De todas las modalidades de caza que conozco hay algunas que considero una verdadera obra de arte y un meritorio ejercicio de dedicación absoluta y abnegada, ya que exigen del mantenimiento de otras actividades complementarias los 365 días del año, sin las cuales sería imposible llevarlas a cabo, y todo ello sin el más mínimo aspaviento ni afectación; todo ello desde la más silenciosa labor, pero eso sí, requiriendo además unos profundos conocimientos atesorados tras largas jornadas de campo, en donde cualquier observación que se capta ha de pasar a formar parte del acervo cultural y del conocimiento que ha de formar parte consustancial a su práctica para que ofrezca los resultados deseados.
Difícilmente podemos observar estas circunstancias en otras modalidades más comúnmente ejercidas, en donde nos ponemos a ello durante el tiempo en que portamos el rifle o la escopeta, y acto seguido dejamos de desempeñar la caza hasta la nueva ocasión. Si además no hemos sido capaces de asimilar lo que la naturaleza nos ha mostrado podemos solventar nuestra incapacidad efectuando un tiro más largo, por ejemplo, o incluso podemos recurrir a la tecnología punta o también a acciones poco confesables, como sería al ayudarnos de medios no legales para obtener lo que buscamos, ya que, por citar un ejemplo, hemos sido ineficaces aproximándonos a nuestra presa lo que la dignidad de cazador nos aconseja y lo que unos adecuados conocimientos y habilidades nos hubieran permitido.
De entre los que practican estas modalidades admiro profundamente a los mal llamados hoy en día silvestristas, y que para mí lejos de ser algo tan cursi, son pajariteros, cazadores de pájaros con red o simplemente cazadores de red como lo han sido toda la vida. Luego comentaremos como esa ausencia en la mención de la palabra caza en su denominación tiene su importancia y los motivos que nos han llevado a ello.
Mis inicios en esto de la caza se sitúan en aquellos tiempos en los que no existían cotos, sino tan solo unos pocos vedados, y se podía disfrutar de una buena jornada de esta bella actividad —eso sí, modesta— a pocos kilómetros de Madrid, en El Molar, Torrelaguna, Torremocha, Campo Real, etc., o incluso en las zonas a las que llegábamos a pie desde casa, como las periféricas al Parque Conde de Orgaz y lo que es hoy el Parque de las Naciones, todo ello sin más constricciones que llevar la documentación en regla, porque los vedados eran más raros que un perro verde, refiriéndonos a su proliferación, claro está.
Fue de la mano de tres personas a las que profeso un profundo afecto y conservo un gratísimo recuerdo aún hoy en día, en que está muy lejos el momento en que nos dejaron. Dos de ellos eran pajariteros; Enrique García Escudero y su inseparable amigo Cecilio Martín García El Tini, y el tercero Pablo Sanz de Blas, que profesaba otra categoría profesional: él era escopetero, como le llamaban aquellos.
En esos tiempos no era normal poseer un vehículo, pero Pablo ponía a disposición de los pajariteros el suyo, con lo que en alegre camaradería se unían los tres para efectuar sus salidas al campo, y unos se quedaban cazando fringílidos con la red y el otro montaba su escopeta y se divertía tras la caza menuda en sus inmediaciones. Poco a poco fui siendo admitido en esta cofradía y siendo un mocoso comencé a formar parte de estas modestas partidas de caza heterogénea, en donde también se nos unía Enrique García Prieto, hijo de Enrique García Escudero.
Como buen pajaritero que era El Tini, su auténtica especialidad era esturrear como nadie los Pardillos, Jilgueros, Verderones, Verdecillos y Úvanos —así llamaban a los Lúganos (Carduelis spinus)— en esa extraña habilidad para imitar con la boca sus sonidos y atraer el campo a la red, con lo que se hacía verdad aquello de: «pajarito que escucha el reclamo, escucha su daño». Enrique era un maestro en templar los cimbeles, arte muy complejo que puede traer efectos indeseados y contrarios si no se realiza con el debido oficio.
