¿Es sostenible la caza de la tórtola?

Un verano más, nos toca hablar de la tórtola común. Y un verano más, vuelve a aparecerse el fantasma de la moratoria. Lo cierto es que podríamos hablar de la imparable degradación de nuestro medio agrario que ha provocado el declive de esta especie, o incluso señalar que nuestras administraciones públicas han hecho poco a nada durante estos años para evitar llegar a esta situación.


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  Tórtola
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Sin embargo, merece la pena pararse en el principal argumento que, más allá del procedimiento abierto por la Comisión Europea, se repite estos días para justificar una eventual suspensión de la caza de la tórtola, que viene a ser que cazar una especie que ha sufrido un descenso poblacional tan marcado en las últimas décadas es una temeridad que pone en peligro su supervivencia.

Y merece la pena pararse en este punto porque se da la paradoja de que bajo ese criterio bien podría reclamarse lo mismo para toda la fauna agraria cinegética a lo largo y ancho del viejo continente. Por tanto, puede que la pregunta que hoy debamos hacernos con la tórtola como telón de fondo sea si resulta compatible el actual estatus poblacional de nuestra fauna agraria cinegética en general, y de la tórtola en particular, con un aprovechamiento cinegético sostenible.

La Política Agraria Común ha desencadenado el declive de gran parte de nuestras aves esteparias

Empecemos por lo importante. La Política Agraria Común, o más bien las exigencias de extraer rentabilidad del medio natural a toda costa, han desencadenado el declive de gran parte de nuestras aves esteparias. Seguro que nadie se lo imaginó, pero cuando se normalizan prácticas como volcar toneladas de fitosanitarios en todos los formatos y épocas del año, o labrar y cosechar los campos hasta en primavera pasan estas cosas.

Y es que los pajarillos nos han salido caprichosos y les da por morirse o criar mal. La cuestión es que todo apunta a que la calidad de los ecosistemas agrarios europeos no va a mejorar sustancialmente a corto plazo, por lo que la gestión de su fauna cinegética deberá planificarse en el actual contexto de degradación. En este sentido, y viendo los declives experimentados por tórtolas, perdices y codornices en las últimas décadas cabe plantearse dos escenarios posibles.

1) Una suspensión progresiva de la caza de estas especies

2) Una gestión cinegética adaptada a este nuevo contexto. Vayamos por partes.

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Suspensiones y moratorias

En primer lugar, conviene empezar por señalar que la suspensión de la caza de una especie agraria como la tórtola común podría no tener un efecto tangible en su recuperación poblacional. Puede que a más de uno le salga humo por las orejas, pero la paradoja de que dejar de cazar una especie no tenga por qué reflejarse en una mejora poblacional significativa es compleja y atiende a cuestiones de ecología de poblaciones animales y a la capacidad de nuestros ecosistemas para sostenerlas.

Esta complejidad ecológica explica que especies protegidas, como lechuzas, gangas o aguiluchos cenizos, sean cada día más escasas, mientras otras que son cazadas por centenares de miles como jabalíes o conejos no paren de incrementarse.

De esto se dieron cuenta hace años los gestores de la pesca en ríos trucheros, comprobando que las vedas temporales que establecían en ríos concretos e incluso en regiones enteras no representaban una mejora significativa de las poblaciones de trucha, ya que eran las condiciones anuales del río, es decir, el hábitat, el factor que determinaba la abundancia anual de este salmónido.

Volviendo a la tórtola, esta pequeña columbiforme dejó hace años de reproducirse en amplias áreas de la Península Ibérica donde previamente desaparecieron los elementos claves de su hábitat (agua, semillas silvestres y cereal). Es decir, no es la especie la que ha retrocedido estos años, sino su hábitat.

Con la llegada de una supuesta moratoria se presupone el regreso primaveral de un mayor número de ejemplares al continente europeo

Con la llegada de una supuesta moratoria se presupone el regreso primaveral de un mayor número de ejemplares al continente europeo. Sin embargo, este plus de reproductores no supondría la recolonización de dichas zonas, ya que seguirían sin disponer de las condiciones de hábitat exigidas por estas aves.

