Setas y perdigoneros

Desde que se abre por aquí la caza de la perdiz con reclamo a mediados de enero y hasta abril, padecemos una avalancha de gente en busca de los llamados gurumelos, la Amanita ponderosa, y eso nos está causando todos los años un perjuicio enorme.


Para empezar, la finca está vallada en todo su perímetro, con lo cual a priori se trata de una finca privada y cerrada en la que según el Código Civil, sólo podría entrar la gente autorizada por la propiedad, y ese mismo Código Civil dice que las setas son del propietario del terreno. Da también igual que se trate de un coto privado cuya cuota pagan algunos socios para cazar sólo con la jaula. Pues da igual. La gente invade la finca saltando por dónde cae y la rebusca a conciencia. Siempre se ha hecho esto, pero ahora es insoportable. A cualquier hora del día, de lunes a domingo, y más por supuesto los fines de semana, ves a alguien con su cesta buscando estas setas hasta llenar lo que se traiga: cesta, cubo o bolsa. Siempre ha pasado pero ahora es exagerado. Y claro, los primeros perjudicados son los perdigoneros, que tienen que soportar estóicamente cómo el setero de turno le entra en plaza, le estropea el puesto y asusta al reclamo, y no digas nada porque si la mayoría pide perdón, alguno te insulta y te suelta aquello de que el campo es de todos. Pero esta avalancha no sólo es mala para los aficionados al perdigón, que esperan todo un año para cazar tranquilos unos días, sino que todas las especies del coto están soliviantadas, y más en los meses de marzo y abril, que están criando. No sé a qué esperan las autoridades para crear la figura del coto setero, como existe ya en algunas autonomías. Si por ley la seta es del propietario, qué inconveniente hay en que dicho terreno tenga su regulación setera, además las setas, o los espárragos, que es casi lo mismo, podrían ser un producto estrella y rentable. Quizá no se haga porque sería una medida impopular, pero con la caza pasó en su día lo mismo, no, fue más difícil porque la caza es res nullius, o sea, cosa de nadie, mientras que las setas, como la leña o las bellotas, sí son del propietario. Hace años se nos ocurrió hacer unos cartelitos, un folio forrado con un sobre plástico, en los que ponemos lo siguiente: «Finca privada vallada perimetralmente y coto privado de caza en el que los socios están cazando el perdigón. No molesten, por favor». Estos carteles, que retiran a menudo para luego decir que no lo han visto, se colocan en los accesos principales para que la gente los lea. Asimismo algunos socios, antes de colocar la jaula y meterse en el aguardo, se da un paseo amplio y coloca estos carteles en algunas jaras para que el setero de turno actúe de buena fe y no siga adelante. Es un incordio, pero mejor que te entren en plaza. Algo ha hecho, y si el setero se pone impertinente, se llama al Seprona. Un año le entró a un socio una familia entera, con perro y todo. Y encima se le enfrentaron. Eran urbanitas a los que le habían dicho que en esa finca se criaban gurumelos. Habían dejado el coche en la entrada, cerrada con candado, y se habían colado a pie saltando la puerta, o rompiendo la alambrada, porque la madre no tenía ni edad ni cuerpo para hacer ningún ejercicio físico. Este socio los vio venir, carraspeó, se levantó, fue a tapar el pájaro y se dirigió al patriarca: —¿Qué hacen ustedes aquí? ¿No han visto los carteles? Todos se hicieron el remolón, hasta que saltó la madre: —¿Hay algún problema en que cojamos unas setas? —Pues sí, para empezar esta es una finca privada y vallada en la que no se puede estar sin permiso del propietario. Es como si yo entrase en su parcela, aunque esta tenga más de 300 hectáreas. Además, las setas son de él, según la ley, y enciman llevan un perro suelto, que tampoco es legal. —Pero si Atila es un tontorrón, ni siquiera es un perro de caza —saltó la hija. —Eso es igual, si puede coger un conejo lo cogerá, es un perro. —¿Y usted qué hace? —preguntó la señora con un poco de retintín. —Pues cazando, señora, la perdiz con reclamo. Soy socio de este coto por el que pago una cuota para poder cazar sin molestias. La señora, sin palabras, se escabulló por las ramas y lanzó al aire una frase malintencionada y en voz alta para implicar al pobre marido, que no sabía dónde meterse: —Pero eso, ¿es legal? —Lo que no es legal es lo que ustedes están haciendo, así que les invito a abandonar la finca si no quieren que llame al Seprona. —Perdone usted, es que mi mujer no sabe nada de caza. Ya nos vamos —dijo el pobre hombre avergonzado. Y poco a poco se fueron perdiendo por el carril buscando la salida, con Atila presidiendo la marcha.
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