El declive del zorzal o cómo se gestiona la caza menor en España

Quienes nos dedicamos profesionalmente a la gestión y al estudio de la fauna salvaje solemos recurrir a tres vías de información para saber cuál es la situación de las especies en las que estamos interesados.


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Foto: Andreas Trepte

La primera de estas vías es la lectura de los trabajos, estudios y artículos técnicos y científicos que se realizan sobre dichas especies en Universidades, Centros de investigación u otros organismos públicos (comunidades autónomas principalmente). Una revisión periódica de esta información nos permite estar al día acerca de las tendencias y problemáticas de según que especies.

En segundo lugar, está tu propia experiencia de campo. Un buen técnico debe cultivar y filtrar su criterio a base de experiencias de campo propias, frecuentes y variadas.

Y, en tercer lugar, y no por ello de menor importancia, está la información procedente de colegas de profesión, técnicos de la administración, aficionados y amigos de confianza, guardas y agentes profesionales; quienes en su conjunto nos pueden facilitar datos serios y fiables de multitud de especies y regiones.

Así, la integración de estas tres vías de conocimiento nos permitirá acercarnos con bastante rigor a la situación y problemáticas reales de una especie o conjunto de especies en cuestión.

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Foto: Mark Kilner

El declive del zorzal

Atendiendo a este decálogo personal, durante los últimos años me vienen llegando voces respetables de diferentes regiones de España señalándome el marcado declive experimentado por el zorzal (principalmente zorzal común Turdus philamelos, y complementariamente zorzal alirrojo Turdus iliacus, ambas migratorias invernales). Dichos lamentos proceden en su mayoría de aficionados a la caza de esta especie en zonas con una elevada densidad tradicional de pájaros o tordos, y donde se viene consolidando en los últimos años un descenso en el número de capturas que ya resulta alarmante.

Cabe decir que la evolución del número de capturas de una especie en aquellas zonas donde su caza se viene practicando de forma similar durante años es el mejor test para saber por donde van los tiros. Y, nunca mejor dicho, porque los tiros cada vez son menos.

Por lo visto, son muchas ya las líneas de puestos tradicionales en las que antaño «se tiraban cajones de cartuchos», y que actualmente apenas alcanzan para abatir unas docenas de zorzales.

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Cambios en la caza de estas especies

Asumiendo este marcado descenso en las capturas, conviene apuntar algunas consideraciones sobre los cambios experimentados en la caza del zorzal durante los últimos 15-20 años. En este periodo, puede que incluso desde algunos años antes, no hemos sido pocos los testigos de un incremento exponencial de la presión cinegética ejercida sobre el zorzal en nuestro territorio.

Por un lado, numerosas fincas privadas aprovecharon los importantes pasos invernales de estas aves para establecer y comercializar líneas de puestos en las que tanto italianos como españoles han venido realizando tiradas en las que las capturas acumuladas eran ostentosas e indecentes, por decir algo sutil.

Paralelamente, y coincidiendo con el hundimiento poblacional de las principales especies de caza menor autóctonas, los cotos ligados a términos municipales o de pueblo así como los cotos privados convencionales, empezaron a poner el foco en esta pequeña ave, hasta hace poco ignorada por la mayoría.

Así, en muchos de estos acotados se establecieron incluso jornadas excepcionales y añadidas al calendario del resto de especies para poder cazar los pájaros en puesto o en mano. De hecho, en algunos casos fueron las mismas federaciones de caza quienes emplazaron a la administración la extensión del calendario cinegético para disponer de más días de caza hábiles para el zorzal.

Todo este incremento en el número de jornadas de caza dirigidas hacia esta pequeña migratoria invernal ayuda a entender en qué medida la presión cinegética ejercida sobre el zorzal se habría disparado durante los últimos años.

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Escasos o nulos estudios

Llegados a este punto, resultaba esencial revisar la información oficial disponible de carácter técnico y científico para contrastar con datos rigurosos lo que hasta ahora pudieran ser solo percepciones de un potencial descenso.

La búsqueda no pudo ser más infructuosa. Cualquier interesado puede comprobar la total ausencia de estudios publicados financiados o desarrollados por la administración pública (comunidades autónomas y Ministerio) que aborden el seguimiento poblacional del zorzal en sus cuarteles de invernada o sus potenciales problemáticas. Por si fuera poco, no parece que este túrdido haya sido una especie de interés para los investigadores de nuestro país, con una ausencia abrumadora de artículos y estudios científicos que aborden sus problemáticas o evalúen su actual tendencia poblacional.