Era muy interesante verles disputar amigablemente a la hora de sexar las capturas de Jilgueros, habida cuenta de lo dificultoso de esta operación, que los hace parecer iguales, aunque solo los muy entendidos pueden dirimir el sexo por leves matices del plumaje en la lista superciliar, carúncula ocular y bridas, así como en la bigotera, auriculares y en las coberteras alares, y todo ello observado muy detalladamente con la cercana visión del pájaro inmovilizado en la mano. Me gustaría poder tantear las habilidades en esta tarea que tienen muchos de estos ornitólogos de salón, de nuevo cuño e ideología color sandía, que tanto proliferan por esas moquetas que les pagamos entre todos.
Es raro que alguien que, como yo, no tiene a nadie en su familia practicante de esta noble actividad, y aún hoy sigue sin tenerlo, tire por estos derroteros.
Poco a poco comencé a acompañar a Pablo, que tenía en mí un buen morralero, y fui apartándome de la captura de fringílidos con red. Los escopeteros y los pajariteros nos fuimos desdoblando en dos grupos, dado que la proliferación cada vez más importante de cotos privados nos hacía tener que desplazarnos más lejos, no siendo preciso para ellos, que en cualquier parcelita libre podían plantar la red… pero esa es otra historia. Sin embargo, aún recuerdo con vivacidad cómo transcurrían esos días de campo con la red y me gustaría describirlo para general conocimiento.
Preparación previa
El día anterior a la salida de caza lo más normal era celebrar un cónclave informal en el bar del barrio —el de Pablo Sanz de Blas— y empezar por definir el lugar hacia donde encaminar nuestros pasos al día siguiente. Para eso se tenía en cuenta la época del año y las fechas en las que estábamos, porque esto condicionaba los pasos de los pájaros en sus migraciones cortas o nomadismo estacional, también el terreno de cada cazadero, al que había que subordinarse porque los hábitats de cada uno presentaban ventajas e inconvenientes que dependían de la época de la temporada en la que nos encontrábamos. No es lo mismo cazar pájaros con red en octubre que hacerlo en enero, y no es lo mismo cazar en un ambiente abierto con terrenos de cultivo, que en una zona de monte. También la meteorología anunciada para el día siguiente es importante, porque condiciona profundamente esta actividad. Como referencia explicaré que los días lluviosos no eran hábiles en esta modalidad. Tanto los reclamos como los cimbeles lo pasaban mal con la lluvia, y parte de los elementos de caza, especialmente la red y los tiros, no se podían exponer al agua porque se deterioraban. Los materiales no eran como ahora y sus materias primas se acababan pudriendo con la humedad. Si por casualidad rompía a llover una vez estaba todo instalado en el campo, había que recoger todo muy deprisa y, una vez en casa, proceder a su secado lento inmediato.
Como ambos maestros, Enrique y El Tini, poseían una nutrida cabaña pajarera en sus cajoneras, seleccionaban y repartían de entre sus pupilos el equipo titular más adecuado para la siguiente jornada de caza entre los mejores reclamos y cimbeles que entre ambos poseían. Con ello escogían los más preparados y adaptados a las circunstancias previstas para el día de caza posterior, y entre todos completaban una formación equilibrada y justa. Si se preveía un día en que los pájaros fueran a volar alto, se escogían reclamos más llamadores, aunque fueran menos cantores, y los cimbeles eran más profesionales y resistentes porque se les iba a exigir más en su función. También se dejaba lugar para los nuevos, aquellos pájaros que se estaban formando y necesitaban ir acumulando experiencia.
La noche previa, tras encaminarse cada uno a sus respectivas casas, había que prepararlo todo. También se había dirimido quién aportaba el equipo, ya que toda la impedimenta para la caza es algo complicada y consta de infinidad de elementos. Redes, tiros, colgaderos, varas de la red, cimbeleras, jaulones, clavos, grano para los pájaros, agua, comederos, bebederos, azada, alcotana, piquetas y un sinfín de elementos más de los que no se podían olvidar de ninguno, ya que de otra manera la jornada no se podría llevar a cabo. Como se puede observar, bastante más complejo logísticamente hablando que desenfundar una escopeta y asegurarse que en la canana haya suficientes cartuchos.
