Miguel Íñigo Noain: Reflexiones de un cazador veterano sobre tradición y tecnología
La voz del veterano

Miguel Íñigo Noain: Reflexiones de un cazador veterano sobre tradición y tecnología

Miguel Iñigo Noain es un cazador activo nacido en 1951. Ya desde pequeño apuntaba maneras en la afición a la caza y en el conocimiento de las armas, el tirachinas, la carabina neumática, el calibre .22 LR, etc.


—Miguel, ¿cuál fue tu primer arma de caza? No tiene por qué ser de fuego.

—Mi primer arma ya de guaje fue el tirador: una horquilla de madera con gomas de neumáticos y un trozo de cuero, de fabricación casera. Desde muy pequeño soñaba con cazar cuando jugaba con aquellas escopetas de juguete que disparaban corchos. Después tuve acceso a las carabinas de aire comprimido, auténtica escuela de caza, respeto y normas de seguridad en el uso de las armas.

Mis primeras experiencias de caza auténtica fueron, con 11 o 12 años, como “morralero” de un hermano de mi madre, único cazador en la familia, con su fiel perro, un braco llamado “Tuli”. Pasaron los años y, en algunas ocasiones, mi tío me dejaba tirar con su escopeta, sobre todo a las codornices. Más adelante, se utilizaron los cepos para conejos y lazos para liebres.

 

—Miguel, ¿cómo fueron tus primeros años como cazador? ¿Perros, armas?

—Mi padre no era cazador, pero no le disgustaba la caza. Siempre me dijo que cazar era una afición y que, como tal, tendría que pagármela yo. Él me buscó un trabajo llevando una contabilidad, y de esa forma pude comprar, cuando cumplí 18 años, mis primeras armas: una escopeta Zabala del calibre 12 y una carabina F. N. del calibre 22 LR. En cuanto a perros, el primero fue un setter que compré a medias con un buen amigo y colega de aventuras cinegéticas, Pedro.

—¿En tu familia, tu esposa e hijos te han seguido o acompañado a cazar?

—Me casé en 1979, cuando ya era médico estomatólogo. Mi esposa me ha acompañado en algunas batidas y monterías, pero nunca en los recechos ni en África. Solo tengo una hija, que no mostró interés ni por la caza ni por mi profesión, y nunca le insistí en acompañarme. De ella tengo tres nietos; la mayor tiene 10 años. Son aún muy pequeños para saber si les gustará la caza. En este momento, mi gran duda es decidir qué hago con mis armas, que son de gran calidad, y con mi biblioteca cinegética, con más de 500 títulos. He sido muy caprichoso con las armas y con los libros.

 

—Cuando fuiste al servicio militar, “la mili”, ¿ya eras cazador? ¿Te sirvió de algo el conocimiento de las armas?

—Sí, porque fui con la carrera terminada, como alférez de sanidad militar. Llevaba varios años cazando y, desde 1972, era socio de la Federación Navarra de Tiro Olímpico; actualmente sigo compitiendo y suelo ser el más veterano en las competiciones. En los campamentos de Milicias Universitarias, gracias a mi experiencia, gané varios permisos al obtener las mejores puntuaciones en las prácticas de tiro. Después, como alférez de sanidad, me apuntaba para ir con la ambulancia al campo de tiro. Cuando terminaban las prácticas de los reclutas, los oficiales nos quedábamos y disparábamos toda la munición sobrante. Allí conocí a un capitán, buen cazador, con quien realicé varios recechos de cabra mallorquina en el Puig Major; fueron mis comienzos en la caza de montaña.

 

—Con el paso del tiempo te has especializado en la caza de montaña. ¿Cómo fue este cambio en materia de armamento?

