Los primeros días con mi perdiguero de Burgos
Bueno, lo de ‘los primeros días’ es un decir, porque me lo dieron con tres meses de edad. Y claro, en el caso de las perreras, asociaciones y demás lugares donde albergan y crían canes de forma masiva, uno los recibe sin socializar y con un despiste de aquí te espero, todo ello como consecuencia de haber estado recluidos desde que nacieron.
¿Por qué me hice con un perdiguero de Burgos? Porque cazo solo y, a pesar de mi edad, no he renunciado a cazar perdices rojas autóctonas al salto (aunque queden pocas). Tengo más perros, pero mis dos setters están especializados en cazar codornices y becadas. Y el teckel lo utilizo (o me utiliza él a mí, no lo sé) para la caza mayor. Bueno, y porque toda mi vida he cazado con perdigueros de Burgos, aunque antes no se llamaban así. No se adelantan, tienen buen morro, no se aspean, no se cansan nunca, paran bien, cobran de maravilla y están pendientes de mí en vez de yo de ellos. Para mí, ir en solitario a cazar perdices sin un buen perdiguero es como ir a esquiar en traje de baño.
¿Dónde compré el perro, a qué precio y a quién?
No lo compré, me lo regalaron. En aquella época, fui socio del Club Español de Amigos del Perro Perdiguero de Burgos. Como tal y por mi antigüedad, me correspondía un cachorro totalmente gratis en sustitución del adulto que se me murió, todo ello de acuerdo con las normas del Club, que conmigo no hacen excepciones de ningún tipo. Carlos Lorenzo (R.I.P.), presidente del citado Club, me lo entregó en las instalaciones que la Diputación Provincial de Burgos tiene cedidas al Club.
A efectos de comprar un cachorro, lo importante no es que sea caro o barato, lo importante es conocer sus ascendencias en lo que se refiere a la pasión por la caza, fenotipo, genotipo, grados de displasia, etc. Y a mí todo ello me lo garantizó el Club, al que no pertenezco ahora, pero sí antes y espero volver a afiliarme. Vale la pena gastarse un dinero que se lo cobraré cazando con un perro fenomenal.
¿Con qué edad debe comprarse un perro?
Lo ideal es hacerse con el perro en el momento del destete. Pero hay que dispensarle unos cuidados que el ritmo de vida actual no nos permite, motivo este, entre otros, por el que se suelen comprar con tres meses, después de vacunados, desparasitados y con salud suficiente para que tengamos garantía de que nuestro cachorro será capaz de sobrevivir en las perreras a prueba de fríos, calores, aislamientos, contagio de enfermedades propias de concentraciones caninas y un largo etcétera de todos conocido.
También se suele comprar el cachorro con tres meses o más para enseñarle casi de inmediato a hacer sus necesidades fuera del hogar, en el cada vez más raro caso de que se tenga el can en el domicilio particular.
Cada día ponen más trabas a la tenencia de perros
Las ciudades están cada día más vigiladas para que se recojan las heces caninas, se les lleve atados y con bozal. Lo de recoger las heces de los canes en la vía pública no me parece mal, pero el problema viene cuando el perro tiene descomposición, que, como en el caso de las personas, no es infrecuente. Y es que en las ciudades no quieren que haya canes porque ladran, mingitan y defecan. En España hay dinero para hacer campos de golf que riegan con el agua de la que se carece, pero no para habilitar espacios donde los perros puedan corretear y hacer sus necesidades. Este tipo de construcciones cuestan muy poco dinero y facilitarían mucho la labor de los encargados de limpiar las vías públicas, pero eso no permite recalificaciones de terrenos ni salir en las fotos inaugurando obras de postín. Oigan, que en los pueblos de nuestro Ruedo Ibérico ponen ya más pegas que en las ciudades para la tenencia de perros.
El problema se acentúa en esos pueblos dormitorio donde los capitalinos se meten a montaraces de fin de semana. Eso de dejar sueltos a los canes en los pueblos para que vivan a su libre albedrío ya casi pasó a la historia, a no ser —claro está— de que el pueblo sea muy pequeño. Pero lo de dejarlos sueltos también tiene sus inconvenientes, y no son otros que los derivados del impune robo. Si un perro es de raza y anda suelto, lo roban. Y si es un galgo, ande o no ande suelto, lo roban aunque tenga más años que Matusalén; luego, si no corre bien a la rabona o al trapo, pues lo matan, que por el mismo precio tienen otro.
