El macareno de Caledonia. La primera sangre

«[…] y la diosa suscitó entonces una clamorosa contienda entre los curetes y los magnánimos aqueos por la cabeza y la hirsuta piel del jabalí» Homero, La Ilíada IX.543.


Raudos y prestos, ataviados con sus mejores galas, aguzadas las jabalinas para el evento, las flechas emplumadas y henchidas las aljabas… respondieron a la llamada los héroes desde todos los rincones de la Hélade, dispuestos a apostar sus vidas en aras del más grande de los trofeos: los caninos y la recia piel del más terrible suido que los dioses legaran en la humana memoria. Teseo, el mítico rey de Atenas; los Dioscuros gemelos, hermanos de Helena de Troya, Cástor y Pólux; Jasón, el de los Argonautas, rey de Yolcos; Telamón, rey de Egina; Néstor, el sabio rey de Pilos que participó en le Ilíada; Anceo, tan coloso como Heracles, hijo de Poseidón y rey de la Arcadia; Fénix de Beocia, educador cinegético, junto a Quirón, el Centauro, de Aquiles; su padre Peleo, rey de Egina y de los Mirmidones; Meleagro, hijo de Eneo, rey de Calidón o Caledonia y, entre otros titanes muchos más, la sin par en su belleza Atalanta, la Indomable, excepcional cazadora consagrada, protegida y amamantada por la propia diosa, Artemisa, trasformada en una osa y criada por cazadores en el bosque que le revelaron todas las artes y habilidades venatorias. Corrían aquellos lejanos tiempos, pretéritos pero cercanos a la epopeya troyana. Eneo, rey de Calidón, al norte de los lepantinos golfos de Patrás y de Corinto, gustaba de ofrendar votos a los dioses por la prosperidad de su reino. Uno de estos años, por inexplicables circunstancias, tuvo la desgracia de olvidar en sus ofrendas a la vengativa deidad de los cazadores, Artemisa, quien, ofendida y muy cabreada, decidió ‘premiar’ a Eneo con el más grande y más furioso de los jabalíes que las leyendas, míticas, recuerden. Haciendo honores a su estirpe de guarro, el navajero se dedico a hozar en todo aquello que fuese digno de ser removido con su espeluznante jeta, destrozando viñedos, olivares, cosechas y campiña en general, hecho que provocó que los caledonianos tuviesen que refugiarse tras la murallas de la ciudad, como si de un sitio militar se tratase, y sufriesen hambre e infortunio pasado un tiempo. Burlando el asedio del guarraco, Eneo envió mensajeros por toda Grecia incitando a los grandes héroes cazadores a recechar a la fiera, ofreciendo, como trofeo, los colmillos y la piel de semejante monstruo ctónico, o espíritu del inframundo. Acudieron los citados héroes dispuestos a demostrar sus habilidades y lograr los honores de la Hélade, además de la panoplia del triunfo. Hábil, la diosa, cual raposa astuta que busca el enredo en su propio beneficio, envió a su protegida, la hermosa Atalanta, a sabiendas, como a sí fue, de que su presencia sería fuente de conflictos al negarse muchos de los participantes a competir con una mujer. Liderados por el coloso, y machista, Anceo, los héroes se soliviantaron contra la cazadora y, a no ser por la intervención de Meleagro, enamorado de Atalanta, el más grande rececho de jabalí de la historia mitológica, se habría malogrado. A regañadientes, todos aceptaron. Y se arrepintieron. Los orígenes de Meleagro, hijo de Eneo, son la clave de la venganza, que… de esto trata esta historia. En su nacimiento, las Moiras predijeron a su madre Altea que la vida del héroe estaría ligada a un tizón ardiendo: cuando se consumiese, se consumaría su vida. Altea apagó el tizón a toda prisa y lo escondió en un arca, lejos de cualquier mano incendiaria. Iniciada la cacería y ante el asombro de sus participantes, fueron, precisamente, la habilidad y rapidez de Atlanta, las que primero hirieron al jabalí, una de sus flechas restó fuerzas al macareno que, en previos lances, ya había despanzurrado a varios de los mitológicos héroes. Fue, no obstante, Meleagro quien, tras cruenta lucha, logró ensartar en su jabalina los ojos del suido acabando con su vida y su reinado de terror. Obtenido el trofeo, ofreció piel y colmillos a Atlanta por ser ésta quien había derramado la primera sangre. Final feliz de enamorados si no hubiesen sido otras las intenciones de Artemisa. «Pero los hijos de Testio, (hermanos de Altea y, por lo tanto, tíos de Meleagro) que consideraban vergonzoso que una mujer lograse el trofeo donde los hombres habían participado, le arrebataron la piel, diciendo que era propiamente suya por derecho de nacimiento, si Meleagro decidía no aceptarla. Enfadado por esto, Meleagro mató a los hijos de Testio y dio de nuevo la piel a Atalanta» Homero, La Ilíada. Como no podía ser de otra forma, Altea, ante la muerte de sus hermanos, corrió hasta el arca y encendió el casi olvidado tizón que, tras consumirse, provocó la muerte instantánea de Meleagro. De esta forma, con la muerte de su hijo, se cumplió la predicción de las Moiras y Artemisa se vengaba de Eneo por no haberle ofrecido sacrificios. Pero esto no acabó así… ni mucho menos. La diosa, con ganas de divertirse, provocó que Peleo matase ‘accidentalmente’ a Euritión, lo que desencadenó una serie de venganzas y matanzas entre curetes y aqueos que, todavía, en las noches de luna llena, permiten escuchar en el monte sus divinas carcajadas…
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