Una corza con peluca, el extraño animal abatido por el insigne torero Manuel Escribano
Crónicas de caza

Una corza con peluca, el extraño animal abatido por el insigne torero Manuel Escribano

El famoso matador consiguió hacerse, el pasado 11 de mayo, con una peculiar corza con peluca durante un rececho en la zona ibérica-zaragozana.


Manuel Escribano Nogales tiene 38 años. Natural de Jerena (Sevilla), ha estado toda la vida entregado a la que hoy es su profesión, el toreo, y a una de sus principales aficiones: la caza.

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El torero y cazador es un apasionado de la caza mayor. Manuel Escribano disfruta de los momentos posteriores al abate de la singular corza.

Torero y cazador

El toreo y la cinegética han estado siempre presentes en su casa. Desde que era un niño solía acompañar a su padre, veterinario de profesión y cazador por devoción, al campo, tanto a tratar con toros bravos como a practicar la caza menor. Ahí comenzó su pasión por ambos mundos,

La primera modalidad que practicó fue la menor y fueron el zorzal, el conejo y las perdices las especies que marcaron su inicio en el mundillo. Recuerda con mucho cariño su primera escopeta de perdigones, la que fue su mayor entretenimiento cada tarde al salir del colegio.

Con el paso del tiempo, fue creciendo y formándose en la caza mayor. Un día cualquiera acudió a una montería y desde entonces no ha dejado de practicar esta modalidad. Tal ha sido su interés que a día de hoy se puede decir que prácticamente ha cambiado la menor por la mayor: “me enganchó como un loco” reconoce.

Además, es un apasionado del rececho. De las monterías destaca los lances rápidos y los nervios que conlleva y de los recechos el esfuerzo físico que suponen, especialmente, los de alta montaña como el del macho montés o el rebeco.

Su último rececho ha sido tras “el duende del bosque”, o mejor dicho, tras “la duende”. A continuación, detallamos la jornada.

 

El lance a una corza muy peculiar

Fue el pasado 9 de mayo, en unas siembras de la zona ibérica-zaragozana donde hay permisos de corzo y corza por daños durante todo el año. La historia empieza antes de la feria de Sevilla, cuando su amigo Pedro que es de la zona, localiza el animal durante una espera a una macho.

Avisa a Manuel porque le hacía ilusión compartir ese lance con él. Manuel toreaba durante la feria de Sevilla por lo que se le hacía imposible acudir esos días pero le dijo a su amigo que, si “cortaba orejas” en Sevilla, la jornada de caza sería su autorregalo por el trabajo bien hecho. Y así fue. Las tardes en el ruedo fueron un éxito y la celebración estuvo a la altura.

Amanecía la mañana del martes y Manuel y su amigo Pedro ya habían puesto tumbo al monte. Vio como le entraba un primer corzo, pero no era el objetivo. Más tarde dejaba pasar otros animales por ser jóvenes. En esta ocasión no hubo suerte si de lances hablamos, pero el cazador disfrutó igualmente.

Espera a la tarde y vuelven a probar fortuna. Pedro le explicó, más o menos por donde solía dejarse ver pues es sabido que la caza es impredecible en la mayoría de los casos.

 Se colocó en un alto desde el que controlaba una gran siembra y esperó pacientemente.

A las siete de la tarde entra un macho joven, con un futuro prometedor. Vio que estaba tranquilo y eso también tranquilizó a Manuel: “vi la caza relajada”. El macho se fue tras varios minutos pastando y, sobre las ocho, aparecieron dos corzas corriendo una detrás de otra. Una de ellas era la de la peluca, la que le había dicho Pedro: su objetivo. Esta parecía que intentaba expulsar de allí a la otra. No cesaba de perseguirla con una actitud dominante.

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Lugar desde donde Manuel vivó el lance.

El corazón a mil antes del disparo

Manuel la observó con los prismáticos; luego con la cámara y, tras valorarla a conciencia, preparó su equipo: un rifle Blaser R8 Success Profesional calibre .270 WSM, con unas balas Norma TipStrike 140 grains con un visor Zeiss V8 2,8-20x56 ASV. Un equipo que sin duda, le dio suerte.

“Estaba temblando y con el corazón a mil”-recuerda Escribano. Se arrodilló y apoyó el rifle en un bípode. Cogió aire, lo soltó tratando de mantenerse tranquilo y, cuando tuvo la cruz sobre el animal, accionó el gatillo.

“Cayó seca… ni se enteró. Y yo respiré”. Manuel rebosaba alegría, no hay mayor triunfo en un lance que un disparo certero y evitar el sufrimiento al animal. Apretó los puños y emocionado gritó: ¡BIEN! Su felicidad era palpable.

La otra corza ni se inmutó con el disparo y lejos de salir huyendo lo que hizo fue comenzar a dar vueltas en torno a la hembra abatida, desafiante, como si la siembra hubiera pasado a ser suya. Un hecho, cuanto menos, singular

Al llegar a cobrar la corza, la estuvo contemplando con satisfacción durante muchos minutos   y plasmó ese momento en las fotos que hoy son el recuerdo de una experiencia inolvidable.

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