Crónicas Corceras: un viaje fascinante por Polonia

Siempre que planeo un viaje con mi pareja, intentamos combinar cultura y caza. Una forma interesante de conocer el mundo con el rifle al hombro, en donde empaparnos de las tradiciones y costumbres de otros lugares.


Esta vez el destino elegido era fuera de nuestras fronteras, Polonia. Un país con mucha historia y dos interesantes ciudades que visitar Varsovia y Cracovia. Sabía por familiares y amigos, y sobre todo por Antonio, quien ya había visitado el país en cinco ocasiones anteriores, que era un destino asiduo para los corceros empedernidos.

Elegimos las fechas estivales por coincidir nuestras vacaciones y aprovechar la época de celo para disfrutar de unas jornadas de rececho por aquellas tierras. Con este fin, en los primeros días de agosto, y tras coordinar el viaje con nuestros amigos polacos Alexsandra, Gosia, Janek y Radek, tomamos vuelo a la capital, Varsovia.

Radek sería nuestro orgánico

Sería la primera vez que visitaba Polonia y estaba entusiasmada con el viaje. Quería sumergirme en su cultura y tradiciones. Sobretodo degustar los productos típicos de la tierra y por supuesto traerme algún corzo de recuerdo.

Un corto vuelo de tres horas y aterrizamos en la capital. Allí nos estaba esperando Radek para llevarnos a la zona de caza, situada a mitad de camino entre las dos principales ciudades polacas, Varsovia y Cracovia.

Ya en el trayecto por carretera empezamos a conocer cuales serían los planes para los próximos días. Cientos de preguntas se agolpaban en mi cabeza, y Radek, un gran cazador y experimentado orgánico, me iba contestando pausada y sabiamente con su gracioso español con acento centroeuropeo. Y es que Radek lleva trabajando por y para los cazadores más de 20 años. Su padre fue el fundador de Green Oak (Roble Verde), una de las empresas cinegéticas pioneras en Polonia. Ahora Radek, tras unos años inmerso en otros proyectos, ha tomado las riendas de la gerencia de Green Oak, ofreciendo cualquier modalidad de caza en este país, con una garantía y calidad forjada en su dilatada y exitosa experiencia.

El instructivo viaje se pasó rápido. Llegamos a un bello hotel que en épocas pasadas fue un palacete de la nobleza polaca. Rodeados de jardines y con unas vistas preciosas al campo, tomamos aposento en el que sería el cuartel general para los siguientes cuadro días.

La mañana siguiente comenzaríamos a recechar.

Nos recogerían a las 4:30 de la mañana para estar en el campo con la primera luz del día.

Para este viaje confiaba nuevamente en mi equipo fetiche, el cuál me está dando mucha suerte y unas cuantas alegrías. Para mí sería difícil cazar sin él, pues me he acostumbrado estupendamente a manejarlo, gracias a todas las prestaciones, algunas únicas, con las que cuenta. No es otro que mi Sauer S404 del 270 Win., esta vez en versión Synchro XT de culata thumbhole, ideal para rececho. Va montado con un visor Zeiss Conquest V6 2,5-15x56 y torrerta ASV, que me aporta gran luminosidad y un rango alto de aumentos, además de efectuar rápidas correcciones para disparar a larga distancia. La munición Geco Express, fiabilidad alemana e ideal para este tipo de caza.

El amanecer nos regaló unas maravillosas vistas del área de caza. Había mucha agricultura salpicada entre pequeños bosquetes y un terreo bastante ondulado. Predominaba el cultivo de maíz y trigo, junto con prados de hierba y algunas exóticas parcelas de tabaco. Nos esperaban cuatro días de caza en un entorno maravilloso. ¡Os podéis imaginar qué preciosidad!

