Tiempos difíciles nos ha tocado vivir en el campo. Una persistente sequía, que ponía en peligro las corchas y los pastos era nuestra mayor preocupación a corto plazo; luego están todos los problemas típicos de casa, pero, de buenas a primeras, estalló la bomba biológica del COVID19.
En nuestras cabezas rondaba a diario la idea de actuar, pero a título individual poco se podía hacer contra un enemigo tan grande, peligroso e invisible a la vez. El distanciamiento social del confinamiento por necesidad fue superado gracias a internet y el teléfono móvil; la junta directiva hizo un llamamiento a la organización de grupos de voluntarios en nuestros respectivos pueblos.
Esa llamada era el empujón que necesitábamos, nadie había tomado la decisión de dar paso alguno por culpa del miedo que te inoculan a diario (la cosa es para estar asustados) las veinticuatro horas, añadámosle la sobrecarga de información (falsa o cierta) que absorbemos de las redes sociales y nos encontrábamos paralizados por el pánico.
Aquella llamada desde Jimena fue respondida con un rotundo «por supuesto», todos necesitábamos una señal para romper las cadenas del miedo y enfrentarnos al enemigo que ha puesto en jaque la salud de nuestra sociedad.
Sólo teníamos nuestras manos y a los ayuntamientos tampoco es que esta situación les pillara muy equipados, aun así apareció ella, como siempre cuando más se le necesita. La solidaridad, aquella que brota del ser humano en los días más oscuros, cuando menos crees que existe aparece para saltarte las lágrimas y erizarte el vello, te obliga a creer que si nos ayudamos entre todos podemos superar las dificultades que nos pongan en el camino.
Los teléfonos echaban humo ofreciéndose voluntarios, mochilas para rociar las calles con el líquido desinfectante, coches, incluso una bomba de las usadas en la aplicación de productos fitosanitarios.
Nos llegaron a parar por la calle personas que sólo conocíamos de vista para ofrecernos sus herramientas; cuando un trabajador te presta sus herramientas hay que darle a ese gesto el valor que merece, son lo único que tiene, los medios con los que se ganan la vida, todo sea por contribuir a la causa común de mantener limpias nuestras calles del maldito bicho.
El mensaje que todo el mundo había asimilado era sencillo, unidad y cooperación. Ahora sólo quedaba comenzar con las tareas de desinfección.
Aún la sangre nos hervía debido al ritmo vertiginoso que marcó la búsqueda de recursos humanos y materiales. Se completó una lista de voluntarios para las próximas salidas y mochilas de sobra para trabajar mientras el Ayuntamiento hace acopio de una partida suficiente para equipar al personal.
La iniciativa de ACOAN, asociación de corcheros y arrieros de Andalucía, estaba motivada por la necesidad de llegar a aquellos callejones poco accesibles tan característicos en los cascos históricos de nuestros pueblos. La limpieza ya se inició con las salidas de tractores por las calles principales; como bien apunté antes, esta situación nos ha pillado de imprevisto a todos, a las Administraciones también y carecían de la logística necesaria para cubrir la desinfección del pueblo en su totalidad.
Ahora tocaba arrimar el hombro, nada de perder energías vertiendo críticas en las redes sociales desde el sofá de casa a través de los smartphones, era la hora de salir a la calle y actuar. Y ahí estuvo ACOAN, también estuvo el alcalde y un par de concejales quienes a última hora se decidieron a salir, este gesto es digno de mención en tiempos en los que la clase política en general no goza de la simpatía de los ciudadanos, ésta es una excepción, al menos voy a hablar de hasta dónde me alcanza la vista, en Alcalá y Jimena, sus respectivos mandamases interactúan en perfecta simbiosis con sus vecinos. Varios vecinos más participaron en el operativo, todo supervisado por los cuerpos y fuerzas de seguridad, que estos días tan complicados además de realizar su labor obligada de mantener el orden y hacer cumplir las normas, está mostrando su lado más humano, mostrando a la población toda su amabilidad y empatía.
La tarde transcurrió como debía, recorriendo calles, repasando esquinas, llegando a todos los rincones, atendiendo a las peticiones que se hacían desde los balcones, emocionándonos con los agradecimientos y muestras de cariño, también encajando alguna que otra crítica, no todo son flores en el monte.
Terminamos al anochecer, aunque era buena hora, el objetivo estaba cumplido y nosotros satisfechos, también cansados, era hora de volver a casa lavarnos meticulosamente y desinfectar todas nuestras pertenencias puesto que a pesar de llevar los EPIs habíamos estado expuestos toda la tarde al bicho, un riesgo del que somos conscientes y que todos asumimos a la hora de salir. A dormir, mañana será momento de reflexionar, poner en valor los distintos puntos de vistas de los compañeros para tener en cuenta la posibilidad de mejorar el sistema y empezar a trabajar de cara a la próxima salida puesto que no se puede parar cuando se trata de sobrevivir, en el mundo rural dónde desde tiempos inmemoriales se trabaja de lunes a domingo y de sol a sol, eso se sabe a la perfección.
Pável Sánchez, vocal de ACOAN en Alcalá de los Gazules.