Cuánto complace al oído la variedad de cantos y, a la vista, la pelea de la campera con nuestra jaula; pero este idioma sólo es inteligible para el genuino cuquillero.
Mª Carmen Pacheco | 17/10/2012
…me estremezco cuando la oigo;
el corazón se me alegra y palpita con mayor entusiasmo y vehemencia;
esbozo una sonrisa;
la mirada se pierde en el frente, transmitiendo mis ojos, espejo en tantas ocasiones de la felicidad, una alegría especial, la que me origina esta caza.

Con su sola pronunciación, en mi subconsciente se emiten, como si de una conferencia se tratase, las diapositivas de la esencia, sabores y sinsabores que para mí supone esta tan especial, particular e íntima modalidad.
Puesto, sayuelas, banquillo, jaulas… todo se me amontona en la mente.
Aunque anhelándolo todo el año, llegadas ciertas fechas claves para nuestros reclamos, se incrementa mi deseo de encontrarme inmersa en una tertulia cuquillera, de dos o tres amigos, puristas todos ellos, casi invisible, porque nunca dejaré de ser una cuquillera en ciernes, empapándome y absorbiendo las distintas formas de proceder en esta
tan controvertida manera de cazar que necesito, como el aire que respiro, forme parte de mi vida, y de paso, volver a comentar cómo se está desvirtuando este tan ancestral arte.
No llevamos a cabo una modalidad ilegal, porque sabe Dios, desde cuándo es permitido ejercerla; sin embargo, seguimos sin estar bien vistos.
Denigrados y desdeñados;
tratados como carniceros;
los verdugos de la perdiz roja.
Considero que somos los que más trabas tenemos; en muchas comunidades cazamos a destiempo, por estar en manos de unos profanos en la materia; se requiere más terreno, ya que se nos obliga a dejar cierta distancia hasta las lindes, que también se debería aplicar en las demás modalidades.
Se nos impone un cupo cada año, porque hay que preservar el buque insignia de nuestra fauna, sin embargo, en los ojeos nadie se acuerda de este tema y parece que se encuentren inmersos en la guerra de Vietnam, con ansiedad porque no les da lugar a cargar el arma, la cual permite tres proyectiles, legalmente, pero ilegalmente...

Dónde dejamos a esos que se aficionan al reclamo por ser la última modalidad de la temporada con tal de seguir oliendo a pólvora.
Si alguno de estos señores fueran aficionados a la tauromaquia, no creo que, una vez finalizada la temporada taurina, entrasen en una plaza a lidiar una res brava, eral mismo, con tal de seguir viendo un capote acariciar el albero.
Para más inri, el orgánico o guarda de turno, les indica dónde se hallan los comederos, y como se suele ir a perdiz muerta, se junta el hambre con las ganas de comer, ambos buscando cantidad, en un caso, económica y en el otro, egocéntrica.
Si se da el caso que el cazador posee cierta soltura económica, puede adquirir sus pájaros a base de talonario, y eso, para los reclamistas que esta caza es un sentimiento hondo, es una falta de respeto hacia nosotros mismos y hacía la forma de ejercerla. En caso contrario, se van a la granja de turno, y con equis euros, adquieren un saco de perdices, y si luego ninguna es válida a su corto entender, hacen su pequeña contribución a la naturaleza, dejándola en libertad.
Pero la peor epidemia que afecta al reclamo es el ser humano, nosotros mismos, o mejor dicho, aquellos que buscando la peseta, porque esto viene de muy atrás, han ido plantando en nuestros campos semillas híbridas.
Por mucho que nos intenten convencer de que la mayoría de las granjas tienen conseguida la pureza —en chúkar ¿no?— y que sus crías proceden de parejas camperas, no nos quieran enredar señores, que tampoco queremos pasar por tarados o majaderos.

A fin de cuentas, la caza de perdiz con reclamo se está convirtiendo en una modalidad adulterada, confortable, factible y cómoda para quienes sólo buscan un número, y cuanto más elevado, mejor, abatiendo animalitos tontainas y lerdos, disfrazados, queriendo emular en la distancia a nuestra perdiz autóctona.
Aunque deseen hacernos creer que llevando las perdices tantos meses sueltas en el campo, se comportan de la misma manera que las aborígenes, a día de hoy no las quiero, a pesar de que cada jornada que pasa, por desgracia, me resulta más complejo hallar una perdiz roja.
En mis comienzos, por ignorancia, desconocimiento y otras circunstancias, he cazado, tanto en la jaula como en el campo, granjeras, heterogéneas, tontitas, pitas, como a cada uno le apetezca bautizarlas. Y poco a poco, en primera línea del frente, pude comprobar que esos animales no casaban con mi precaria forma de entender el reclamo en aquel entonces, a pesar de estar rodeada de esos que llevan una calculadora en el bolsillo porque pierden la cuenta.
Siento un gran respeto por todos aquellos que piensan diferente, porque cada uno caza lo que puede o quiere, pero mientras tanto, yo lucharé por lo natural, tanto o más como cuando lo hice para adentrarme en este mundo.
M Carmen Pacheco - Cuquillera
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Has conseguido encontrar las palabras exactas, y eso tiene mucho mérito.
Muchas felicidades, compañera.
Un beso.
Miguel D.G
un gran beso para tí, compañera.
Juan Antonio, ya sabes lo que te dije la otra noche sobre mí y sobre la caza.
Un saludo,
Cuquillera.

Un saludo.
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