Matemáticas cinegéticas
Es de todos sabido que cualquier actividad en la que tenga lugar un sorteo con números de por medio, hay ciertos guarismos que salen mal parados, son peor mirados y nadie los quiere. Claro está que la montería no iba a ser menos en esta cuestión, siendo varias las cifras que a muchos no les gusta ver reflejadas en la papeleta a la hora de ‘meter la mano’, hecho que no he terminado de entender a pesar de los años que llevo en este mundillo.
Uno de los casos más llamativos es el del número uno de cada armada. Nadie lo quiere. No entiendo por qué se pretende evitar quedar en el primer lugar de la armada cuando, en realidad, somos los que más tiempo vamos a estar cazando de toda ella, ya que nos dejarán nada más llegar y seremos los últimos en ser recogidos. Además, seremos los que menos andaremos de todos, aunque esto, en algunas ocasiones, falla.
Por contar una anécdota, recuerdo una montería allá por 1996, en La Dehesa de la Fuente. Mi padre montaba una de las armadas. En el primer puesto, un amigo de ambos, sin haber pisado su casa en toda la noche, había decidido empalmar la "fiesta flamenca" con la montería y, para colmo, le toca el "nº 1". Allí nos baja mi padre del coche y nos encaminamos al puesto, y cuando le colocaba, me espetó: "Si lo sé, me voy a acostar…". Tras la entretenida montería, pudimos ver cómo se hacía con una zorra nada más soltar, después un doblete de cochinos con su Winchester de palanca, y cómo remataba un agarre. ¡Y todo ello en el "nº 1"!
En otra ocasión, por el año 1998, monteábamos en Alconchel con la sociedad del pueblo, una mancha apretada rodeada de un olivar donde nos tocó el nº 3 en suerte. Nada más bajarnos de los coches, andamos como cien metros y allí estaba el primer puesto, ese maldito "nº 1". El ocupante del mismo se encara con el postor y comienza a jurar en arameo: que si los coches, que si el limpio… La verdad es que donde estaba situado, ¡ni un campo de fútbol!, liso completamente, y la plica colgada del único olivo que había por los alrededores.
Nada más comenzar la montería, descerrajó los cinco tiros del cargador para, posteriormente, hacernos nosotros con un cochino medianete, de unos cincuenta kilitos. Al poco rato volvió a descargar el rifle y, antes del término de la montería, volvió a disparar dos veces más. Cuando retiramos la armada, allí tenía a sus pies un cochino de escándalo y otros dos que había fallado, para que luego digan…
Ya para dar la puntilla al número uno, el año pasado, monteando en Las Alpiedras, me tocó esa postura de la cumbre. Cuando llegué, toda una lomita de un raspadero para mí, las rehalas venían a morir justo al fondo del barranco que coronaba. Con lo cual, desde el hocico al rabo, todo era caza. El aire en el cogote y un frío de narices, dos o tres trochas a dominar, así que imaginación a tope. Me las ingenié para taponar las posibles huidas y ponerme a cubierto del viento.
La cosa funcionó y, cuando las rehalas estuvieron próximas, hicieron romper las reses, con la suerte de que un venado se fue a asomar al cortadero justo por el huequito que le había proporcionado, fabricado o como lo queráis llamar. Cruz en el codillo y una pequeña carrera hacia su perdición. Allí tenía otra vez más un trofeo colgado de un "nº 1". Y es que ser el primero y el último de cada armada parece no estar muy bien visto en este nuestro mundillo, y la verdad no tiene razón de ser.
Otro número mal visto suele ser el trece. Este ya tiene el asunto asignado por méritos propios, hasta tal punto que he visto a alguna orgánica saltar del doce al catorce para evitar la superstición, aunque también tengo tinta para derrochar sobre el trece. Hace unos años, sobre 2007, monteábamos a lobos en Zamora. En suerte, el trece de la cuerda. He de decir que hay quien le encanta el número, como a mi padre. Así que, alegría porque lo había sacado y condolencias de los más supersticiosos de la peña.
Comienza la montería y, a medio transcurso, una ladra irrumpe directa. Los puestos muy, pero que muy largos y distanciados unos de otros, con lo cual disponíamos de cierta "movilidad" dentro de la misma postura. La ladra se acerca. Se me cuela justo por un recodo del camino un cochino que no atisbo a meter en el visor en las décimas de segundo de que dispongo. Los perros llegan a la postura y se vuelven. Más adelante, otra ladra que se escucha y parece venir por los mismos pasos… "¡Ahora no!" pienso, y me cambio al recodo por si toma la misma huida; pero no, dos corzos que saltan justo por encima de la silla y la mochila.
Otra vez vuelvo a mi sitio, no muy convencido, dejo allí las cosas y me cambio al lugar de la plica. Casi terminando la montería, unos disparos, un par de ladras y una que sube, ladra muy larga e intensa. Subo, subo, me muevo unos metros y me encaramo en un risco que hace un poco de balcón. Cuando me estoy subiendo, observo cómo los helechos se tambalean, ¡ahí viene! Lo meto en el visor y aprieto el gatillo, sólo veo pelos, a menos de tres metros se levanta de nuevo el cochino, vuelvo a apretar el gatillo y vuelve a rodar, pero intenta levantarse y le mando otros dos recados. Termina todo aquello y, cuando volvemos a la junta, ¡un cochino en el plantel, del trece de la cuerda!
Por ello, desde aquí, os animo a que no toméis a la ligera estos temas nada más ver la papeleta que se ha sacado, que los números, números son. Las matemáticas son exactas, pero las matemáticas cinegéticas, como su propio nombre indica, son caza, y en la caza no siempre dos y dos son cuatro.
Texto: Carlos Casilda. Fotos: C. Casilda y Grupo Vigilancia y Gestión.