En esta primera salida nos topamos con algunas corzas y machos jóvenes, sin descubrir nada destacable. No había mucho celo y el campo estaba muy parado. Al final de la mañana descubrimos una pareja de corzos pastando en un prado. Tras valorarlos decidimos ir a por él.  Hicimos un acercamiento sigiloso sin que nos viera hasta llegar a una posición de tiro adecuada. Nos posicionamos tras unas matas, donde pude abrir el trípode y prepararme para el disparo. Inexplicablemente no le di, ni rozarlo y eso que la distancia no era excesiva. Tal vez los nervios del primer lance me jugaron una mala pasada.

Lo importante era no desanimarse y aprender del error cometido, tal vez la precipitación y no templar la emoción…

Era mi primera salida, sabía que dispondría de más opciones que intentaría no  desperdiciar. Esa mañana no tuvimos más oportunidades y regresamos al hotel.

Segunda salida, con ánimos renovados

Esa misma tarde salimos nuevamente con los ánimos renovados. Según nos comentaban nuestros guías Radek y Marcin, que se unió al grupo, un agricultor compañero del club de caza, había visto un corzo bastante majo a no mucha distancia del pueblo.

Emprendimos rápidamente la marcha para llegar hasta las tierras en donde presumían estaba el corzo. Una zona abierta, rodeada de trigos aún sin recoger y con unas vegas de pastos muy bonitas que cortaba un pequeño arroyo. En su límite sur una franja arbolada cerraba el área, mientras que por el norte se perdía tras unas suaves colinas.

El acecho entre las lindes de las parcelas, con el viento de cara, fue pausado e intenso, intentando descubrir al señor de aquella zona. Lo primero que vimos fue una corza justo al lado de la ribera del arroyo, lo que nos hizo extremar la precaución. Nos parapetamos tras unos zarzalones grandes y registramos bien la zona. En esas estábamos cuando por nuestra izquierda apareció un jovencito corzo que se dirigía, un tanto nervioso, a nuestra posición. Temíamos que nos descubriera y delatara nuestra presencia. La tensión aumentaba pues justo un centenar de metros por detrás de la primera corza apareció una segunda. El pequeño corzo no estaba a más de 30 metros, mirando continuamente a sus congéneres femeninas del frente.

Algo indicaba que el pequeño no quería acercarse al prado donde estaban comiendo las corzas, y no podría ser otra cosa que la presencia en las inmediaciones del dueño del harén.

La luz caía rápidamente y los colores rojizos asomaron en el horizonte. De repente, Antonio me incitó a apuntar a la última hembra. Me pidió que fuera cogiendo referencias y adoptando una postura tranquila y serena. No entendía muy bien la maniobra, pero él, sin decirme nada, ya había descubierto al macho y quería que me fuera preparando sin ponerme nerviosa.

¡Y llegó el momento!

Una vez con la referencia de la corza en el visor, comenzó a darme unas indicaciones para que mirara un poco más atrás y hacia nosotros, buscando unos arbustos que había en medio de la vega.

Una vez que los localicé, con una tranquilidad pasmosa me susurró que detrás de ellos estaba el corzo echado, al que de vez en cuando se le podía ver la cuerna cuando agitaba la cabeza, quizás por el incordio de las moscas. En ese momento vi las dos macizas cuernas emerger entre el pasto. Ya os podéis imaginar, le recé a todos los santos del cielo para que por favor sosegara mis nervios y que mi tiro esta vez fuese certero. Estuve un buen rato admirando su gran cornamenta, a la vez que mi corazón estaba al borde del infarto. Esperé a que se levantara y con calma pude culminar este lance tan ansiado. ¡Mi primer corzo polaco! ¡Y qué corzaco! Tuve la suerte de estrenarme con un ejemplar magnifico.

La felicidad dio paso a la sesión de fotos con el trofeo, y no mucho más, pues las sombras empezaron a alargarse y la noche se echó encima.

Lo que ocurrió en los siguientes días, os lo contaré en la segunda parte de este relato.

Comparte este artículo

Publicidad