Los gorriones sabios

Vengo a hablar en este artículo de estas simpáticas aves, que entre otras cosas han sido las piezas de caza con las que los que tenemos ya una cierta edad nos iniciamos en esto de la caza.


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Vaya este escrito como una forma muy personal de rendir homenaje y dar una cierta distinción a estos animalillos que en alguien como yo, que no tuve en mi árbol genealógico doméstico ninguna rama que fuera cazadora, nací en esto de la caza como por generación espontánea en mi familia de la mano de los gorriones. Vaya también como dedicatoria para aquellos chavales que ahora no pueden disfrutar de estos primeros pasos, chavales que serán el renuevo que habrá de asumir en el futuro el reto de defender esta actividad contra todo tipo de ataques.

Los gorriones sabios

Vista de Pomer.

La verdad es que yo fui afortunado porque me crié en una zona de Madrid, la Ciudad Lineal o calle Arturo Soria, que por aquel entonces aún no formaba parte de esta ciudad, que participaba de ambas formas de vida: la urbana y la rural según el plan de su creador, aunque a decir verdad era más rústica que otra cosa.

Todavía pienso en la naturalidad más absoluta con la que todo el mundo veía a unos chiquillos como nosotros con nuestras carabinas de aire comprimido, y en qué pasaría en la actualidad si alguien observase la misma escena. También me viene a la cabeza algo que hoy sería impensable. Como los plomillos del 4,5 eran tan diminutos y no existían cananas u otro aparejo para poderlos llevar a mano para la recarga, lo normal era llevarlos en el bolsillo, pero pronto descubrimos que eso hacía un tanto engorrosa la operación, porque localizar con los dedos algo tan pequeño entre los múltiples objetos que solían poblar nuestras faltriqueras era algo casi imposible, o cuando menos bastante poco operativo. La conclusión a la que llegamos fue que lo mejor era llevarlos en la boca, y así nos pasábamos días enteros, con varios plomos en la boca dejando que la saliva actuase durante horas contra este metal, pero no nos hemos muerto, estamos todos sanos y algunos ya tenemos unos cuantos decenios a nuestras espaldas. No sé qué pensarán de esto algunos que yo me sé.

Mis comienzos dieron sus primeros pasos con esta carabina heredada de un hermano mayor por todo el entorno cercano a mi casa, y eran los gorriones los que pagaban los platos rotos. Mi hermano la había recibido como regalo, pero se acabó aburriendo ya que tan solo la utilizaba para tirar al blanco. Qué pena, no recibió el mensaje.

Todavía pienso en la naturalidad más absoluta con la que todo el mundo veía a unos chiquillos como nosotros con nuestras carabinas de aire comprimido

La escopetilla era todo un lujo porque tenía el ánima rayada, algo que descubrí fortuitamente un día enredando con ella, cosa que originaba cierta envidia entre mis compañeros de correrías porque las suyas tenían el cañón liso. Las granjas que había en la vecindad, y los piensos que para todo tipo de animales tenían a su disposición estos pajarillos, suplían con creces sus necesidades, con lo que su población era más que nutrida. Bastante distante es la situación actual en la que se cifra un descenso de efectivos de hasta un 63% en los últimos 30 años, lo cual se me antoja terrible, aunque como siempre las poblaciones aldeanas se ven en mejor situación, pero empezando a acusar los efectos de la despoblación humana, según nos dicen en SEO/Birdlife.

El siguiente paso fueron los mirlos, que para nosotros eran como la caza mayor del momento. Llegamos a obtener la invitación del propietario de uno de los chalets vecinos para internarnos en su jardín que, bien poblado de una madura arboleda, era el hábitat ideal para estas aves. Para nosotros era como estar invitados a un coto de postín. Pero eso es otra historia.

Traigo esto a colación por un comportamiento que he podido observar en el pueblo donde llevo 20 años cazando, pueblo zaragozano que se llama Pomer y que está situado en el Sistema Ibérico, en las estribaciones del Moncayo. Se trata de una pequeña y preciosa villa situada a 1.107 metros sobre el nivel del mar, resultando ser uno de los pueblos más altos de Aragón y el segundo de la provincia de Zaragoza.

El período libre de heladas es de tan sólo cuatro meses, por lo que el invierno real es más prolongado que el teórico. La situación, altura y configuración del terreno hacen que los inviernos sean fríos, con temperaturas medias en torno a 5,4° C, siendo 75 los días del año con temperaturas inferiores a 0° C, pero marcando muchas veces el termómetro temperaturas inferiores a -10° C. Los días que se producen nevadas suelen ser 4 por mes desde diciembre a marzo.