El primer encuentro
Nada más ver a mi cachorro, me pareció oportuno ponerle de nombre Aarón, ya que morfológicamente se parecía mucho a los últimos perdigueros de Burgos que tuve. Los perros de caza que anteriormente hubo en mi casa los denominábamos cazallos. Sí que tenían algo del perdiguero de Burgos actual, pero mucho de todos los perros cazallos que había en la zona. Los perros vivían sueltos por el pueblo y no siempre se acordaba uno de cuando la perra iba a salir en celo. No obstante, se procuraba hacer una cierta selección racial sin que ningún gurú nos asesorara.
Mi queridísimo pueblo palentino está a 65 kilómetros de Burgos capital y a 15 de la provincia. En mi zona cruzábamos los perros cazallos con los que mejor cazaban del contorno; no obstante, de vez en cuando hasta los perros de los pastores nos montaban a las perras cazallas, como decía antes. En ocasiones, no nos desprendíamos de la camada, no; ya que si uno le daba el pálpito de que eran listos y tenían buena pinta, pues eran «seleccionados». Y claro, luego esos perros mixturados se cruzaban con otros cazallos. Pero, en resumidas cuentas, todos tenían el denominador común de que eran excelentes cazadores. En casa hubo perros inmejorables provenientes de vaya usted a saber qué remotos orígenes, si bien es cierto —insisto— en que, como todos los cazadores, cuidábamos mucho de que el cruce se llevara a cabo entre los mejores perros cazallos de la zona.
Yo, de mozo, me hacía con perros cazallos en los pueblos de los alrededores al mío, pero eso hace ya tiempo que se acabó. Los visitantes capitalinos nos engañaron regalándonos esas maravillas caninas exógenas; y claro, en esta España nuestra siempre copiamos lo ajeno. Lamentablemente, nos avergonzamos de lo nuestro, que casi siempre es lo que vale de verdad. Y cuando queremos darnos cuenta del error, ya no hay remedio.
El primer contacto
El perro se asustó al sacarle de su entorno, ver gente extraña a su alrededor e ¿intuir? el «cambio» que se le avecinaba. Yo, antes de meterle en el transportín del coche, le acaricié, le dejé que se marchara, me volví a acercar a él hablándole y acariciándole. Procediendo así, fue como empezó a olfatearme. En estas estuve un rato y, al final, con sumo cuidado y sin brusquedades de ningún tipo, le introduje en el transportín hablándole constantemente en el mismo tono, insisto. Cuando el transportín estuvo instalado en mi coche, le seguí hablando siempre en el mismo tono. Le dejé que me viera y que me oliera. Aarón estaba superasustado. Claro, durante el viaje devolvió, babeó, aulló y… se estresó demasiado. Pobre Aarón, al no haberse montado nunca en un coche, pues le pasó todo eso.
Cuando llegué a Vitoria, ya estaba preparada su perrera individual con todo lo necesario para su estancia en ella. Le bajé del coche hablándole en el mismo tono que cuando le conocí. Le cogí en brazos y lo llevé a su perrera. Dentro de ella le seguí hablando siempre en el mismo tono. Le acaricié. Y cuando comprobé que tenía comida y agua suficientes, me despedí de él siempre hablándole en el mismo tono.
Desde la misma perrera avisé a mi veterinario para que lo examinara lo antes posible; todo ello, a pesar de que me lo dieron vacunado y desparasitado. Creí imprescindible que un veterinario especializado fuera quien, nada más comprar un perro —o antes, si es posible—, le haga un chequeo en condiciones. Claro, después del chequeo inicial, es fundamental que el veterinario siga su evolución en lo que a salud, crecimiento, etc., se refiere. La salud de los perros hay que cuidarla igual que la de los humanos.
El primer paseo
A primeros de octubre, cuando el veterinario me dijo que ya podía sacarle al campo, yo estaba todavía adecuando mi puesto palomero de pasa en Montoria (Álava). Así que, junto a mi teckel, de nombre Kýrie, le llevé a la chabola para que se hiciera a mí en compañía de otro can que le quitara el miedo a los humanos en general y a mi persona en particular. Claro, durante el viaje devolvió en el transportín, como era de esperar. Pero yo ya estaba prevenido.
Cuando le dejé en libertad junto a mi teckel, estaba totalmente despistado. Todo le extrañaba. Todo lo observaba. Yo, mientras tanto, no le perdía de vista. Pero no le forcé a nada. De vez en cuando acariciaba a mi teckel y pronto el cachorro también quiso ser receptor de mis caricias. Eso me pareció muy bien. Acaricié a ambos a la vez y empecé a intuir que no iban a envidiarse. Los perros, al igual que otros animales, sienten celos, agresividad, aburrimiento, curiosidad, estrés, tristeza, alegría, etc. Pero los perros no piensan ni sienten como los humanos y no soy amigo de humanizar a ningún animal. Ellos actúan por impulsos que hay que comprender para obrar en consecuencia, ya que, al igual que los humanos, todos los perros no son iguales, ni en lo físico ni en lo psíquico.
