La llamada de África (2/2)

África fue una experiencia emocionante que me acercó a otra forma de entender la caza, otra cultura, otras costumbres y otra forma de entender la naturaleza.


Campear por estas tierras rojizas, completamente llanas, es una experiencia sin igual. Divisar a lo lejos las manadas de blesbuks, impalas, ñus… mientras el tracker corta las pistas, te hace sentir a lo más puro Meryl Streep en Memorias de África.

Las gentes del lugar son entrañables, atentas y divertidas, nos trataron fenomenal en todo momento. Especialmente me llamó la atención su respeto y gratitud a la hora de ofrecerles hasta un simple caramelo, lo aceptan cruzando una mano sobre otra y asintiendo con la cabeza en señal de agradecimiento.

Aunque todo esté organizado, África siempre será salvaje

Aunque todo esté dispuesto y organizado, África es realmente salvaje, y recuerdo un par de días que tuvimos que enfrentarnos a algunas situaciones en las que sientes que las cosas se van de las manos.

La verdad que fueron muchos los lances que transcurrieron en esos días, pero me gustaría compartir uno en especial que sucedió tras un ñu azul, y cómo un disparo, que parecía fácil, pudo convertirse en una gran aventura.

Estaba atardeciendo cuando encontramos una manada de ñus ocultos entre el bush. Tras una sigilosa aproximación junto al profesional, Hein, conseguimos poner a tiro un ñu que reunía las condiciones necesarias para abatirlo, pero en la caza nunca hay nada cien por cien seguro, y el animal quedó herido, huyendo, junto a la manada, en una estrepitosa carrera hacia el interior de la maleza.

Tras los pasos de Yan, el magnífico tracker que rápido dio con la pequeña y efímera gota de sangre que había dejado el animal, el grupo entero emprendió su rastreo.

Justo en el ocaso del día vislumbramos la silueta de nuestro ñu, pero aún no estaba a tiro y, para nuestra sorpresa, no estaba solo. Dos chacales le rodeaban e intentaban mordisquear sus cuartos traseros, pero el animal aún estaba bastante entero y se movía ágilmente buscando la protección de su manada, lo que nos ponía las cosas más difíciles. La noche se nos echó encima rápidamente.

Nuestro pistero no perdía el rastro ni con la oscuridad. ¡Vaya habilidad innata la de los trackers! Ayudado únicamente por la luna llena y la tenue luz de un Motorola prehistórico, continuaba cortando los rastros que la manada iba dejando y diferenciando el que dejaba en concreto nuestro animal. Algo increíble.

Con la emoción del momento me olvidé por completo de serpientes, escorpiones y demás peligros que podía haber a mi alrededor. Me olvidé de que era de noche ¡en África!

Sólo un feroz rugido me hizo volver a recordar el peligro del lugar en el que me encontraba. «¿Qué es eso?» pregunté. «Leopard», respondió Hein, «a unos doscientos metros». Palidecer y empezar a temblar fue todo uno.

Sentí envidia de la entereza y la normalidad con la que profesional y tracker escucharon los rugidos y continuaron como si nada, buscando el ñu durante un largo rato más. No hubo suerte. Muy a nuestro pesar el animal pasó la noche herido.

A la mañana siguiente entendí, mejor que nunca, qué es cazar a la huella. Como si el tracker fuese un superhéroe de visión especial para ver la sangre, llegó al lugar exacto por donde hacía escasos minutos había pasado el ñu herido. Encontró una minúscula gotita de sangre, apenas perceptible, y un poco más adelante sus huellas. Las marcas en la arena indicaban que arrastraba una de las manos. Pocos minutos después lo encontramos, de pie, solo, pues su tardanza al caminar hizo que se fuese quedando rezagado de la manada. Esta vez mi compañero sí pudo culminar satisfactoriamente su lance.

El tiro lo tenía alto, de codillo, pero la dureza de estos animales es realmente espectacular.

Un gran faco de despedida

A partir de aquella noche, la adrenalina se apoderó de mi cuerpo y comencé a salir a cazar todas las noches, teniendo la oportunidad de ver más chacales, un caracal, una civeta y la pista fresca de un serval.

He de reconocer que la última tarde de cacería abandoné a mis compañeros y cambié la sublime tirada de tórtolas y gallinas de Guinea, por hacer una espera.

El gran faco sería mi despedida del continente africano.

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