Por otro lado, están las zonas donde aún se conservan los elementos clave del hábitat de la tórtola, en las que casi sin excepción existen poblaciones reproductoras. Es decir, donde se conserva su hábitat la tórtola manifiesta en general una buena capacidad reproductora, lo que explica que aún exista una población considerable de esta especie.

Estas áreas reproductivas albergan solo en la Península Ibérica cientos de miles de parejas nidificantes, pero la posibilidad de que el regreso de más ejemplares por efecto de una moratoria produjera una expansión de dichas áreas o el incremento de sus densidades sería muy limitado si antes no se producen mejoras significativas en la idoneidad de los hábitats que las integran o las rodean, algo no esperable a medio plazo.

Es probable que la mayor incidencia de una moratoria se concentrase en las áreas reproductivas marginales donde la disponibilidad de hábitat es reducida y de escasa calidad. En estos lugares las tórtolas tienen un menor éxito reproductor, por lo que el regreso de un mínimo de ejemplares a la primavera siguiente adquiere mayor importancia, dada la filopatría de la especie.

Dicho esto, resulta verdaderamente difícil encontrar un lugar donde se hayan conservado mínimamente los elementos clave del hábitat de la tórtola, y en los cuales no queden parejas reproductoras. Es decir, la experiencia muestra que antes que ellas, desaparece su hábitat. En este sentido, resulta cuestionable que las extracciones dispersas producidas por la práctica cinegética pudieran llegar a causar extinciones locales de la especie en este tipo de zonas más vulnerables; de hecho, y siendo solo un ejemplo, podría tener perfectamente más incidencia en esta línea la presencia en estos enclaves de rapaces como los azores, con abundancias crecientes y que manifiestan una alta predación sobre los pichones.

En todo caso, esto no deja de ser una hipótesis del efecto que pudiera tener una potencial moratoria, fruto de los años de investigación y seguimiento que hemos dedicado a esta especie. Sin embargo, resulta verdaderamente estremecedor que las administraciones públicas no cuenten con estudios que aborden rigurosamente el efecto real que tendría esta medida en las poblaciones reproductoras de tórtola común.

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¿Se estudiará el efecto de las moratorias?

Así, cabe preguntarse si en aquellas comunidades autónomas donde se ha aplicado la moratoria de la tórtola, como es el caso de la Comunidad Valenciana, o en las que recientemente se ha reducido el número de jornadas de caza, se han establecido paralelamente mecanismos de seguimiento poblacional para conocer a corto-medio plazo si esta medida tiene algún efecto en las abundancias de reproductores de dichas regiones. La respuesta explica por sí sola cómo y por qué se están haciendo las cosas.

Datos que dejan mucho que desear

Por si fuera poco, los datos oficiales utilizados para concluir que el aprovechamiento de esta ave es insostenible dejan bastante que desear. Por ejemplo, la estadística de capturas del Ministerio de Agricultura, que recoge la información asumida por la Comisión Europea, señala que en 2016 se cazaron 890.000 tórtolas en España, el doble de las 430.000 indicadas para el año 2006.

Cualquier persona que conozca un poco la actividad cinegética patria convendrá que, si cada año se reducen tanto el número de cazadores como el número de tórtolas, resulta poco menos que un disparate que el número de capturas se haya doblado en la última década.

Los datos oficiales utilizados para concluir que el aprovechamiento de esta ave es insostenible dejan bastante que desear

Esta misma estadística, conformada con los datos que los cotos entregan a las CC.AA., refleja que se capturaron 2,6 millones de palomas en el año 2016, no solo en la media veda sino en toda la temporada. Por tanto, según estos datos, la proporción de tórtolas/palomas cazadas durante la media veda estaría en un rango de 1:2 a 1:3, lo cual tampoco es creíble, teniendo en cuenta la aplastante hegemonía de la paloma torcaz durante el periodo de caza estival. Pero la cosa no queda aquí.

