Antonio Contreras
Salía de tomar café cuando el típico vibrar del teléfono anunciaba una nueva llamada. Esto me hacía temblar. Con el reciente fallecimiento de mi madre el teléfono echaba lumbre, por el enternecimiento de los pésames, que te llevan al sollozo. Pero no, era mi buen amigo Rafael. Tenía un permiso de sarrio en el Pirineo francés y podíamos ir a verlo rodar por aquellas abruptas laderas mientras se pierde en el espacio el estruendo de un magnífico disparo.
Antonio Contreras
Hacía mucho tiempo que tenía olvidada esa zona de la finca a la hora de hacer aguardos, por lo que después de las lluvias del pasado diciembre, una tarde que disponía de tiempo y me encontraba con ese ánimo especial que nos hace falta para cazar, decidí dar una vuelta por sus encinas, ya que el año era temprano de bellotas. Había numerosos toques de guarro bajo ellas, pero ninguna señal que me hiciese pensar en un animal especial, o por lo menos eso pensé en aquel momento.