Para la descripción etnográfica, la caza de la perdiz con reclamo constituye un terreno apasionante, tanto por su implicación medioambiental como por su complejo ritual y simbólico.
Roberto Sánchez Garrido | 13/09/2008
Esta modalidad es polémica, entre otras cuestiones, por la estrategia utilizada y por darse en época de celo de la perdiz. La polémica tiene dos vertientes: por un lado, la del colectivo cinegético, con posturas encontradas entre partidarios y detractores, con una interesante y definitoria división territorial que lleva, no sólo a una influencia ecológica, sino también a los elementos definitorios de la caza. Y, por otro lado, está la crítica realizada desde los no-cazadores, autoridades y legislación cinegética, envuelta en los últimos meses en la polémica derivada de la posibilidad de su prohibición en base a las directrices de la Unión Europea.
Dentro del reducido espacio del puesto se ve el mundo a través de un agujero. Silencio. Desde las troneras observa el campo y el reclamo. Cualquier sonido, los movimientos del pájaro en la jaula, el viento, el más mínimo indicio es evaluado por el pajaritero. Todos los cuidados que ha proporcionado a la perdiz a lo largo del año se pueden resumir en una mañana. Acomodado en los escasos metros del puesto artificial, con la escopeta cargada y apoyada en la muletilla, se lamenta porque el pájaro no canta.

En esta modalidad no importa tanto el abatir una pieza como el trabajo del pájaro en la jaula.
El animal se mueve inquieto en la jaula, advirtiendo que a pocos metros alguien es testigo y juez de todos sus movimientos. Un cigarro tras otro y el pájaro sigue sin cantar, escena frustrante, más si cabe cuando ese día le acompaña una persona cargada de cuaderno y cámara de fotos.
«Al pájaro hay que darle tiempo», «No hay que tener prisa». Parece que estas frases provocan el embrujo y el pájaro comienza a cantar. La cara del pajaritero cambia, aumenta la tensión, no puede ocultar su nerviosismo: «El reclamo parece bueno», comenta.
Una perdiz merodea el lugar. A los cantos del enjaulado responde el campo en un destacado espectáculo sensitivo. El duelo de requiebros surte efecto y un macho entra en la plaza. El momento mágico lleva a una lucha de cantos entre dos pájaros encelados. Hay una especie de dialógica entre las perdices que finaliza con la intervención humana.
El reclamo debe entender la muerte de su contrincante como suya y no como elemento externo. Un mal tiro, referido no sólo a un posible fallo sobre la pieza, sino a los que están hechos en lugares no propicios, fuera de la plaza, puede suponer el fin cinegético del reclamo. La complejidad de estos temas es alta, ya que hay diversas opiniones sobre el momento del disparo, hacerlo o no cuando lo que entra es un hembra y no un macho, la distancia idónea, si se dispara únicamente a aquellos ejemplares que entran encelados y con ganas de batalla o se puede hacer sobre los que llegan más bien despistados, etc.

El cazador de reclamo realiza las veces tanto de actor secundario como de espectador en el ritual de esta modalidad, donde el verdadero protagonista es el pájaro.
El lance es, como entendemos para el resto de la caza, la base de esta modalidad. No es tanto el hecho de abatir la pieza como el trabajo del pájaro en la jaula, el recibimiento, el darles tiempo a que entablen un combate singular, sólo en el momento justo es cuando se produce el desenlace. El disparo enmudece por unos segundos el monte. Algo ha pasado y el campo lo sabe. Se hace el silencio. El reclamo comienza entonces un leve canto que va aumentando. «Eso es cargar el tiro», dice el cazador. El reclamo, consciente de su victoria, se ufana henchido de valentía llamando al campo. La emoción y la alegría del cuquillero es plena, el pájaro, ése que casi desespera por su tardanza, se ha comportado de forma excepcional. El recibo al macho campero lo ha realizado titeando. El nerviosismo del cazador ante el disparo, dice, ha sido tal, que ha dudado incluso de acertar con él. El reclamo es para el jaulero lo más importante y es su responsabilidad la de corresponder la labor que ha realizado en el puesto. En la dualidad vidamuerte la segunda es entendida como condición de la primera.
