Los guardianes del fuego sagrado

Los guardianes del fuego sagrado

Cada año, días antes de la fiesta pagana del equinoccio de estío, muchos habitantes de la Cataluña norte ascienden al monte Canigó para encender una gran hoguera. Beben “cremat”, elaborado con ron añejo, azúcar y café, y bailan músicas prohibidas a la luz de la luna. De esta pira, sagrada para muchos, se encenderá una antorcha que descenderá en procesión. Su destino: prender el fuego de decenas de hogueras de San Juan que arderán, durante la noche mágica, por todo el Vallespir y el Conflent.


El tiempo ha llenado las altas cumbres del Canigó con mil historias de caza: eternas esperas a viejos osos que diezmaban rebaños, lobos comedores de niños abatidos con postas y expuestos en plazas mayores, cazadores que se perdieron tras el canto del urogallo y no regresaron jamás… Pero, pese a todas las historias de animales míticos, el único que ha sobrevivido hasta nuestros días, el auténtico guardián del Fuego Sagrado del Canigó, no es otro que el sarrio pirenaico.

 

El día despertó raso en el cielo y helado en la tierra esa mañana de enero en la que, tanto Jean Luc como yo, hubiéramos dado cosas muy importantes a cambio de arrimarnos a una hoguera, sagrada o no. Pronto dejé de pensar en el frío y me concentré en seguir el ritmo de mi traspirenaico amigo que, con dotes casi sherpas, empezaba una ascensión casi vertical para coronar el puig de Tres Esteles y así poder cazar, desde la cuerda, el valle de San Martín y el Plà de’n Guillem.

 

Las primeras cabradas aparecieron coincidiendo con la primera luz del día. Hembras y crías, algún macho de segundo año... Una cabeza sobresalía sobre las demás: fémina y con gurrumino ¡lástima, ego te absolvo! No siempre los cabritos huérfanos son adoptados por el resto de la cabrada, así que decidimos continuar nuestra búsqueda. Además, llevábamos dos permisos, ambos de adulto indistinto y albergábamos la esperanza de toparnos con el anhelado viejo guardián.

 

No tardamos más de media hora en localizar otro grupo de tres animales. ¡Machos! y uno se intuye bueno. Coloco la mochila y lo busco en el visor mientras el pequeño grupo asciende tranquilamente, parece buscar la cima del Pic des Amoreux. No se detienen y Jean Luc, con el medidor, me va indicando la distancia: “Cent quarante (140), cent soixante-quince (175), deux cents-dis (210)… Il ne s´arretera pas le maudit! (¡no se detendrá el maldito!)”. Le tengo en la cruz y confío en que la curiosidad le traicionará antes de doblar el pico. Voilahop! Ahí está... Gira la cabeza dos segundos para mirar atrás. Suena el 6,5 y escucho el “¡tap!”. A 230 metros, a menos de diez para coronar el Pico de los Enamorados, le robo el alma y lo hago mío.

 

A las diez de la mañana lo tenemos en la mochila y seguimos ascendiendo. El Canigó nos observa blanco, inmaculado, desde sus 2.784 metros, 500 aún por encima de nuestra cota. Doblamos la Collada dels Vents y nos dejamos seducir por el espectáculo: Py, Sahorre, Vernet les Bains al fondo… La caza en alta montaña compensa sobradamente con placer el sufrimiento que demanda. En esas estamos cuando Jean Luc distingue un grupo de animales tomando el sol en una pedriza. Nos acercamos todo lo posible hasta una pequeña roca que nos sirve de mirador, a unos 300 metros. Hay varias hembras y jóvenes tumbados, debería haber algún macho adulto rondándoles. Decidimos apostarnos.

 

Al fin y al cabo, no podemos acercarnos más sin meternos en un tupido robledal que nos dejaría ciegos, perdiendo de vista la cabrada durante demasiados metros, amén del ruido producido por piedras y hojarasca. Jean Luc, con el spotting, localiza nuestro objetivo. El macho está tumbado discretamente al borde del robledal, es un buen animal, de trofeo parecido al que cobramos. Esperaremos a que se levante y se mueva, poco más podemos hacer. Nos avituallamos con infumables —¡pero qué útiles!— barritas energéticas, concentrado de frutas y algo de chocolate. Una hora, dos… Los animales no tienen prisa ninguna, el sol sigue en lo alto. Sesteamos por turnos mientras el otro controla el cotarro. De repente, una mano francesa me saca del duermevela. “Ils bougent”. Se mueven.

 

Nuestro macho, sin prisa alguna, se mueve por el borde de la pedriza, aún tapado por ramas. Eterna espera hasta que decide salir a lo abierto, con claras intenciones de cruzar sin detenerse. 320 metros… Jean Luc me pregunta si me atrevo y yo le contesto que qué remedio. El macho se para unos metros antes de alcanzar la otra orilla, donde volverá a taparse. El monotiro reposa sobre la mochila, apenas sostenido por mi mano diestra. Ahora, suena el tiro. Bon tir, touche! Lo he alcanzado, pero el animal sigue en pie y, mientras cambio la bala, anda unos pasos y se tapa. No le puedo ver para acabarlo, así que cojo una emisora y me adentro en el robledal. Jean Luc me hace de ojos y con el otro walkie me indica la dirección que debo seguir. Temo que reviva y lo pierda en el interior del bosque, pero no puedo apurar el paso: la pendiente es pronunciada y el mar de hojas esconde miles de piedras que resbalan sólo con poner el pie. Finalmente, salgo al claro, aunque unos cien metros por encima del animal. El tiro fue bueno, apenas se mueve. Apoyo la rodilla en el suelo y termino el lance.

 

Estoy solo cuando llego al sarrio, es viejo, muy viejo. Lo acaricio y antes de que Jean Luc llegue tengo unos minutos para pensar en padre. Hace sólo unos meses le contaba mis desventuras nada más llegar, sentados en el viejo chesterfield. Él sonreía y me miraba lacónicamente, sé que imaginaba lugares lejanos. Ahora mi consuelo es pensar que los está viendo y vive mis éxitos, o mis fracasos, de forma aún más cercana.

 

La caza de altitud no suele ofrecer muchas opciones a quien se atreve a desafiarla. Esa mañana de enero, el Canigó nos ofreció su cara más amable, dejándonos que le robásemos a dos de sus guardianes. Sin la menor duda, tendrá su ocasión para cobrarse su debido precio. Allí estaremos para pagarlo…

 

Texto y fotos: Jordi Figarolas (Aventure Boreale)

 

This article is also available in English: Chasing Shadows in the Pyrenees: The Hunt for Canigó's Sacred Chamois

 

Comparte este artículo

Publicidad