La hipocresía de los parques nacionales

Tras las imágenes de un ciervo agonizando en una jaula-trampa encontrada en el parque nacional de Monfragüe y colocada por los técnicos, se ha vuelto a abrir el debate sobre los parques nacionales y sobre todo la prohibición de cazar en ellos.


Recordemos que hace años en Cabañeros se pusieron lazos para capturar ungulados y cayeron un montón de buitres, que parece que ya se nos ha olvidado. No voy a entrar en leyes que prohíben la caza en estos territorios, que las hay, sino si hay necesidad de estos espacios y si la gestión que se lleva en ellos es la deseable, y por supuesto, cómo intentan evitar como sea la caza deportiva, que ha demostrado en tantas ocasiones que ayuda a conservar la naturaleza y trae riqueza a la zona.

Vayamos por partes, la filosofía de los parques nacionales, importada quizá de Estados Unidos y de su parque nacional estrella Yellowstone, con unos nueve mil kilómetros cuadrados de superficie, es conservar íntegro, sin intervención humana, un ecosistema natural único, o sea, donde la misma naturaleza es capaz de autorregularse. Nada que ver, por tanto, con los parques nacionales españoles, lugares que fueron antes modelados por el hombre —caza y ganadería fundamentalmente— pero especialmente bien conservados, como Doñana, Cabañeros o Monfragüe. Es más, diría que estos territorios tenían más vida cuando el hombre los moldeaba a sus intereses, y la caza era uno de los principales.

Un antiguo propietario de Doñana me contaba que cuando la finca no era parque nacional los piconeros desbrozaban equis tectáreas de matorral, pero a cambio tenían que sembrar trigo en parte de esas hectáreas, una comida que daba vida a todos los animales, especialmente los conejos, que los había por miles, al igual que había linces por doquier. Hoy en Doñana no se siembra y el matorral lo inunda casi todo, y cuando falta la comida todo el ecosistema se viene abajo.

A esto hay que sumar el incremento desmesurado de predadores oportunistas como zorros y meloncillos, que compiten con los linces por los pocos conejos existentes. No se siembra ni se quita matorral porque eso debe ser intervencionismo, y sin embargo se han instalado cercones donde se echan conejos para que coma el lince o el parque se blinda con malla impermeable de tres metros de altura para que no los atropellen en las carreteras periféricas. En qué quedamos, echar de comer al lince no es intervención pero quitar matorral y sembrar sí. Cuanta hipocresía.

Pero la mayor hipocresía es la caza. Sé que en su día, no sé ahora, la guardería de Doñana eliminaba jabalíes porque eran tantos que se comían todos los nidos de las acuáticas de la marisma y que en Cabañeros y Monfragüe las fincas privadas daban sus monterías para tener a raya a venados y cochinos que, de no controlarlos, se podían comer el parque. Aparte de una caza de control necesaria, estas monterías traían riqueza a los pueblos de la zona, con lo cual la caza ayudaba a conservar la naturaleza y traía riqueza a unos pueblos de interior que poca gente visitaba fuera del periodo cinegético. Pues nada, no sé quién ni por qué tenía que cargarse este binomio que funcionaba y hacía compatible la conservación y la riqueza.

No le veo otra explicación que motivaciones ideológicas fanatizadas. Porque eliminar ciervos y jabalíes se tiene que seguir haciendo, o sea, eufemísticamente, el control de poblaciones tiene que seguir. Y la caza, llamémosla deportiva, existe y funciona. Pues nada, caza caca, capturemos los animales con lazos y jaulas-trampa, que causan más sufrimientos a los animales, no traen ninguna riqueza a los pueblos y para colmo lo tenemos que pagar todos los españoles. Enhorabuena a nuestros gobernantes por gestionar de esta manera tan ejemplar la vida de los animales y nuestra economía.

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