Cuando estos datos de capturas son confrontados con los de parejas reproductoras existentes en nuestro país para comprobar si se extraen más ejemplares de los adecuados, nos encontramos que los inventarios sobre los que deberían estimarse dichas poblaciones son directamente inexistentes, por lo que los informes que abordan la sostenibilidad de la especie se llevan a cabo con aproximaciones gruesas basadas en pocas horas de muestreo y muchas de ordenador. La explicación a esta situación es sencilla, ni Ministerio ni Comunidades Autónomas han invertido estos años recursos para conocer con un mínimo rigor el estado poblacional de nuestra fauna cinegética agraria ni las capturas que cada año se producían de estas especies. Y francamente, tampoco puede decirse que los representantes del sector cinegético hayan presionado lo más mínimo para que esto ocurriese.

La prensa, difusora de estos datos

El problema de dar carta de naturaleza a este tipo de datos y desarrollar conclusiones de calado construidas sobre ellos es que podrán tener amparo institucional o legal, pero no disponen de ningún tipo de rigor técnico. Otro problema añadido es la reproducción sistemática y acrítica de estos datos por la prensa y el conservacionismo de epicentro urbano, generándose una imagen social de la situación absolutamente sesgada y dramatizada.

Cualquiera que disponga de unos conocimientos mínimos sobre la media veda y la caza en puesto entiende que si una especie es escasa, el número de ejemplares abatidos también lo es. Cazar una especie como la tórtola implica dificultades, y por cada ejemplar capturado, son muchos más los que regresan a África. Lo que vuelve a ser un disparate es afirmar que la especie se encuentra al borde de la extinción, para a continuación señalar que cada año es cazado casi un millón de ejemplares en España. En esta barra libre del sinsentido y el reduccionismo hay quienes se lanzan a comparar la situación de la tórtola común con la del urogallo e incluso con la de paloma migratoria americana. Es evidente que la tórtola ha experimentado un marcado declive como tantas otras especies agrarias, pero eso no justifica una actitud tan deshonesta y que no trabaja por un aprovechamiento cinegético sostenible, sino por una estigmatización social de la caza de la especie.

En definitiva, y respecto a la aplicación de una moratoria podemos concluir las siguientes cuestiones.

  • En primer lugar, no existen datos que puedan ni prever ni monitorizar la eficacia de una eventual suspensión de la caza, que bajo nuestro punto de vista tendría una incidencia poblacional muy limitada.
  • En segundo lugar, la ausencia de estudios y datos que puedan avalar rigurosamente la sostenibilidad de la caza de la tórtola ha abierto la puerta a una demonización del aprovechamiento de la especie basada en planteamientos moralistas y puramente simbólicos en los que la efectividad de la moratoria está ya fuera de la cuestión. El problema de la aplicación de la medida en estas circunstancias es que, a cambio de una dudosa incidencia positiva sobre la especie, se produce la pérdida de una parte importante de la cultura cinegética y rural de nuestro país y se establece un precedente nefasto en el que la actividad cinegética hace de chivo expiatorio de una política agraria absolutamente insostenible.
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Alternativa a la moratoria: gestión sostenible adaptada al nuevo contexto

Frente a la suspensión de la caza, nos quedaría una segunda opción, y es plantear una gestión de la fauna cinegética agraria que adapte su aprovechamiento a las posibilidades del recurso y asegure su viabilidad a largo plazo. Este enfoque tiene una máxima forestal, y es que asumimos que, siempre y cuando resulte sostenible, aporta mucho más beneficio social, económico y cultural que se siga realizando un aprovechamiento, por mínimo que resulte, a que dicho aprovechamiento se extinga.

En el caso del sector cinegético, salvaguardar estos aprovechamientos supone la conservación de miles de siembras llevadas a cabo por sociedades de cazadores, así como mantener viva una llama contra las políticas agrarias que perjudican a estas especies objeto de caza y que puede ser determinante en un futuro.

En el caso de la tórtola se ha producido en las últimas décadas una marcada reducción de su hábitat reproductivo, de forma que la superficie con presencia de parejas nidificantes se ha retraído sustancialmente. Una gestión técnica adaptada a estas nuevas circunstancias debería, a grandes rasgos, evaluar qué población post-reproductora generan estas zonas en cada Comunidad Autónoma y posteriormente estimar el número de ejemplares que podrían extraerse.

