Se nace siendo cazador
Siente la caza desde varios frentes, pues a su condición de cazador añade las de articulista, escritor y editor de libros de caza. Siempre con pasión. Antonio Díaz de los Reyes, empresario sevillano de 65 años y padre de dos hijos, se expresa además con meridiana claridad, y pertenece al selecto grupo de los que saben de lo que hablan.
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—Parafraseando a D. Miguel Delibes, ¿es usted un cazador que escribe?
—¡Por supuesto! Si no cazara no tendría nada que contar y no hay nada más insoportable que alguien que no tiene nada que decir y que sin embargo no para de hablar en ningún momento. Creo recordar que fue Jardiel Poncela el que ridiculizando a un conocido escritor de su época decía Se sienta ante la máquina de escribir. No se le ocurre nada. Sigue escribiendo. Algo parecido me ocurriría a mí de no ser por la caza y la naturaleza.
—En sus libros aborda la caza menor y mayor, de aquí y de allá: ¿Venator universalis?
—Ni mucho menos. La caza menor la he practicado muy poco. Más bien le diría que prácticamente nada. Si lo dice usted por mi libro La perdiz roja y su mundo, fue una merecida y obligada cortesía fotográfica a la pieza reina de nuestra caza menor y un homenaje literario por parte de Miguel Delibes que consiguió que una perdiz hablara y le contara cosas de su vida. Desgraciadamente mucha gente solo miró nuestras fotos recordando tal o cual lance o momento campero determinado, y muy pocos valoraron el formidable trabajo de Miguel cuyo texto fue un verdadero descubrimiento no solo literario sino también científico, pues muchas de las cosas que puso en boca de la protagonista eran el fruto de mucho tiempo de investigación, contado con la sencillez y la claridad como solo un científico de su talla puede hacerlo.
En cuanto a su referencia "de aquí y de allá", le diré que prácticamente es de aquí y que el allá se limita exclusivamente a una serie de viajes a África, y que por supuesto son muchos menos de los que me hubiera gustado realizar, ya que considero que es el continente perfecto para perderse cinegéticamente hablando. Comparto la visión de mi añorado amigo Alfonso Urquijo, y siempre sentiré nostalgia de sus soledades y el deseo de volver a disfrutarlas.
—Dicen que a escribir se aprende leyendo. ¿Cómo se aprende a cazar?
—A cazar creo que no se aprende salvo en raras y honrosas excepciones. Se nace siendo cazador y ese existiendo como tal debe ser fomentado, impulsado y animado por un ambiente familiar cinegético. Mi amigo y formidable escritor Jesús Caballero explicaba muy bien desde estas mismas páginas que el verdadero cazador, como todo ser vivo, nace, crece, se multiplica y muere.
Nace en un ambiente familiar propicio, crece lentamente y escalón a escalón desde la carabina de aire comprimido al rifle pasando por escopetas de un caño en un constante aprender. Se multiplica enseñando e impregnando de su afición a sus hijos y finalmente muere con los achiperres de caza en las manos.
Por el contrario –repito que salvo honrosas excepciones– el otro, el advenedizo, nace fuera de un entorno familiar cinegético, crece muy rápido y antes de darse cuenta, ya está en la cúspide a la que aspiraba dentro del mundo de la caza, no se multiplica pues en esa meteórica ascensión no ha tenido tiempo de enseñar a sus hijos y cuando finalmente muere lo hace con los palos de golf o la caña del timón en las manos pues su volubilidad ya le ha llevado por otros derroteros.
—Mayor, menor; rececho, espera; llano, montaña; descaste, trofeo… ¿qué tienen en común?
—El maravilloso escenario donde se desarrollan y aquí vuelvo a recurrir por tercera vez a un amigo. Ramón Soriguer dijo … El aire puro, la combinación otoñal de colores, la masa de árboles o la mancha de matorral, el verdor del pasto, la encina centenaria… ese es el decorado espléndido de la obra que representaran después los cazadores y la fauna fiera y salvaje, cuando el primero rececha, aguarda o montea. Ese es el denominador común, sea bosque, marisma o montaña.
—¿Se atrevería a hacer una "taxonomía del cazador de hoy"?
—Si lo hiciera, muchos dejarían de saludarme y lo que es peor, no comprarían mis libros. En consecuencia, y a pesar de la fama de impertinente que tengo, comprenderá usted que me reserve mi "taxonómica" y desmenuzada clasificación.
No obstante y en términos generales, le puedo decir que diferencio dos tipos de cazador bien distintos: Al que le gusta cazar y al que disfruta con ir de cacería. El primero es cazador a secas y si quiere con mayúsculas y el segundo es un cazador social, no por eso menos cazador, pero que habitualmente antepone el componente de hacer sociedad a lo primero, esto es, al motivo principal que no es otro que cazar.
—Y puestos a fabular, ¿cómo serían sus tres cacerías ideales?
