Qué piensan de nosotros

Hace dos fines de semana se presentó en el coto uno de los socios con su hijo, también cazador, y un amigo de su hijo, no cazador y a punto de terminar sociología. Vino por curiosidad, por vivir un día con cazadores y sacar conclusiones sociológicas.


Tras las presentaciones, me dijo que quería intentar entender por qué nos criticaba tanto la sociedad y qué prodríamos hacer los cazadores para reducir esa pésima imagen. Le dije que se viniera conmigo y que me preguntara lo que quisiese sobre lo que veía o tuviese dudas. Iniciamos la mañana, la mitad de la cuadrilla se puso por delante y los demás, con nuestros perros, fuimos hacia ellos, sonando los primeros tiros. En esta ocasión yo avancé por una zona menos espesa para evitar que nuestro amigo no se arañase mucho con la maleza ni se pinchara las piernas con las aulagas. Avanzaba muy lentamente, esquivando cualquier mata, y tuve que esperarlo en más de una ocasión, incluso lo escuché jadear tras subir un pequeño repecho y bebió hasta tres veces de la botellita de agua que traía en la mochila. Sus ropas eran nuevas, de campo, al igual que sus botas, por supuesto gore-tex, pero o eran muy nuevas o no habían pisado mucho monte. En una primera parada me dijo que era de Sevilla, pero que ahora vivía en Granada estudiando sociología, que no iba mucho al campo, que no le gustaba la caza pero que le sorprendía lo mal vista que estaba, y que por eso quería conocerla en primera persona. Le agradecí ese interés y a continuación le pregunté si hasta ese momento había visto alguna cosa aterradora. —Por supuesto que no, pero me ha llamado la atención tantas escopetas y esos cinturones llenos de cartuchos. Parecíais un comando militar, máxime cuando alguno llevaba chaqueta militar de camuflaje con su banderita y todo. —Bueno —le respondí—, cada uno se viste como puede. Siempre nos poníamos la ropa más vieja que teníamos, donde nunca faltaba algún jersey marrón o verde, o un chaquetón oscuro, pero ahora, en los mercadillos, se vende mucha ropa militar de segunda mano, bastante barata, y muchos la compran, pues además es dura y de camuflaje. Sin embargo, fíjate como algunos ya llevan ropa más nueva de colores ocres pensada para el cazador, ropa que comercializan muchas firmas con bastante éxito. Fíjate en tu amigo, o en su padre, que van de verde casi a juego. En ese momento mi perro levanta una liebre hacia atrás, me doy la vuelta y la mato de un tiro, mi perro la cobra y me la trae. El sociólogo contempla la escena entre mudo e impresionado, y entonces le digo: —Has presenciado un lance de caza, incluyendo la muerte de la pieza, posiblemente la parte más dura e incomprensible para una persona no cazadora y urbana como tú, ¿cuál es tu opinión al respecto? —Pues no resulta agradable, la verdad, ver correr a un animal lleno de vida que muere de un tiro es duro para unos ojos poco acostumbrados. —Me imagino, pero así es la caza —le digo. Seguimos avanzando hasta encontrarnos con los cazadores que se pusieron de puerta, uno me llama para decirme que no encuentra una perdiz y que meta al perro en el monte por donde él me indica. Al momento sale el perro con la perdiz en la boca. Veo que mi amigo el sociólogo va al encuentro de su amigo y departe con él, me acerco y al verme dice Fernando, el cazador: —Qué, una liebre, qué suerte, yo sólo he visto dos perdices largas y una paloma por las nubes. Dimos un par de cortes más y dejamos de cazar. Nos fuimos a la casa y repartimos lo cazado entre los ocho cazadores que hoy hemos coincidido: 5 liebres, 4 perdices y 1 pitorra ha sido el balance. Hacemos ocho montones, cinco con una liebre, dos con dos perdices y uno con la pitorra. Uno de los cazadores se da la vuelta y voy señalando los montones y diciendo: «Éste para quién». La pitorra le toca a Eustaquio y se la cambia a Fernando por una liebre. Luego entramos en la casa donde nos