Se ha producido en las últimas décadas una marcada reducción de su hábitat reproductivo

Al igual que con el comercio de emisiones de gases de efecto invernadero, las Comunidades Autónomas deberían disponer de una suerte de derechos asignados por el Ministerio, justificados previamente y basados en las posibilidades de su región. Una vez asignados tales derechos las regiones deberían traducirlos en cupos y jornadas hábiles adaptadas al número de cazadores que practiquen la modalidad en dichas autonomías. Para que un planteamiento de esta índole tuviera una aplicación eficaz, más allá de la imprescindible dotación presupuestaria y de recursos humanos necesarios, deberían darse las siguientes condiciones previas:

1 — En primer lugar, debería de existir una presencia en campo de policía ambiental con la que actualmente no cuenta nuestro país. Es decir, es probable que las restricciones recientemente incorporadas a las órdenes de vedas sean más que suficientes para hacer de la caza de la tórtola una actividad sostenible, pero sin instrumentos de vigilancia que garanticen su aplicación son poco eficaces. Los escasos efectivos con los que cuenta el SEPRONA y Agentes Forestales, y la fuerte dedicación de estos últimos a la campaña e incendios durante la media veda, impiden hacer una vigilancia efectiva de la aplicación de cupos y restricciones. Es una lástima, pero está visto y comprobado que algunas prácticas y dinámicas no desaparecen hasta que no llegan las denuncias.

2 — Por otro lado, haría falta la presión y empuje de un sector cinegético verdaderamente interesado en que este tipo de gestión adaptada, que requiere de limitaciones y sentido de la responsabilidad, llegase a buen puerto. Genera bochorno que algunos se hayan empeñado en vincular la defensa de la caza de la tórtola a las virtudes de los cebaderos cuando, paradójicamente, la desaparición de este tipo de tiradas sería casi lo único positivo por una cuestión de higiene ética. Puede que aquí haya un problema generacional, pero quienes derivan el problema de la tórtola a Marruecos, ven en toda autolimitación un retroceso, o tienen la actitud de querer morir con las botas puestas, no están preparados para abanderar los cambios que una gestión de estas características requiere.

3 – Finalmente, resultaría esencial que las ONGs conservacionistas priorizaran la búsqueda de sinergias con el sector cinegético para revertir las actuales políticas agrarias y presionaran a las administraciones para que dedicaran recursos a una correcta gestión cinegética. El problema es que esto resulta incompatible con una línea de acción que persigue y se felicita de la suspensión de modalidades de caza, lo cual refleja en sí mismo una falta de empatía e incluso cierto desprecio hacia quienes sufren o sufrirán tales restricciones. No se tejen alianzas con una mentalidad maximalista, sino buscando puntos comunes desde el respeto y la comprensión a posiciones culturales en relación a la fauna que no tienen por qué ser necesariamente las tuyas. Asimismo, que existan cazadores que desarrollen prácticas vergonzosas y propias de impresentables no justifica generalizar y estigmatizar a decenas de miles que cada media veda cazan sensatamente y con arreglo a la ley. Hace falta mucho más sentido de la responsabilidad y altura de miras, principalmente porque quien sale perdiendo de todo esto es nuestra biodiversidad agraria.

En definitiva, si bien la opción de un aprovechamiento cinegético adaptado al nuevo contexto garantizaría a largo plazo tanto la sostenibilidad de la caza de la tórtola como la del resto de fauna agraria, es también la opción que más esfuerzos implicaría a todos los actores de esta función. De hecho, es probable que algunos sientan la tentación de dar estas especies cinegéticas por amortizadas, unos porque les genera conflictos de intereses y otros porque directamente este asunto les queda grande. Lo que resulta evidente es que existen alternativas, y que el discurso de lo inevitable no tiene cabida en un país con unos recursos económicos y capacidades humanas como el nuestro. Esperemos que la situación de la tórtola común sea un revulsivo para empezar a hacer las cosas bien, y no la consolidación de una gestión cinegética caracterizada por la inacción y la falta de planificación.

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