Carne sagrada
Cuando la cuadrilla de caza menor termina de cazar es habitual repartir las piezas cazadas, la carne, entre todos los participantes. Lo mismo pasaba con las batidas de caza mayor.
Generalmente, carniceros o los cazadores más avezados, en la sede de la peña, despiezaban los animales abatidos, hacían lotes similares de carne y los repartían entre todos los asistentes. Era el último rito que daba sentido a la acción de caza, un rito que comunicaba con nuestros ancestros al repartir la carne entre todos los cazadores participantes, hubieran o no abatido alguna pieza, carne que fue un sustento primordial tanto para los mismos cazadores como para sus familias.
Era esa carne de los animales cazados la que justificaba la caza y la que nos ayudó durante milenios, durante todo el Paleolítico, a sobrevivir y a convertirnos en lo que somos. La proteína animal alimentó, mejor que cualquier otro alimento, nuestro cerebro.
Sin embargo, hoy, aunque los cazadores de menor hemos conservado el rito y seguimos repartiendo la caza que todos hemos ayudado a conseguir, los cazadores de mayor han renunciado, o los han hecho renunciar, a la carne de la caza abatida, y solo tienen derecho a llevarse el trofeo, cuernas o colmillos, de los animales a los que personalmente han dado muerte.
Dos aberraciones se producen aquí: el mayor trofeo ya no es la carne, sino cuernas y colmillos, y la solidaridad de grupo se sustituye por el éxito individual: se lleva el trofeo quien lo abate. El resto no tiene derecho a nada.
Yo entiendo esta degeneración que se ha ido imponiendo y que ahora vemos como normal. Hablo ahora de batidas y pequeñas monterías de sociedades de cazadores, que han copiado el patrón de las monterías llamadas comerciales y que, en general, son un negocio.
Yo entiendo que aviar tras la montería o batida un gran número de animales y luego repartirlos supone un tremendo esfuerzo e incluso un problema para tantos cazadores que tienen que volver a sus casas y no pueden esperar hasta última hora. Incluso algunos renuncian a la carne porque, sencillamente, no saben cocinarla ni conocen su alto valor gastronómico.
Y se ha optado por lo más cómodo: vender toda la carne a mataderos especializados y, con ese dinero, pagar los muchos gastos que conlleva una batida y, en definitiva, aumentar la rentabilidad.
Pues muy bien, pero yo no estoy de acuerdo. No estoy de acuerdo con que, como cazador participante, no tenga derecho a conseguir una carne sabrosa y rica, que siempre fue el objetivo de la caza social, un rito que entronca con nuestros antepasados y da, por tanto, esa sacralidad a la caza. Los ritos son importantes, aunque todo se mida en dinero.
Pero este desprecio por la carne de caza no solo pasa en monterías y batidas. Sé de ¿cazadores? que dejan en el campo animales descabezados porque solo buscan cuernas y colmillos del mayor porte posible. Algunos se lo callan y otros ocultan o mitigan su delito diciendo que lo dejan para que coman predadores y carroñeros. Pobrecitos, ellos y los carroñeros.
Un año busqué un rececho de gamo para un amigo y una de las preguntas que hice al organizador fue si nos podíamos llevar la carne del animal, porque esta pregunta, tan obvia hace unos años, hoy puede sonar rara. El organizador se sinceró y me dijo: «En treinta años de organizador, es el primer cazador que me pregunta si se puede llevar la carne».
Esta respuesta resume el interés del cazador por la carne de caza, la más rica y sana que podemos comer y muy valorada en la alta cocina. Además, ¿quién puede impedirnos o criticar que cazando podamos conseguir la mejor carne posible? O sea, la carne se convierte en uno de los mayores justificantes de la caza y la normaliza.
Pero quiero terminar con una idea que puede contentar a todo el mundo. Ya que toda la carne se suele vender a mataderos especializados que la transforman en toda clase de productos, ya sean patés, chorizos, otros platos preparados y otras conservas, ¿por qué no, terminada la cacería o en el sorteo, la organización, ya sea una orgánica o una sociedad de cazadores, reparte a cada uno de los cazadores participantes un poco de carne de caza en forma, por ejemplo, de chorizos o paté?
Y que el precio de estos productos se descuente de lo recaudado por la carne. Creo que todos los cazadores lo agradecerán y, de alguna forma, se está repartiendo una carne transformada que todos han ayudado a conseguir. Un bonito homenaje a nuestros antepasados, pero adaptado a los tiempos que corren.