Con perdón

Pues resulta que el testero del patio estaba siempre hasta arriba de jaulones, que es como se le dice en mi pueblo a los terreros para los pájaros. Estaba lleno de jaulones porque en casa ha habido siempre afición al pájaro, ya fuera por amor al perdigón o por simple vicio al reclamo.


El primero que recuerdo fue el «Bartolo», dicen por aquí que fue el mejor, hasta que una tarde, a la vejez, cortándole las alas se subió al tejado y adiós. El último fue el «Perico», hace ya algunos años, que dijo adiós la fatídica mañana en que se le rompió al Groy el mosquetón de la cadena y la cabeza del pájaro —el pobre quería huir sacándola por los barrotes— acabó en las garras del perro, que para eso lo alimentábamos. Siempre me ha acompañado el cuchichí en los despertares de enero y en las tardes de estudio de todo el año, porque los reclamos de mi vecino el gran José el de la Viuda no dan de mano ni en vacaciones. El campo quedaba a dos pasos de casa. El puesto me lo conozco bien, y mejor el ritual. Traté de empaparme con alguna lectura, pero las que encontré fueron técnicas o románticas, hasta que di con lo que buscaba —una argumentación de los beneficios de la caza de perdiz con reclamo— en un simple reportaje de Federcaza, hará ahora 13 años. Y confieso que hubo un tiempo en que me sedujo la práctica, hasta que un día me paré a reflexionar. Debí de equivocarme al discernir, porque después de mucho pensamiento hallé el reclamo como lo que dije aquí mismo hace unos días, sin ánimo de ofender ni de insultar, aunque algunos me han confundido con un pimpampum con cara de nosequé. Allá ellos. El caso es que, por mucha emoción (y había vivido mucha en el puesto) y por mucha tradición (el abuelo cogía los pájaros al candilón, ustedes saben), no creo que tirar a un pájaro en tierra sea cazar. Es un límite de los míos, muy personal, porque cada cual tendrá los suyos. Por eso decía que aunque no lo comparta, no me considero quién para pedir que se abola o se prohíba el reclamo, porque habrá a quien ir tras la perdiz en la sierra con el perro por delante, donde se puede cazar una cada dos semanas y tan contento, que es lo que me gusta, digo que habrá alguno a quien esto le parezca un crimen. Y, aunque discrepe, lo respeto y no por ello lo confundo con un pimpampum. Así que a esos que se tienen por buenos conjugadores les pido un manual de estilo para aprender de ellos. Si ese propio me lo hace llegar le prometo a cambio un libro que se le olvidó recomendarme, pero que él lo aprovechará mejor que yo. Ah, por cierto. Que me encanta escuchar en los días de enero a mi tío Antonio, cuando se le iluminan los ojos contándome el puesto que ha tenido y lo bueno que estaba el campo esa tarde. Me encanta escucharlo cuando habla de caza, porque es entonces cuando me doy cuenta de que, de verdad, yo de esto no tengo ni puta idea. Con perdón.
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