La preparación en el campo
La salida hacia el campo por la mañana se efectuaba cuando aún quedaba mucha noche por delante. Las carreteras no eran las de ahora, los vehículos tampoco, aparte de que no había prisas, y se prefería madrugar algo más, pero tener la seguridad de llegar al cazadero con tiempo suficiente para plantar la red antes de que los pájaros comenzaran sus movimientos. No podía faltar la parada técnica en alguno de los bares que nos encontrábamos de camino, donde los mayores se trasegaban alguna que otra copita de suave —como llamaba El Tini al aguardiente seco—, ni tampoco la visita a la tahona del pueblo para aprovisionarnos del estupendo pan blanco o candeal que confeccionaban éstas, y que nos serviría para el imperdonable almuerzo campero a mitad de la jornada, y para el aporte señalado a nuestros hogares en ese día, dado que ese pan tan valorado no se encontraba en aquellos tiempos de desarrollismo industrial y negación de lo rural en las diversas capitales del reino, algo que en la actualidad se ha invertido, ya que podemos encontrar todo tipo de especialidades panaderas en estos establecimientos.
Una vez en el cazadero se estudiaba la ubicación y la orientación de la red en función de la meteorología del día y su viento, así como la época del año, aspectos que condicionaban el comportamiento del paso y las querencias de los pájaros, que eran adivinados certeramente por los maestros, fruto de unos profundos conocimientos atesorados a lo largo de una vida de afición.
Esta labor era ardua y precisaba una buena concentración en todos los detalles, no debiendo dejar nada al azar ni a la improvisación, ya que todo había de estar bien calculado, teniendo en mente los efectos que cada elemento dispuesto podrían tener en los pájaros y en consecuencia en los resultados de la caza.
Lo primero que se hacía era limpiar de malezas el área ocupada por la red. Las pajas o piedras que pudieran bloquear los movimientos de la red también eran eliminadas e incluso se alisaba el terreno si presentaba irregularidades.
Algo que nos traía de cabeza era localizar los cardos apropiados para confeccionar las trincheras. Las trincheras son dos pequeñas zanjas que se abren a ambos lados del área cubierta por la red cuando se cierra, en las que una vez excavadas se colocan hileras de plantas apetecidas por las aves, como medio de atracción y posadero de las mismas, y luego se vuelven a tapar como si las hubiésemos plantado para dejarlas erguidas fijándolas al suelo. Dependiendo del lugar donde nos encontremos habrá de un tipo o de otro, y no todas las especies son igualmente apetecidas por las aves. Normalmente son del género Carduus spp., y aunque cada maestrillo tiene su librillo, las más usadas por Enrique y El Tini eran los llamados cardos de jilguero y a medida que avanzaba la temporada, la pinchilla. Ambos eran típicos en áreas de vegetación ruderal, y en los eriales y liegos que se solían elegir como cazadero.
Estas trincheras se colocaban a los lados porque cuando se cierra la red esa zona es la que antes queda cubierta por la misma, con lo que los pajarillos posados en estos cardos tenían menos posibilidades de escapar, ya que la zona central, aunque sea por décimas de segundo, es la que tarda más en envolverse.
Todos actuábamos bajo sus órdenes, incluso Pablo, que no se ausentaba en pos de las perdices hasta que no se finalizaba el plantado de la red, siendo ambos unos grandes y certeros coordinadores. Nos ocupábamos de la colocación de los clavos que fijan ambas hojas de la red una vez extendida, los varales, que son los que la dan forma y tensión y los que hacen que se cierre cuando se tira de ella, los tensores, que son los que imprimen el giro de las hojas de la red al cerrarse como si fuera una tijera, el tiro, que es lo que marca ese movimiento, las cimbeleras y sus tiros, y la disposición de las piquetas de los colgaderos o perchas. Estas últimas operaciones nunca fueron delegadas por los maestros en nosotros, dada su especial delicadeza. No sólo hay que disponer a la perfección el lugar de los cimbeles dentro de la red, sino que la posición de los reclamos a su alrededor y la posición de cada ejemplar de cada especie hay que dirimirla con sumo cuidado. No se pueden colocar mezclados a nuestro buen entender, porque tiene su importancia.
