El gran jabalí de la noche de San Juan
El control de daños a la agricultura llevó a un cazador a realizar una espera en la noche de San Juan. La llegada del verano le deparaba una grata sorpresa.
El solsticio de verano es celebrado en toda la geografía española con ritos y tradiciones ancestrales, como es encender hogueras en las que se quema alegóricamente aquello que queremos dejar atrás. Este cazador celebró esta mágica noche cumpliendo su sueño. Abatiendo el mayor jabalí que ha cazado hasta la fecha.
Cazador apasionado de la espera del jabalí y la caza con podencos ibicencos
Este apasionado a la caza del jabalí, que tiene escrito es su estado de WhatsApp la frase «Si no estoy cazando, estoy pensando en ello», es el cazador alicantino vecino del municipio de Onil, Darío Marco. Se confiesa gran aficionado a la caza de conejos a diente, modalidad que practica con su cuadrilla de perros de la raza podenco ibicenco. Pero realmente la espera del jabalí es lo que literalmente le quita el sueño a este joven cazador.
La tarde del día 22 de junio, como cada fecha en la que sus ocupaciones laborales se lo permiten, se dirigió junto a su hermano Rubén a los terrenos del acotado en los que cazan habitualmente. Su intención era abatir alguno de los cochinos que están ocasionando graves daños en los cultivos de la zona.
El cazador posa junto al gran jabalí cazado en la noche de San Juan. Darío Marco es también apasionado de la caza de conejos a diente con podenco ibicenco.
Una apasionante y tensa espera al jabalí
En esta ocasión decidió apostarse en una siembra de trigo que acababa de ser recolectada y en la que los cochinos habían estado haciendo de las suyas durante la primavera. La luna iluminaba la noche, por lo que a los 45 minutos de estar en el puesto decidió cambiar de posición y situarse junto a un matorral para evitar ser visto por los jabalíes que habitualmente visitan la siembra.
A las 23:30 horas pudo oír las pisadas de un cochino que se acercaba a su lugar de ocultación. El esperista se quedó petrificado al ver que se trataba de un jabalí de enormes dimensiones y que portaba unas impresionantes navajas. El animal, ajeno a su presencia, se situó apenas a 5 metros a la espalda de la carrasca en la que Darío estaba apostado.
Entre las ramas del mato podía ver perfectamente al cochino mientras devoraba los granos de trigo que habían quedado en el suelo. No quería ni respirar y, por supuesto, no se atrevía a retirar el rifle de cerrojo, de la marca Sabatti, del trípode donde estaba colocado apuntando hacia el centro del rastrojo.
A menos de cinco metros y el jabalí se dio cuenta
El cazador se preguntaba a sí mismo «¿Cómo no me puede ver?». Después de unos eternos minutos. En una de las ocasiones en las que el cochino le dio la espalda, el cazador cogió el rifle y dirigió el cañón en dirección vertical. A Darío se le encogió el corazón, ya que ese instante coincidió con el momento en el que el macareno comenzó a hacer unos extrañas ruidos con su garganta. Lo que le hizo pensar que le había visto coger el rifle e iba a desaparecer en las sombras de la noche. Por suerte, no era ese el motivo, simplemente se había atragantado con alguna espiga e intentaba expulsarla.
El animal, una vez acabados los granos de la esquina del rastrojo en el que estaba comiendo, se dirigió hacia el centro de la parcela agrícola. Para ello tuvo que pasar a menos de tres metros del cazador, que permanecía con el cañón de su arma en posición vertical. Se decía «si me lo cuentan, no me lo creo. No me ve. ¿Cómo no me puede ver?».
Los nervios hicieron presa del esperista, que se repetía «menuda bestia y qué boca». Desconocía la existencia de un macareno de estas dimensiones en el coto, ya que no había visto sus huellas ni había delatado su presencia dejando la marca de sus colmillos en ningún rascadero.
El cochino intentó embestirle
El solitario se detuvo a seis metros y continuó alimentándose. Una vez le dio la espalda, bajó el cañón. Encaró el rifle y apuntó al impresionante jabalí. Esperó a que le ofreciera su costado para apretar el gatillo. La bala impactó a unos centímetros del codillo y derribó al animal. Pese a la cercanía a la que el cazador efectuó el disparo, el cochino se irguió e intentó embestir a Darío.
Tuvo que realizar un segundo disparo para evitar el ataque. Eran las 00:00 horas. La noche mágica de San Juan, cuando los sueños se hacen realidad, había premiado la templanza del esperista. Es el mayor jabalí que ha abatido en su vida. Portaba una espectaculares defensas pese a que tenía la amoladera derecha rota fruto del desgaste de la edad y los innumerables combates con otros machos que habría vivido a lo largo de su vida.
Un esperista no dispara a todo jabalí que aparezca
Darío se sentó para templar los nervios que aún le invadían después del apasionante lance vivido. Quería disfrutar antes de llamar a su hermano, que estaba situado en otro sembrado cercano. Dos minutos más tarde de efectuar los disparos, inexplicablemente irrumpió en la siembra una piara compuesta por seis hembras adultas y más de dos decenas de rayones. A pocos metros donde yacía el macareno. El esperista no disparó al grupo de hembras con crías, mostrando una vez más el respeto que profesan los cazadores a la fauna y lo selectivo del método de control poblacional, objetivo de esta jornada de caza.