Sobre la gestión del lobo

Con un peso en torno a los 30 kg, el lobo (Canis lupus) es el mayor de los dos cánidos silvestres que habitan la Península Ibérica. Es un depredador social especializado en la caza de ungulados, pero capaz igualmente de aprovechar basuras y otras fuentes de alimento. Las hembras dominantes de cada manada tienen, en primavera, camadas de tamaño muy variable, frecuentemente entre cinco y seis lobeznos.


Históricamente presente en toda la península, su categoría UICN actual en España es Casi Amenazado, aunque existen situaciones diversas. Por un lado, la nutrida población del cuadrante noroeste peninsular en general se encuentra en expansión. Por otro, hay una población relicta de situación incierta en Sierra Morena y, finalmente, está la reciente colonización de áreas del noreste (Pirineo) por lobos originarios de la población italo-francesa (Blanco y cols. 2007). Especie mediática y controvertida donde las haya, el lobo es percibido a la vez como una amenaza para los ganaderos, un preciado trofeo para los cazadores, un superpredador capaz de contribuir a la regulación de la sobreabundancia para los ecólogos, una vaca sagrada para el público menos informado, y un quebradero de cabeza para políticos y gestores (Oroschakoff y Livingstone 2017).

Tendencias demográficas

El lobo se encuentra en expansión en Europa (Chapron y cols. 2014), y también en la mitad norte de España. Pero las cifras de caza declaradas por las Comunidades Autónomas no reflejan esta tendencia, seguramente porque no siempre se declaran los ejemplares controlados por las propias administraciones por daños al ganado, que seguramente sobrepasan con creces el número de cazados. Y por supuesto tampoco aparecen los lobos eliminados de forma ilegal. En lo que va de siglo XXI, sólo Castilla y León declara lobos cazados (1244, entre 37 y 122 al año).

Gestión

El lobo cumple una misión importante en los ecosistemas bien conservados: contribuye a la regulación de cérvidos, jabalíes y mesocarnívoros, provocando múltiples efectos en cascada (Ripple y cols. 2012 y 2013, Tanner y cols. 2019). El problema es lo que definimos como ecosistemas bien conservados, y dónde encontrar el equilibrio con otros usuarios del medio, particularmente los ganaderos. Desde el conocimiento científico, pocos discuten la necesidad de controlar las poblaciones abundantes de lobo cuando estos afectan de forma severa a los intereses ganaderos (Sáenz de Buruaga 2018).

En nuestra opinión, la forma más sensata de llevar a cabo este control es la caza. Si en España había 2.000 lobos hace 15 años (Blanco y cols. 2007) y su expansión ha continuado desde entonces, parece razonable aprovecharlo como recurso cinegético, y no sólo al norte del Duero. El control de lobos por parte de las administraciones implica gastar dinero público en una actividad que, bien gestionada, generaría recursos económicos y contribuiría a mejorar la percepción del mundo rural sobre el lobo.

Comparte este artículo

Publicidad