La red que usaban era del tipo español, que tiene una sección rectangular y, según creo, es más rápida en su cierre que las de otro tipo.
Había días que por diversas circunstancias del terreno, por la meteorología de la jornada o bien porque los pájaros recelaban de la red, se disponían alrededor matitas confeccionadas fundamentalmente con ramas de chaparro, con varetas con liga y así se complementaban unas capturas con otras. Toda esta maniobra nos llevaba aproximadamente una hora.
La jornada de caza
Cuando terminábamos con todo el día ya estaba clareando y había que abandonar la zona de la red, para a unos 30 metros —la longitud del tiro— posicionarse cada uno en su puesto. Normalmente, uno de los maestros se ocupaba del tiro, cuerda de la que se tiraba para lograr el cierre de la red con los pájaros dentro, una vez habían acudido atraídos por los reclamos y los cimbeles, y otro solía manejar los cimbeles, ya que a veces no es muy recomendable o posible manejar todo.
El gobierno de los cimbeles requiere una cierta sabiduría y bastante técnica, porque un accionamiento indebido produce unos efectos contrarios a los deseados. No solo la pericia de los reclamos entraba en juego, sino que también los prácticos empleaban unos sonidos producidos por sus bocas —el esturreo—, fundamentalmente los labios, con los que imitaban ciertas llamadas y voces muy específicas de cada especie de fringílido, con lo que se obtenía un estupendo refuerzo a su labor. Recuerdo perfectamente algunos de ellos, como el empleado para los jilgueros, que imitaba a la perfección los sonidos que éstos emiten cuando, estando varios en un mismo posadero, imponen a su congénere un mínimo espacio para sí.
A partir del momento en que cada uno estaba en su lugar designado se comenzaba a otear el cielo en busca de los posibles bandos en sus viajes de unas querencias a otras, y normalmente si no hemos estado suficientemente avispados o no nos hemos apercibido de su presencia por cualquier motivo, de inmediato los reclamos de una u otra especie automáticamente se arrancan con sus llamadas tratando de atraer al campo hasta los contornos, con lo que tenemos el aviso correspondiente. A partir de ese momento, cuando aún andan lejos, se accionan suavemente los cimbeles de la especie que corresponda para que rematen la labor de los reclamos, y si los pájaros se posan en las trincheras atraídos por la comida de sus cardos o por su posibilidad de posarse cerca de los cimbeles, se calcula cuantos quedarían atrapados dentro del radio de acción de la red y cuantos están fuera. Cuando están ya cerca de las trincheras no se han de accionar los cimbeles.
Con estos datos, el que opera el tiro valora la situación y normalmente si la cantidad de pajarillos que están dentro de la red supera a los de fuera, en caso de haberlos, o no se vislumbra que éstos puedan unirse a los de dentro, se efectúa la tracción del tiro y se cierra la red. Esto que parece tan sencillo algunas veces es motivo de sanas discrepancias, ya que cada uno valora lo que sucede con distinto criterio, y el que está a los mandos del tiro puede pensar que es mejor accionarlo, mientras que su compañero a los mandos de los cimbeles puede pensar que es mejor esperar.
Una vez cerrada la red y con sus capturas dentro, hay que aligerarse a recoger los pájaros apresados. Hay que librarlos de ella, operación que a veces es un poco ardua porque se pueden enredar entre la malla de manera asombrosa, y de inmediato se introducen en el jaulón de caza, donde se guardan las capturas del día. Este jaulón también sirve para el transporte de los cimbeles. Algunas veces ocurre que la red se ha cerrado y algún cimbel también se ha enmarañado en la red, por lo que hay que liberarlo igualmente para evitarle daños.
Otros miembros del equipo proceden a volver a abrir la red y a disponer todo en su sitio si algo se hubiera trastocado, y vuelta a empezar desde la posición del tiro.
Si se habían dispuesto varetas de liga en las inmediaciones, debía de haber alguien al tanto de ellas de manera que en el instante que se producía una captura de inmediato se procedía a su recogida y liberación de la vareta, limpiando su plumaje con el disolvente de la liga adecuado e inocuo para el mismo.
