No es el lobo ni castrar al perro, es la libertad

En menos de dos años el Gobierno ha sido capaz de poner fin a la caza controlada en los parques nacionales; convertir al lobo en una especie protegida, y acrecentar así el conflicto y la alarma social; y de poner en pie de guerra a veterinarios, científicos, cazadores, ganaderos, dueños de animales y hasta funcionarios a cuenta de la ideíca de crear un nuevo estatus jurídico para los animales a cuenta del Anteproyecto de Ley de Bienestar Animal, que se resume en prohibir, prohibir y prohibir.


Todos estos movimientos en el tablero dan idea de la jugada de una parte minoritaria de la sociedad —los que mandan ahora— contra otra parte: arrinconar a lo rural, a lo distinto, ahogarlo.

Asfixiarlo. Y ello desde la Ley, desde la aprobación constante de normas sobre normas que limitan, prohíben y condicionan la vida de quienes trabajan con animales y en el medio natural. El objetivo no es otro que maniatar a una gran parte de la ciudadanía, aburrirla. Regularla hasta estrangularla. Someter a los irreductibles galos a base de leyes hechas contra ellos. Apercollarnos (1. tr. Ec. Exigir insistente y violentamente algo. 2. tr. coloq. Coger o asir a alguien, especialmente por el cuello).

La labor del Ejecutivo es incansable. No hay mes que no salga una nueva norma que se traduce en un avance hacia un modelo de sociedad urbana, castrante de la libertad de lo que no entiende ni quiere entender. Una minoría de españoles que quiere borrar a media España, arrodillarla a base de órdenes, decretos, leyes orgánicas y circulares internas.

En el caso del lobo, la realidad es que ni la caza es un problema para el lobo, ni el lobo un problema para la caza. El lobo y su estatus son en realidad un símbolo. Un órdago a la grande que ha lanzado la loba Ribera (E. Coca) pese a las buenas e inútiles palabras del plano Planas. Una especie de juego de poli bueno poli malo, que acaba —pese a las buenas intenciones— en las obras, que son las que son. El aviso a navegantes sobre la voluntad real de esta jarca fundamentalista es claro: ir a por todas y no dejar piedra sobre piedra. Si han hecho lo del lobo, pese a la mejor situación de la especie desde hace décadas y pese a los ganaderos, los cazadores, la población local, la oposición de todas y cada una de las autonomías donde mayor presencia de lobo hay, haciendo trampas al solitario para obtener informes, mayorías… no se van a parar en las primeras matas.

Me preocupa, y mucho, el golpe de Estado animalista que se propugna desde la pomposa Dirección General de los Derechos de los Animales. Y me inquieta aún más el buenismo y la siesta perpetua de quienes piensan que eso no va a pasar. Se prepara la modificación del código civil (los animales pasan de ser cosas a ser seres sintientes), de la ley hipotecaria, del régimen jurídico de los núcleos zoológicos (que afectará sobremanera a las rehalas). Se moraga el anteproyecto de una ley de bienestar nacional en la que se mezcla animalismo, feminismo, violencia de género, prebendas a las protectoras de animales y la posibilidad de intervención en cualquier punto a una dirección general a la que Sánchez ha premiado en los nuevos presupuestos con un aumento de 200 millones de euros.

El próximo movimiento que ya cuece en las cocinas de esta dirección general es la reforma de los delitos de maltrato animal en el código penal (al tiempo). Castigos de hasta tres años de cárcel para ingresar directamente en prisión por maltrato animal sin pasar por la casilla de suspensión de la pena, multas millonarias, privación del derecho a tener animales… La hoguera, el asesinato civil. Y todo con el mismo objetivo de arrodillar y tener en un brete a quienes tienen animales de trabajo («no sindicados») o perros de caza; y de tenernos siempre acogotados, a su merced y amenazados con la denuncia, la policía y el juzgado. Una suerte de tiranía a cuenta de los animales, donde la tribu animalista puede delatar a la nueva Inquisición a la otra parte de la población y ajusticiarla con la ley en la mano.

En la guerra del lobo, en la lucha contra el animalismo de cuota, nos jugamos mucho. No es cosa de cuatro cazadores o cuatro ganaderos. O catorce tíos que viven en un pueblo de Soria. No es cazar un puñado de lobos en La Culebra o convertir en eunucos a nuestros perros. Lo que se juega es mucho más, la partida es en realidad la libertad.

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