El cuquillero pasa todo el año pendiente de sus pájaros, con el objetivo de forzar una pelea entre iguales de las que él es el juez que determina sobre la vida o la muerte del ejemplar que entra en la plaza. Ese cazador que vive todo el año encelado, animaliza su conducta al participar del celo de la perdiz. Imitando los cantos fuera de los cazaderos se mimetiza con el reclamo y se convierte en perdiz por momentos, interpretando en el puesto el último acto de un cortejo, no siempre satisfactorio, que les llevará a ser uno. Una forma de entender la emoción del acto final atiende a este hecho, el alter ego de la perdiz, que no del hombre, juega la decisiva suerte de la victoria o la derrota, un mal disparo puede provocar la mudez definitiva, el miedo al campo y al fuego, a la vida más allá de los cuidados humanos, pero implica relacionalmente la derrota de un cazador que ha desaprovechado y ha herido una parte de sí mismo.
El cuquillero vive todo el año ‘animalizando’ su conducta al participar en el celo de la perdiz.
Los apuntes esbozados sirven para ilustrar un tema etnográficamente apasionante, técnicamente complejo y teóricamente sugerente, que da pie a la reflexión sobre temas clásicos dentro de la antropología. La relación que se establece entre el cazador y sus reclamos es permanente. Si comparamos la pasión relatada por Geertz de los hombres balineses dedicados al cuidado de gallos de pelea, con los pajariteros españoles, vemos un nexo común, salvando las distancias temáticas, geográficas y culturales.
En la caza de la perdiz con reclamo se adivina un ritual, un espacio donde el cazador realiza tanto las veces de actor como las de espectador; actor porque él es el secundario y el tramoyista; espectador porque otorga el protagonismo a su pájaro, verdadero artífice de la historia.
Y narrando el acontecer de uno de los escasos(pero intensos) lances de los que suele disfrutar un cuquillero a lo largo de la temporada, haciendo hincapié que el verdadero reclamista no prima la cantidad de "carne", sino que basa su satisfacción en el trabajo de su reclamo, siendo mero juez y controlador de que se cumplan inexcusáblemente las distintas fases de la faena.
Y solo si al final el reclamo ha cumplido, pasara al doloroso (aunque algunos no lo crean) e inevitable momento de abatir el noble contrincante de nuestro pájaro, premiando su labor al creerse que su enemigo yace postrado y sumiso a sus pies, y de esta manera nuestro pájaro inicia el cante proclamando a los 4 vientos su victoria, como nuevo amo del collado.
Espero que su articulo sirva para despejar algunas dudas, y hacerle ver a los "pistoleros-pegatiros" que viven por la carne, que dentro de este gremio no tienen nada que hacer.
Le reitero mi felicitación.
Saludos a todos.
Makis.
Seguirá con su coleteo suave, casi inaudible, durante un periodo de tiempo más o menos largo, lo que se denomina "entierro" y posteriormente irá subiendo el tono, hasta cantar en voz alta, que eso sí que es cargar al tiro.
Si el pájaro es de los que titean, generalmente estará en el culo de la jaula y al tiro, cortará,
se levantará y al ver la perdiz muerta, hará el entierro y posteriormente cargara al tiro.
Estoy de acuerdo con la interpretación que se hace en el artículo pues, como dice mi buen amigo Juan Gómez, esto del pájaro es una filosofía de vida.
Se le pasa a uno el tiempo entre las manos disfrutando de esta preciosidad que es la perdiz y el campo, aunque, dicho sea de paso, yo no tengo nada claro cuando disfruto más si en el momento mismo del puesto o en el largo tiempo del mimo, la observación, el cariño,los garbanzos mojados, arreglándole el pastelillo a las jaulas, etc. etc.
Recientemente ha vuelto a mis manos una jaula de perdiz que resulta ser mi vida, me explico: cuando yo era un crio, ya estaba dentro de ella el excepcional "Matias", la jaula ya era vieja y yo cumplo en breve mis primeros cincuenta años, así es que no os podeis ni imaginar la alegría tan enorme que me he llevado al recuperarla y, por supuesto el año que viene la ocupará "Chimeneas", pues esa jaula sólo la ocupaba el primer espada...
En fin, anécdotas a parte, efectivamente la caza del reclamo es algo que algunos llevamos en la sangre, por que no podemos recordar desde cuando se está practicando en nuestro entorno más inmediato y disfrutamos durante todo el año de esta religión, rito, afición... llamadle como querais, yo me quedo con "filosofía de vida".
Ah!, yo tampoco había visto a nadie acercarse al pájaro con la "humosa" en la mano, el señor de la foto será un magnífico reclamero, pero el gesto no parece el más ortodoxo, en fin: cada uno es cada uno.
Saludos, enhorabuena por el artículo.
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