Lo normal es que se capturaran ejemplares de las especies que hemos consignado al principio del artículo, pero algunas veces se aprehendían otras bien distintas y que podríamos considerar atípicas, como Pinzones vulgares (Fringilla coelebs) y Pinzones reales (Fringilla montifringilla), así como varios tipos de gorriones, como los Gorriones morunos (Passer hispanoliensis), Gorriones molineros (Passer montanus) y las Chillas o Gorriones chillones (Petronia petronia). Alguna vez presencié la caza de algún Piquituerto común (Loxia curvirostra), pero éstos eran bastante excepcionales.
Así transcurría una de nuestras jornadas tras los pajarillos de red, pero no podemos olvidar los inolvidables almuerzos, donde no podía faltar la lata de caballa, sabrosísimo pescado que con un buen pan de tahona y una buena bota de vino, hacían el tentempié inenarrable.
Cuando se consideraba pertinente se procedía a dar por terminada la jornada de caza y por lo tanto a levantar la red y todos sus adminículos, normalmente en orden inverso a como se habían dispuesto. También esta operación requería una adecuada coordinación y supervisión para que todo fuera recogido y dispuesto para su transporte de forma adecuada, y ante todo para evitar olvidos imperdonables. Era más ágil que la operativa de plantar la red, pero también se nos iban unos buenos 45 minutos.
De vuelta en casa
Una vez en casa de Enrique, que era el cuartel general, se procedía a sexar las capturas de los animales capturados. Los Pardillos, Verderones, Verdecillos y Uvanos, eran fáciles, ¡pero ay madre mía con los jilgueros! Ahí sí que se entablaban reñidas discusiones entre los maestros, amistosas y respetuosas, eso sí, porque a veces la cosa no estaba tan clara, y la decisión se tomaba por detalles imperceptibles a los ojos de un neófito.
Las hembras tenían un destino bien honroso, el puchero o la sartén. ¡Qué delicia unos buenos pajaritos fritos! La familia entera, especialmente las señoras, dedicaba la tarde al pelado de las pájaras. Cómo los hecho de menos, y a aquellos tiempos en los que en cualquier bar, de Andalucía sobre todo, los veías colgados en los mostradores y mientras te bebías una cerveza, te preparaban media docena.
No acababa ahí la cosa, porque después había que recogerlo todo, y los pájaros que habían estado en el campo, tanto reclamos como cimbeles, eran inspeccionados uno a uno para confirmar su buen estado. A los cimbeles se les trasladaba a su jaula y los reclamos a su cajonera correspondiente. Todos recibían ese día alguna golosina como premio y como refuerzo de su alimentación tras una larga jornada de trabajo.
Los pajariteros de hoy: los días contados
Lástima da recordar aquellos días.
Una afición como esta, que tiene mucho de vocación, que ocupa todos los días del año, que supone incontables esfuerzos personales y económicos y que precisa de una dedicación culta y preparada, está siendo atacada de la manera más inmoral.
Las labores con las que disfrutan los pajariteros, la selección de sus pájaros y su entrenamiento, el campeo, sus cuidados diarios, el entrenamiento de los cimbeles y otras muchas cosas que se llevan horas de su vida a raudales, corren peligro de perderse para siempre y con ello esta extensa y valiosa cultura.
Sus males comenzaron con la publicación de la Ley 1/1970, de 4 de abril, de caza, que trajo la creación masiva de cotos en donde tenían prohibida su entrada, no se entiende muy bien por qué motivos, cuando es una modalidad que no causa ningún perjuicio a las otras especies de caza, y por añadidura, teniendo en cuenta la naturaleza de su práctica, de difícil fuga u ocultación en caso de delinquir, y con una localización fija muy sencilla de controlar dada la inamovilidad de sus participantes.
Más tarde los de siempre, los de la ideología sandía —aparentemente verde o ecologista en su aspecto exterior, pero roja o marxista en el interior de su realidad más íntima y verdadera— no tienen otra cosa que hacer que atacar para conseguir la abolición de este arte centenario, si no milenario. Les da igual que gran cantidad de sus practicantes sean personas de una avanzada edad que solo tienen en su vida el ser pajariteros como ilusión diaria. Les da igual que muchos de ellos, de clase modesta, mantengan esta disciplina con grandes esfuerzos económicos para sus menguadas economías. Son pocos los practicantes de esta modalidad, y a buen seguro en pocos años no quedará ninguno por falta de renuevo, pero no importa, no pueden esperar a que decaiga por sí misma, tienen prisa por aniquilar una tradición. Les da igual todo, pero premeditadamente atacan al más débil.
