Otros no pueden más que envidiar el vínculo de un cazador con su padre

A veces nos preocupamos más de lo que pueda pensar aquel que mantiene una posición contraria y beligerante contra la caza que de lo que siente el que sí es cazador. La caza hay que presentarla de manera correcta a la sociedad, pero nunca ocultar lo que nos enorgullece a los que la defendemos desde dentro.


Y lo que a mí más me humedece los ojos y me hace respirar hondo es el vínculo que une a un cazador con su padre.

Compartir noches en vela, madrugones, amaneceres, horas de camino, campo, naturaleza… Horas, días, años juntos y, lo que realmente importa: muy unidos.

Repito la primera frase: otros no pueden más que envidiar que nosotros compartamos todo esto con nuestros padres.

Y en un día como el de hoy debemos agradecer a nuestros padres que nos lo hayan enseñado. Que nadie se equivoque, no nos han obligado a ser cazadores. No nos han hecho cazadores. Simplemente nos han abierto una puerta a un mundo en el que todo lo demás se ha quedado pequeño.

Aquí no hay dogmas. No hay imposiciones. Hay educación. Hay formación. Hay respeto y hay un vínculo irrompible. El de un padre con su hijo, que es tan fuerte como el del hijo con su padre. Que es el mismo que el de una madre con su hija y el de una hija con su padre. El género no importa. Solo importa ese vínculo entre un vástago y su progenitor al compartir algo tan enorme como lo es la caza.

Esto no lo entenderá nadie que lo observe desde fuera. Solo podrá envidiarlo y, desde ese desconocimiento, criticarlo.

Allá ellos. Cuando se pueda, yo me iré con mi padre a cazar.

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