espera una buena chimenea y unos garbanzos con su salsa espesa que apetece mucho con este frío y después de estar toda la mañana cazando. Todos nos sentamos a la mesa esperando las impresiones del sociólogo, que entre cucharada y cucharada dio su discurso: —Ante todo, muchas gracias por invitarme a compartir vuestro tiempo y a degustar estos garbanzos, que nunca los había probado tan buenos. —Claro, están hechos en la chimenea en olla de barro —aclara uno de los cazadores. —Lo he pasado muy bien y me ha sorprendido la armonía que reina en el grupo y lo felices que estáis todos, lo que significa que disfrutáis haciendo esto, y poco importa que cacéis más o menos. Si le conté a Tío Calañas que pareciáis un comando gerrillero con tanta arma y esos camuflajes militares… Aquí saltó presto uno de los presentes: —Lorenzo, te lo tengo dicho, que dejes de usar la ropa militar que te trae tu hijo, que será muy buena, pero da no sé qué. Ya la llevé en la mili hace muchos años y no me gusta verla en el campo. Y siguió hablando: —Bueno, aparte de esa primera impresión, creo que cualquier persona que os acompañara no podría decir nada malo de lo que hacéis. Ahora bien, lo que yo he visto hoy, visto por televisión, fuera de contexto, sacando sólo lo más espectacular y sobre todo lo más impactante, acentúa ese rechazo a la caza por quien no la conoce y recibe siempre los mismos tópicos. La muerte de la liebre me ha producido rechazo, la verdad, porque no soy cazador y nunca he visto morir a ningún animal, pero en el contexto en el que estaba, en el campo, harto de andar, cansado, con un perro que busca con ahínco una pieza, la encuentra y la persigue, su muerte cobra más sentido, y si además sé, porque me lo habéis contado, que hay muchas más porque fomentáis sus poblaciones con mejoras de hábitat, ¿qué crítica puedo haceros? Ahora bien, si esa liebre la hubiese visto morir sentado en un sillón, que es como la gente no cazadora ve la caza… y si encima relacionan la caza con casos de corrupción, con muerte de especies protegidas, etc., imaginad qué puede pensar un urbanita de la actividad cinegética. —Tienes toda la razón —dije—, pero entonces, ¿cómo podemos lavar nuestra imagen? —Lo veo muy complicado por muchas razones: la caza es un círculo cerrado, tenéis vuestro propio lenguaje y me parece, por lo que he visto, que es una afición muy fuerte que quien no la tiene no la puede entender, y esto complica su aceptación, pues desde la razón no puede explicarse. —Eso es verdad —dije—, explica a un urbanita o a un anticaza que te gusta matar un animal, bueno, mejor dicho, simplemente que a veces terminas matando un animal. No lo puede entender. —No, no lo puede entender. En un mundo donde los animales están sacralizados, que alguien diga que su afición incluye la muerte de un animal, no puede entenderse. —Es un poco lo que pasa con los toros —volví a decir—, gente urbana alejada del campo y radicalizada ve al toro como una víctima inocente ante unos aficionados y unos toreros que los matan, según ellos, «por diversión». Es tanta la radicalización que llaman asesinos a los toreros e incluso se alegran de la muerte de un matador de toros. Ante gente así la caza no puede defenderse en ningún caso. —Desde luego, con los anticazas o animalistas radicales nunca podrá haber un entendimiento, pero afortunadamente hay un gran número de personas, urbanitas, de asfalto, tolerantes, que con acciones múltiples, por ejemplo debates y tertulias no mediatizadas o reportajes que expliquen la necesidad de la caza, desde la conservación, la economía y la pasión que levanta en tanta gente de todas las clases sociales, no la critiquen per se. Desde luego, lo que habéis hecho hoy es la mejor forma de conseguir un aliado. A lo mejor un día de éstos me veis aparecer con una escopeta. Todos responden con una carcajada.
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