supone para ellos un logro del grupo, que festejan con una buena comilona regada con los orujos típicos de la zona. Unos brebajes de alta graduación alcohólica, pero con sabores exquisitos y diversos, todos obtenidos gracias a la cantidad de frutos que se encuentran en la zona, como moras, ciruelas, manzanas, etc.

La casa, situada en un prominente alto, tenía unas vistas preciosas del entorno, y se divisaban varios pueblecitos, de donde sobresalían unos vetustos campanarios. En su amplio jardín, había instalado un cenador de madera, junto a una serie de largos bancos y dos robustas mesas, del mismo material, que habían fabricado los cazadores del club. En medio, una gran parrilla enladrillada y un horno de barro presidian la estancia. Sin duda un grupo muy organizado y trabajador, que en época de veda se ponían manos a la obra para adecentar tanto el coto como las instalaciones de su sede. Todo un ejemplo de colaboración y trabajo en equipo por y para la caza.

Para sorpresa nuestra, al rato de llegar a la sede, aparecieron unos cuantos integrantes más, cargados con un sin fin de viandas para preparar una barbacoa con productos elaborados con carne de caza, como no podía ser de otra manera. Salchichas de varios tipos, costillas en adobo, morcillas y filetes, realizados con carne de corzo y jabalí fueron los platos principales, a lo que había que sumar un exquisito paté de liebre. Una delicatesen que nunca había probado y que estaba delicioso, como el resto de alimentos.

La cortesía y amabilidad de todos los integrantes nos hizo sentirnos como uno más del coto. Así da gusto viajar.

La pequeña fiesta se prolongó en torno a unos cafés y una distendida charla de su forma de cazar y gestionar el área, y casi sin darnos cuenta, volvimos al coche para comenzar la jornada vespertina.

Con dos buenos corzos en la mochila, todos íbamos muy relajados, y desechamos algunos corzos de bonito porte pero con futuro. Eso sí, el que no dejamos escapar fue al zorro que divisamos en la linde de dos tierras. Cauto, al advertir nuestra presencia, se agazapó en el lindazo, pero ya habíamos detectado su presencia.

Nos quitamos de su vista para acercarnos por su derecha, y cuando estaba en posición Radek hizo sonar un ingenioso reclamo en forma de fuelle, que imitaba el sonido de peligro que emite un faisán, ave abundante en este coto. Tras esperar un par de minutos, el zorro atraído por la curiosidad y tal vez por el hambre, comenzó a cruzar lentamente el baldío. Una acción que le costó la vida gracias al disparo preciso del .270 Win.

La sucesión de los tres lances certeros efectuados, disipó las dudas del primer día con el fallo del corzo. Tal vez orgullosa de estos bonitos abates, le propuse a Radek y Marcin volver a la mañana siguiente a la zona donde fallé el corzo, por si me daba una segunda oportunidad. Ambos sonrieron, junto a Antonio, y aceptaron de muy buena gana repetir por el mismo sitio por si dábamos con él. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero quería quitarme la espinita que tenía clavada.

El desenlace de esta aventura os lo contaré en mi próxima entrega de esta serie de Crónicas corceras.

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