Siesta imposible de Vondelpark

Tiramos las bicis al suelo, como hacíamos cuando éramos niños, sobre la hierba, y nos tumbamos mirando el cielo al tibio sol de septiembre. Llegué a Vondelpark, uno de los pulmones de Amsterdam, con la seria intención de echarme una señora siesta.


Más que un parque, Vondelpark es un trozo de bosque en medio de la gran ciudad. Me sorprendió la arboleda espesa y diversa, el verde intenso, el olor a campo. Creo que alguna vez les conté que cuando viajo y miro el paisaje no puedo evitar imaginarme cómo sería una cacería por esos pagos. Pues eso mismo me pasó en Vondelpark. Quise soñar despierto que aquello era un bosque, un tupido bosque donde me adentraba con el perro en busca de algún encuentro inolvidable con perdices, faisanes o becadas. Creí que me funcionaría mejor que contar ovejas para dormir la siesta y me puse a fantasear. Diría que no llegó a pasar un minuto cuando vi acercarse una torcaz de frente, derecha a mí, como si estuviera en un puesto. Y no pude evitar encararme, aun tumbado, un arma imaginaria y adelantarle el tiro. A los pocos segundos, otra. Y luego dos, y otras cinco, y cuatro, y otra más… Ella, a mi lado, profundamente dormida, agitaba su cuerpo como si fuera a despertarse cada vez que yo me giraba para seguir la paloma con el tiro soñado. Así estuve una hora y media, contemplando torcaces urbanas pasarme por encima en los Países Bajos. Cuando cesó el paso, entonces debí de cerrar los ojos, y no llevaría cinco minutos de mi soñada siesta cuando me despertó una voz: —Venga, Sebas, hombre, que llevas más de una hora durmiendo y queremos ver el Rijksmuseum. Vaya si duermes ¿eh? —¿El Rijksmuseum? ¿Ahora? —Sí, claro. Ah, y me tienes que prometer que no te vas a parar diez minutos cada vez que veas un bodegón de perdices. —No te preocupes, que hoy ya tengo el cupo hecho.
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