Con ellos vinieron las limitaciones actuales en números de capturas, de manera que los cupos que se conceden son irrisorios y desmotivan enormemente, ya que trabajar todo un año para luego poder salir de caza a por un manojillo escaso de pájaros, no tiene mucho fundamento. Luego vinieron las supresiones de este tipo de caza en alguna de las Españas que tenemos. Los Reinos de Taifas que nos hemos dado no hacen más que crear problemas donde antes no los había, dando rienda suelta a los dictadorzuchos de tercera que ocupan los sillones de la Administración.
No es de extrañar que en un día de campo cualquiera alguno de los paseantes, bicicleteros, senderistas o cualquier otro practicante de algunas de esas actividades dimanantes de la modernidad urbana, llamen urgentemente a la Guardia Civil si avistan a algún pajaritero con su red en el campo, porque supuestamente es una actividad ilegal o furtiva. En definitiva un ataque gratuito más a lo rural y tradicional.
Atrás quedarán los años en que, como buenos interesados en fomentar el conocimiento de las especies de su afán, se implicaban en los estudios científicos en los que se les solicitaba su cooperación, como podría ser el remitir al Centro de Emigración de Aves, sito en el Museo de Ciencias Naturales, cuantas anillas portasen los ejemplares capturados, como se muestra en las imágenes adjuntas. Los hombres de ciencia, de la ciencia seria y útil para la sociedad, se lo perderán por culpa de estos pseudocientíficos oportunistas.
Se pretenden los amos de la naturaleza, los poseedores de la verdad, y todo lo que intercepte sus oscuros planes, que ya empiezan a aclararse, ha de ser barrido. Se inventan informes falsos y hasta cambian el nombre a las aves porque solo los que ellos utilizan son los preferentes y preponderantemente adecuados. ¿Desde cuándo el Verdecillo (Serinus serinus) es un Serín verdecillo? ¿Y el Lúgano (Carduelis spinus) un Jilguero lúgano? Existen otros ejemplos de aves con el nombre caprichosamente trastocado, pero catalogadas fuera del grupo que en este trabajo nos ocupa.
Argumentan que esta actividad es extinguible porque para obtener aves cantoras de la familia Fringillidae se pueden y deben criar domésticamente y no detraerlas del campo, pero nos mienten y mienten a los políticos de la Administración que ingenuamente les creen, porque eso es simplemente imposible técnica y económicamente para los modestos recursos de sus practicantes, cuando además no existe ningún informe científico serio que avale que las capturas realizadas estén perjudicando las poblaciones salvajes. Pero esa es la trampa en la que han caído los pajariteros, la que ellos les han tendido; el intentar justificar este tipo de caza como una práctica inexcusable para poder hacerse con algunos ejemplares para el canto, aunque esa sea una parte de la realidad tan solo. La realidad completa es que este ejercicio es una actividad de caza en sí misma, que tiene como objetivo adicional la tenencia de los especímenes para el canto y por tanto para la caza.
El chantaje roza el esperpento cuando todos los años han de organizar las grotescas y ridículas fiestas de la suelta, donde devolviendo la libertad a algunos ejemplares se pretenden congraciar con sus detractores y con la sociedad en general. Como si hubieran hecho algo execrable y pretendieran lavar su culpa.
No hay nada más que ver como se les ha cambiado el nombre a estos aficionados. Antes eran, como dije antes, simples ‘pajariteros’ o ‘cazadores de red’. Ahora son ‘silvestristas’. Vaya nombre más almidonado e inadecuado. La dictadura de lo políticamente correcto para los de siempre, no solo cambia el nombre de las aves a su antojo, sino que también se atreve con una actividad asignándole un nombre totalmente impropio y desacertado en donde la palabra caza ha desaparecido, porque es incorrecto para los totalitarios que nos imponen su pensamiento único.
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