—A partir de 1973 comencé a participar en batidas de jabalí, muy diferentes de las actuales, y me compré mi primer rifle, un FN de cerrojo del .270 W. Para completar mi formación médica, viví cinco años en Madrid (1977–1982) y, gracias a un gran médico y buen amigo, que fue mi maestro en mi profesión, pude disfrutar del mundo de las monterías, por invitación, en la zona de Andújar, con un ambiente que, por desgracia, se ha perdido. Ya entonces tenía el gusanillo de la caza de montaña, y es la modalidad que más satisfacciones me ha aportado. Ahora, mis pequeñas limitaciones físicas me mantienen apartado de ella. Cacé muchos años con el .270 W, pero después me pasé al .7 mm R. M. (fabricado por Diego Godoy) y con él sigo, como arma para todos los recechos en Europa.

—Antes nos recargábamos los cartuchos. Los avancarguistas se hacían sus balas de plomo. ¿Has recargado alguna vez munición metálica?

—Sí, durante algunos años lo hice, pero actualmente dispongo de municiones que me ofrecen agrupaciones y resultados tan buenos que he dejado un poco la recarga, salvo para mi rifle express del .375 H&H Mag, aunque no para el de cerrojo del mismo cartucho.

Las armas de caza y sus municiones son mis otras grandes pasiones, y me han permitido conocer a grandes maestros armeros, algunos de ellos ya fallecidos. De ellos aprendí mucho, sobre todo a valorar sus trabajos, cuando en cada arma dejan impresa parte de su alma, del artista que la ha fabricado.

 

—Se ha pasado de usar balas de escopeta con punta de plomo, hueca, de veleta y postas, a una sofisticación con una variedad inmensa. ¿Cómo has visto este cambio?

—En los últimos años ha habido grandes avances, tanto en las pólvoras como en los proyectiles. Actualmente disponemos de municiones de gran eficacia si se destinan al uso para el que fueron diseñadas. Los buenos cartuchos clásicos no han perdido vigencia; fueron buenos cuando se diseñaron y lo siguen siendo. Muchos de los nuevos cartuchos han sido desarrollados más por interés comercial que por eficacia.

—Ya, ni qué decir de las armas de ahora, con disparos a mil metros. Miguel, tú eres cazador de montaña. ¿Está justificado cazar a esa distancia?

—Rotundamente no. Somos cazadores, no francotiradores. De mis 59 sarrios cazados, solo tres lo han sido a más de 300 metros, y porque me vi obligado a ello. Las mejores experiencias y mis mejores recuerdos están en las aproximaciones, a veces muy complicadas, para ganarle terreno al animal. Estos disparos, tan de moda, a gran distancia, son pura técnica, muy meritoria, pero más propia de una competición de tiro olímpico que de la caza.

 

—También está de moda volver a los tiempos prehistóricos y cazar con arco y flechas. ¿Cómo lo ves? ¿Es más romántico y ancestral o práctico para el control de poblaciones en parques urbanos?

—Respeto mucho a los arqueros por la gran dificultad que tienen sus aproximaciones, pero tengo dudas sobre el posible sufrimiento animal al prolongarse, a veces, sus agonías.

 

—Y sobre la moda de los prismáticos nocturnos y térmicos, ¿para observación los ves bien, pero para cazar?

—Debemos auto-limitarnos; con las nuevas tecnologías acabaremos cazando desde un sillón, en nuestra casa, con un ordenador, un dron y proyectiles teledirigidos. Debemos poner un límite a las nuevas tecnologías para evitar perder el auténtico sentido de la caza, donde el animal debe tener, siempre, la posibilidad de salir vencedor del lance.

 

—Para terminar, ¿nos quieres dar un consejo de cazador veterano para las nuevas generaciones indecisas?

—Los nuevos usos y costumbres de los jóvenes están reñidos con la práctica cinegética, además de haber recibido una educación muy irreal y tendenciosa. Sin embargo, les animo a cazar. El contacto y conocimiento de la naturaleza, la conversión temporal en seres más sencillos, primitivos y cazadores, es una gran escuela de vida.

Miguel Íñigo Noain, muchas gracias por la franqueza y por atendernos.

Comparte este artículo

Publicidad