La caza también es escuela
Meditaba este fin de semana —mientras esperaba a los zorzales a la vera de un ribazo, junto a la viña— que hay momentos de la actividad cinegética que se asemejan al quehacer de la vida misma.
Víctor Ferri | 31/01/2009
Esperamos a los zorzales como esperamos una oportunidad de trabajo o cualquier momento especial que nos da la existencia, y ahí estamos, con tesón, paciencia, amagados ante el medio, inmóviles y observando todo lo que nos rodea. Deseando que aparezca ese pájaro que nos deleitará con su vuelo, o ese trabajo que será nuestro sustento de por vida, o al menos por un tiempo.
Quizás nos burle, pero aunque esto ocurra, pacientes y perseverantes acometeremos el próximo lance. Aparentemente es un hecho normal en el día a día de esta actividad, pero si nos paramos a pensar, podemos llegar a la conclusión que enseñamos a nuestros descendientes conceptos básicos que les valdrán en el futuro de esta sociedad competitiva y efímera. De los fallos aprenderán a no perder la paciencia, saber esperar el momento, razonar que habrá siempre ocasiones de fortuna y contrarias, y no por ello, desesperar.
Enseñando respeto al compañero y a la pieza de caza, el esfuerzo de su captura, lo difícil del lance, su escasez, belleza y destreza —no hay cazador que no sienta perplejidad por un animal recién abatido—. Al mismo tiempo estamos ayudando a crear actitudes de veneración, admiración, altruismo, colaboración en equipo, y porqué no —después de esquivarnos el conejo o la perdiz que nos voló a última hora—, al buen humor y una aptitud optimista ante los retos. Son momentos que se graban en el «disco duro» de nuestro cerebro, e inconscientemente colaboran a la resolución de problemas y enriquecen nuestras relaciones personales.

© Ardeidas.
Los tiempos que corren no son los mejores para «La Caza», este uso básico del medio en la historia del hombre, degradado y arrinconado paulatinamente con el apoyo mediático de la intolerancia y del desconocimiento, fruto de una sociedad informatizada y al mismo tiempo analfabeta de lo bucólico, con saber virtual del mismo e incapaz de acercarse al conocimiento de sus raíces. Es la otra escuela, la del teléfono móvil, de la pantalla plana, televisión, radio, periódicos, Internet… con mucha información, sillón, golosinas, Coca Cola y poca práctica de campo.
Por último, pedir un poco de comprensión para los que nos encanta el campo, y que seguimos creyendo que el campo no ha cambiado, que los que hemos evolucionado somos los hombres y sus máquinas, obcecándonos en darle a éste un uso distinto al que realmente tiene. No digo yo que no se puedan dar otros aprovechamientos, incluso hasta sería recomendable añadir actividades a las tradicionales, pero siempre respetando la esencia y el alma del mismo.
Escucho y observo a los «anticaza», pero no estoy de acuerdo en que no enseñamos nada. Solamente pido educación, tolerancia y un poquito de jovialidad, normas que se viven en las cuadrillas de caza, auténticas escuelas de la naturaleza, a las que invito a más de un vocero disfrazado de zorro junto a algún tonto de la tele.
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