Dirán ustedes que por qué les estoy haciendo esta introducción climatológica en un artículo que se supone versa sobre gorriones. Ahora voy a ello.

Los gorriones sabios

Este es el farol de la subida al Calvario donde se estrenó esta conducta hace 20 años.

Hace 20 años en una de las primeras veces que visité este pueblo, por casualidad de la vida me fijé que una de las farolas municipales albergaba en plena noche un gorrión macho en su interior, algo que me pareció una muy inteligente forma de poder pasar la noche calentito, bien salvaguardado del gélido clima circundante, que era de varios grados bajo cero. Para más eficiencia de su acción, el gorrión estaba «pelota», que dicen los pajariteros —con sus plumas ahuecadas para poder retener más volumen de aire caliente entre las mismas—, y durmiendo con su cabeza debajo del ala.

Pues bien, me puse a registrar todas las farolas del pueblo y no encontré ningún avecilla más que utilizase esta técnica.

Sin embargo, a día de hoy son muchos los gorriones que 20 años después del precursor de este comportamiento llevan a cabo esta acción por diversos faroles del pueblo, comenzando con el de la subida a la calle Calvario, que es donde observé al iniciador de esta conducta.

Los gorriones sabios

El gorrión que ocupa el farol de la Plaza Nueva de Pomer

Lo que es curioso es que en todos los casos el ‘amo’ de la farola es siempre macho, conociendo tan solo un caso en que sea hembra. Así mismo, en todos los casos cada farola solo posee un huésped, a excepción de la de la calle Mayor que tiene dos; un macho y una hembra. Será el amor, digo yo.

Otro aspecto que llama la atención es la aparente inhibición del mecanismo de huída de estos pajarillos cuando están pernoctando en el farol. Los gorriatos aguantan la presencia del ser humano, pero no se dejan acercar porque no son nada gaznápiros. Sin embargo, cuando se instalan en el farol uno se puede aproximar lo que quiera, ya que aún despiertos no se espantan y eso que la altura es bastante baja.

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Otro ejemplar, en este caso el que ocupa el farol de la Plaza de las Armas.

Esto me hace pensar que la conducta de los animales tiende a ganar en eficiencia, dejando a un lado sus instintos —bien difícil es conseguir que un gorrión, una de las más indómitas aves que existen y que he podido ver recluido en una jaula en contadas ocasiones en mi vida, y eso a base de cogerlo de pollo del nido— se meta en una especie de cubil semejante, de carácter bastante intimidatorio para el pobre, y se acoja a las aras de un farol para disfrutar de una mayor temperatura y sequedad ambiental, olvidándose de todos sus temores.

Los gorriones sabios

La parejita de la Calle Mayor. Es el único caso en el que en un mismo farol hay dos huéspedes y también el único lugar donde se puede observar una hembra.

Pero realmente, ¿cómo llegó el primer gorrión, aquel de hace 20 años, a la conclusión de que las noches invernales se pasan mejor dentro del cobijo del farol? ¿Cómo dedujo que dentro del farol había un ambiente bastante acogedor? ¿Qué estímulo recibió para cambiar tan drásticamente sus costumbres? Está claro que para cambiar su conducta tiene que haber tenido una experiencia previa y retenerla, pero ¿cómo adquirió esa experiencia?

Por mucho que la interacción con el medio modele el comportamiento me parece increíble.

Los gorriones sabios

Estos dos ejemplares machos acaban de tener una trifulca por la ocupación de esa farola de la plazuela del Medio Día (sic).

Tengo claro que los actuales huéspedes de los faroles han aprendido por imitación, pero sigue siendo un misterio para mí cómo el gorrión guía de esta conducta asoció el calor del farol y dedujo que lo mejor era entrar dentro, librándose del frío, la humedad de la nieve y el endiablado cierzo que por allí sopla un día sí y otro también. Tengan en cuenta que hace dos años uno de los molinos de un parque eólico de la sierra vecina en Soria, se partió por la mitad siendo derribado por el aire. Está un poco más alta que la nuestra, pero parece que el aire superó en algunas ráfagas los 180 km/h.

Está claro que esta conducta forma parte de la tradición gorrionera local, una tradición que se acumula —empezó uno y ahora son muchos—, se conserva y transmite, haciendo que dominen lo que les rodea y lleguen a crear su propio medio favorable, haciendo uso de algo aprendido y adaptado.

En fin, un misterio bastante simpático.

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