Mis salidas al campo acompañando a mi perdiguero de Burgos
A los dos días, o así, de ir juntos mis dos canes a acompañarme mientras preparaba mi puesto palomero, el teckel comenzó a portarse de forma aviesa, como es natural en él. Pero lo peor fue cuando, como siempre, se marchó de mi lado para volver a las dos horas o así a comprobar si todavía estaba allí. No entiendo su comportamiento. Y no lo entiendo porque durante las esperas nocturnas permanece a mi lado sin parpadear ni mover un solo músculo hasta que no disparo el rifle. El caso es que se marchaba lejos para dejar al cachorro abandonado y a punto de desfallecer. La primera vez me asusté mucho, pero todavía no sé cómo el cachorro volvió a la chabola. La segunda vez me asusté más todavía, motivo por el cual, a partir de entonces, llevé sólo a mi cachorro a la espera de las torcaces.
Pronto dejó de vomitar durante el camino. Una vez en el campo, empezó a requerirme para que le acariciara. Y al poco, sin más ni más, empezó a juguetear conmigo. Transcurridos pocos días, cuando yo pronunciaba su nombre noté que se daba cuenta. Claro, venía cuando quería y otras veces se hacía el «sueco». Cuando venía le acariciaba y jugueteaba con él; y cuando no venía, pues ni caso. Todo ello me alegró mucho. Yo seguía hablándole siempre en el mismo tono, salvo cuando le acariciaba, que lo hacía de forma más melosa.
Mi nuevo cachorro de perdiguero de Burgos también me acompaña a por setas, a pasear, etc. Ah, y de vez en cuando sigo sacándole en compañía de mis otros perros, pues no es bueno que él se crea que yo soy únicamente de su propiedad.
¿La iniciación a la caza de mi perdiguero de Burgos?
De últimos de octubre a primeros de noviembre suelo cogerme unos días de vacaciones para cazar palomas torcaces en pasa. Durante mis minivacaciones llevé todos los días conmigo a mi perdiguero de Burgos, a sabiendas de que paloma que no localizara yo, paloma que perdería. Pero él siempre me acompañaba a buscarlas. Siempre se las dejaba abocar muy a mi pesar, pues la pluma de la torcaz se desprende muy fácilmente y luego no quedan vistosas. Pero qué le vamos a hacer. Todo sea por el aprendizaje del perro.
Temí mucho disparar la primera vez cerca de él por miedo a que se asustara de los tiros. Pero como lo hice cuando ya éramos muy amigos, ni se inmutó. Luego, cuando asoció que con los disparos solía bajar torcaces, empecé a tener cuidado con él, ya que, si caían cerca, enseguida las encontraba el muy ladino y las desplumaba a mordiscos (las plumas de las torcaces les hacen cosquillas a los perros en la boca). Al principio no me las daba, fue entonces cuando subí el tono de mi voz a fin de que las dejara en el suelo sin más. Luego, las volvía a coger. Y pronto, sin más ni más, me las trajo. La primera vez que me acercó una torcaz, no quería soltarla. La tomé con mis manos sin que él la soltara; y cuando lo hizo, modulé mi voz a su registro más dulce y le colmé de caricias. A partir de entonces me traía hasta las de los vecinos. Bueno, me traía todo lo que se encontraba. De no ser aves lo que me traía, no le hacía ni caso. A veces, cuando localizaba él o localizábamos juntos alguna paloma viva, la perseguía con más voluntad que acierto. Pero enseguida terminó buscándolas las vueltas a las pocas torcaces que he capturado este año y me las cobraba a las mil maravillas.
En nuestra chabola tiene cantidad de palos que mordisquea, no le digo nada porque eso es fundamental para el desarrollo de sus dientes. Tanto es así que a veces jugábamos juntos con sus pertenencias.
Todavía no hace una muestra firme cuando se encuentra palomas torcaces o zorzales heridos, pero no me importa, ya que considero que eso es fruto de su libre albedrío alrededor de mi puesto palomero. De momento me contento con que tenga pasión por la caza y de que disfrute cobrando aves para mí. El resto ya llegará a su debido tiempo. De momento, puedo afirmar que ambos estamos contentos cuando estamos juntos y que cada vez me obedece más sin forzarle a esto ni a nada. Pero lo que más me agrada es que tanto su lenguaje postural como sus ojos me dicen que está a gusto en mi compañía. El resto aflorará solo como consecuencia de lo antes enunciado.
Alguna de mis preocupaciones
Sus aplomos traseros no están muy equilibrados y, aunque no se cansa demasiado, estoy preocupado. Me preocupa la displasia de cadera, pero hasta que no tenga seis o siete meses no puede hacerle mi veterinario las pertinentes pruebas.
