Otra mirada, otra emoción

Frecuentemente oímos, y utilizamos, la palabra paisaje. Si vamos al diccionario de la RAE, leemos en su acepción primera que es: «Parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar».


En su significación segunda es «Espacio natural admirable por su aspecto artístico». Y naturalmente la tercera definición, «Pintura o dibujo que representa un paisaje», es consecuencia de las dos anteriores. Es una pena que en esta última la Academia olvide la fotografía, que también es un arte.

Hay una cuarta entrada adjetivada, «Paisaje protegido. Espacio natural que por sus valores estéticos y culturales, es objeto de protección legal para garantizar su conservación». Aquí se obvian los paisajes urbanos, que por su historia y arte los hay también protegidos.

Los cuatro conceptos son incompletos, por su enfoque estático. Pero en el segundo y cuarto aparece, en lo definido, la expresión «Espacio natural». Habría que añadir que estos espacios se protegen no solo para conservarlos, sino también para recuperarlos. De hecho esta recuperación es un valor cultural relativamente moderno.

Y es ese espacio, es ese medioambiente, el que nos da la caza. Y los animales, objeto o no de cinegética, adornan y dinamizan el territorio.

Desde la noche de los tiempos, el cazador vive el paisaje de un modo dinámico, lo hace con los cinco sentidos en alerta permanente. En sus paseos por el monte, pasa de contemplar lo grande a disfrutar con la miniatura. Escucha los diferentes ruidos, que conoce bien y que discrimina. Respira los olores de la tierra en la madrugada; y ve cómo a medida que el sol asciende los colores cambian, de los casi fantasmales del esfumato matutino renacentista, a los espacios verdes con luz velazqueña.

Pero hay un plus estético, y es el que nos da la pieza de caza. En su búsqueda el cazador ha de ir por donde ésta pueda estar o haya pasado, está atado a ella por un hilo invisible que le arrastra por unos parajes que nunca hubiera visto sin ese seguimiento; antes de encontrarla habrá interpretado el paisaje, igual que lo habrá hecho el animal objeto de su montear.

En estos recechos, que pueden durar días, el cazador experimenta alteraciones de ánimo intensas, agradables o frustrantes, no otra cosa son las emociones. Hasta llegar, si lo consigue, al encuentro con su pieza; entonces todo sucederá muy rápido. Así es la caza.

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