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Datos de captura

Sumado a esta carencia de trabajos técnicos, llama la atención la escasa fiabilidad de los datos de capturas ofrecidos por las diferentes administraciones públicas. Aunque estos datos son entregados por los acotados anualmente como exigencia legal, en muchos casos las cifras están más cercanas a haberse decidido boli en mano antes de la entrega de los partes de capturas que a un seguimiento real durante la temporada.

Así pues, no parece que los datos oficiales de capturas resulten muy útiles para analizar si el descenso del zorzal va más allá de una percepción observada en campo, ni tampoco para evaluar si el potencial declive fuera de carácter generalizado o estuviese restringido a zonas. Es decir, en conjunto no se dispone de información oficial que permita evaluar cual es la actual situación del zorzal en nuestro país con un mínimo de rigor científico-técnico.

Riesgos de la falta de datos

Visto todo lo anterior, cabe preguntarse en qué información se viene basando la administración pública para asignar los días de caza hábiles o el potencial número de zorzales que cada año pueden cazarse. Es decir, ¿cómo se puede asegurar que se extraen del medio natural el número de zorzales que hacen su caza sostenible si se desconoce su estado y tendencia poblacional?

También cabe preguntarse en qué lugar quedan los Ingenieros de Montes, Forestales y Biólogos si las decisiones de gestión no se fundamentan en base técnica alguna. Esta situación, que deja amplias dudas sobre cómo se hacen las cosas a nivel técnico, abre además un delicado flanco jurídico en el que la administración difícilmente puede asegurar el cumplimiento de la legalidad vigente, es decir, la conservación y fomento de las especies cinegéticas recogida en la Ley 42/2007.

Así, esta dejación de funciones de la administración posibilita la judicialización de las órdenes de vedas por parte de grupos conservacionistas que cuentan con argumentos sobrados para pedir explicaciones; algo que, por cierto, ya está pasando.

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Otras especies de caza menor

Lo verdaderamente preocupante es que más allá del zorzal y su declive, estas circunstancias se reproducen con exactitud casi milimétrica en la gran mayoría de especies de caza menor, sean migratorias o autóctonas.

Cada año las órdenes de vedas se reeditan sistemáticamente sin que puedan apreciarse cambios que incorporen las variaciones poblacionales que sufren nuestra fauna cinegética menuda.

¿Tan disparatado es hacer un estudio sobre el zorzal y establecer unos cupos razonables? ¿Acaso no hay profesionales capacitados ni recursos disponibles? Desafortunadamente, solo cuando llegan las resoluciones judiciales que visibilizan esta ausencia de información que justifique las decisiones de la administración es cuando empiezan a realizarse estudios a contrarreloj que intenten justificar, con mayor o menor fortuna, la continuidad de los aprovechamientos.

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Asegurar el futuro de la caza

Aunque esta crítica pudiera resultar dura, rehuir esta realidad es condenar la caza menor a medio plazo e impedir que los más jóvenes puedan disfrutar de las modalidades que pudieron disfrutar sus abuelos.

Puede que incluso la autocrítica sea vista por muchos como una amenaza para la propia actividad cinegética. Pero, por muy tentadora que sea la opción de envolverse en la bandera de la caza y abrazar un discurso identitario y autocomplaciente, ni el victimismo ni señalar permanentemente que hay gente en las ciudades a la que no le gusta la caza va a solucionar absolutamente nada.

Convendría empezar a exigir a las administraciones que ese respeto incipiente hacia la caza que empiezan a sentir algunos partidos políticos se reflejara en dotaciones presupuestarias específicas para contratar técnicos especializados y desarrollar estudios y programas de seguimiento poblacional de nuestras especies de caza menor.

Tampoco estaría de más exigir una intervención tajante en el actual modelo agrícola antes de que acabe extinguiendo o volviendo marginales a especies como la perdiz roja, la codorniz o la tórtola común.

Censos de especies

Un buen comienzo sería empezar a mirar a Francia y replicar sus censos nacionales de especies cinegéticas, así como las plantillas de expertos en gestión de caza y pesca que pueblan sus prestigiosos centros de la Office national de la chasse et de la faune sauvage.

Ahora bien, si la defensa de la caza menor va a quedar reducida a discursos y declaraciones institucionales vayan colgando la escopeta, porque lo que hoy se observa en el campo y en nuestras administraciones públicas no es nada esperanzador.

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