Tiene algún defectillo en el párpado superior de su ojo derecho, fruto de alguna pelea entre hermanos de leche, supongo. Un par de uñas las tiene un poco deformes, fruto del anquilosamiento de su primer mes de vida, supongo.
Todavía es joven para tener «heridas de guerra». La piel de los cachorros de esta raza es sumamente delicada y un día me vino con una buena herida en el morro que no sé cómo pudo hacérsela. Le curé y en su momento cargó con una pequeña cicatriz. Alguno dirá que para cazar eso no importa, pero a mí me gusta que mis perros cacen y sean guapos. Para feo, ya estoy yo.
El perdiguero tenía un sentido muy exacerbado de la propiedad, ya que ladraba a los humanos que se acercaban a nuestra chabola de espera al paso de las torcaces, y no le digo nada cuando se acercaba al coche y le dejaba cuidando: el coche, el remolque y la caza abatida, sobre todo cuando estoy subido en el puesto palomero. Me parece demasiado pronto para eso. Mi anterior perdiguero de Burgos, también de nombre Aarón, terminó siendo un perro sumamente agresivo para quien tocara la caza (su caza), su remolque o cualquiera de mis y sus pertenencias. Salvo lo antes expuesto, a todo lo demás lo fustigaba con el látigo de la indiferencia. No hacía caso de caricias que no fueran mías ni se arrugaba ante nada ni ante nadie. Únicamente se pegaba a mis piernas con los pelos del lomo en punta cuando barruntaba al lobo en las estribaciones palentinas de los Picos de Europa. Era un gran perro. ¡Qué pronto se mueren los perros!
Es más, aún no le he puesto collar con el riesgo que ello supone de que no me lo devuelvan si se pierde en alguna de sus muchas exploraciones mientras cazo palomas en la pasa encaramado en mi alto puesto. Estaba microchipado, pero eso de ponerles collares a los perros es sinónimo de dominación. No sé.
Soy muy consciente de que cualquier actuación tipo «Torrente» puede herir la susceptibilidad del can y por ello procuro no molestarle jamás, pero dejando siempre muy claro el rol de cada cual. Perdónenme si soy cursi, pero a los perros se les educa con amor, motivo por el que desprecio con todas mis fuerzas a quienes hacen sufrir a los canes, bien sea mediante el castigo o la doma, que es lo mismo. Es más, si se mira egoístamente, se consigue más con amor y paciencia que con el palo o el collar. No, yo no soy mejor que nadie, ni pretendo demostrar que mi biofilia es mayor que la de los demás. Ni mucho menos.
Otro de los motivos que me preocupan, aun cuando no sé si viene al caso, es cuando observo la inmensa bondad de mi Aarón y me viene a la mente el maltrato animal, tanto psíquico como físico. Jamás duden en denunciar a un maltratador. Jamás confíen sus canes a esos educadores que utilizan el maltrato para someterles. Miren ustedes, no tengan jamás remilgos a la hora de denunciar a un maltratador, sea o no cazador, pues el maltrato a los animales es un indicador para detectar la violencia doméstica, tal y como sostiene el veterinario Francisco Capaces, coordinador del Congreso de la Asociación de Veterinarios Españoles Especialistas en Pequeños Animales.
Cuidados básicos para nuestro perdiguero
El teckel y el perdiguero se hicieron grandes amigos. Daba gusto verlos jugar. Al teckel me lo robaron y al perdiguero tuve que librarle de un dolor de columna vertebral que, con el tiempo, le obligaba a inmovilizarse en el suelo y yo iba a buscarle con el coche. Menos mal que de aquella tenía un dos caballos (una maravilla) y un Mitsubishi Montero 4x4, pero a veces me quedaba haciéndole compañía y lo agradecía tanto…
Eso me obligó a hacerme con otro perdiguero que lo compré cazando, pero las babas que expulsaba me dejaban temblando. Y, para más inri, las orejas caídas del perdiguero son propensas a acumular cera y suciedad. Por eso, hay que inspeccionarlas y limpiar con frecuencia sus oídos para evitar infecciones.
Los ojos tienen que lavarse siempre que sea necesario para que permanezcan libres de polvo, legañas o lágrimas. El proceso de limpieza es sencillo. Se puede usar un paño suave o un algodón humedecido con suero fisiológico, pasándolo con cuidado alrededor de los ojos.
El cepillado habitual de los dientes es la única garantía para evitar problemas dentales y la infección de las encías. Existen pastas dentífricas indicadas para canes, que son las que se deben utilizar. No hay que olvidar revisar y cortar las uñas periódicamente, porque si están demasiado largas, pueden causar molestias y dificultar la movilidad del perro.