—Cualquiera en donde tenga que cazar de verdad, con o sin resultado final. Pero si me aprieta usted mucho elegiría tres: En África los búfalos, en España y a principios de primavera, los corzos, y cualquier noche, con luna o sin ella, los aguardos de jabalí.
—¿De quien está más cerca, del especialista en una especie o del coleccionista de especies?
—Está usted limitando a dos supuestos, las posibilidades. No me considero especialista en ninguna y tampoco un coleccionista de ellas. Si tenemos que circunscribirnos a unas pocas variantes prefiero la división de Valentín Madariaga que diferenciaba el cazador de lance, de trofeo o de colección y en ese caso y respetando todas las opciones, tengo que confesar que disfruto más con una cacería bien hecha y un resultado final satisfactorio que con un excepcional trofeo conseguido de forma dudosa o con un ejemplar nuevo que agregar a una colección que por otra parte no tengo.
—¿Qué tiene la caza en España que no se encuentra en otros lugares?
—Diversidad de sistemas de caza, abundancia de piezas, variedad de especies, formidable clima, multiplicidad de hábitats, y un largo etcétera que me harían parecer un anuncio turístico.
—¿Qué le falta y dónde está?
—A bote pronto y a nivel burocrático, le diría que le falta que las distintas Administraciones se pusieran de acuerdo y extendieran una única licencia para todo el territorio nacional, dejando aparcada la actual política de reinos de taifas. También debería incorporar una reglamentación cinegética para los Parques Nacionales con el objeto de evitar convertirlos en gigantescos zoológicos con los riesgos que ello conlleva.
—La caza es buena para el cuerpo y para el alma. ¿Para qué más?
—Me imagino que para el bolsillo del organizador.
Bromas aparte, es buena para el mantenimiento de muchas familias que viven de ella bien de forma directa o indirecta. Desconozco la cifra global de euros que mueve el mundo de la caza en toda España al año, pero solo en Andalucía el año 2010 facturó 3.583 millones de euros. Por lo que se ve, aparte de buena para cuerpo y alma, es formidable para otros muchos sectores.
También es importante resaltar que gracias a la caza, han cobrado valor miles de hectáreas de terreno marginal de sierra, improductivas hace tan solo unos años yque gracias a esta actividad hoy producen lo que sin ella nunca hubieran imaginado.
Por último –lo he reservado para el final por considerarlo muy importante y para que quede bien grabado– dejar muy claro que los ecosistemas mejor conservados de España y que albergan el mayor número de especies de flora y fauna, son aquellos que tradicionalmente se han dedicado a la caza mayor. Es decir, la caza ha sido y es el mayor factor de la conservación y de la biodiversidad en nuestro país, y desgraciadamente solo se le reconoce con la boca chica. ¡El que tenga oídos, que oiga!
—Granjas, sueltas, cercones… ¿Son inevitables?
—Muchas veces he discutido con Tony Sánchez-Ariño sobre la situación actual de África y el cambio experimentado en los safaris en estos últimos 50 años. Aún a sabiendas de que no soy quien para rebatirle a Tony ninguna cuestión sobre la caza en África, cuando él comenta que los tiempos actuales son el principio del fin, parafraseando a Winston Churchill siempre le contesto que yo lo veo como el final del principio. Me explico: Indudablemente los días de la época dorada que él conoció no volverán a repetirse y lo que vivimos ahora es una adaptación acorde a los tiempos actuales. Aquella etapa desapareció y aparece una nueva y a ese momento de transición –que comprendo a él le espante y le llene de nostalgia– yo no lo titularía principio del fin sino final del principio, esto es final de una época e inicio de otra adaptada al momento presente.
Usted dirá que a qué viene todo este juego de palabras para terminar sin haber contestado a su pregunta. En realidad yo lo veo igual. Los tiempos cambian, las personas que cazan se multiplican y estas quieren resultados rápidos al precio que sea. La única manera de satisfacer esta enorme demanda pasa por las sueltas en caza menor y los cercones de cochinos y ambos con resultados garantizados. Ese nuevo personal que ha descubierto la caza está contento y paga por ello y el organizador satisface esa afición y cobra por ofrecerla y asegurar su éxito.
Ahora bien, si quiere usted saber mi punto de vista, le contestaré con una afirmación de Ortega que no admite réplica: Para que sea verdadera la caza y no otra cosa, siempre ha de ser escasa, incierta y dificultosa. De la misma forma mi amigo Iñigo Moreno, marqués de Laserna, se preguntaba al respecto: ¿Se puede cazar lo que ha sido cazado con anterioridad? Saque sus propias conclusiones.
—Pero tiene enemigos. ¿Qué es más peligrosa, la ignorancia de muchos o la maledicencia y la demagogia de algunos?
—Sin lugar a dudas, los segundos. A los del primer grupo siempre se les puede enseñar y sacarlos de su analfabetismo, cumpliendo además con una de las Obras de Misericordia, que como usted recordará dice enseñar al que no sabe. El otro grupo es mucho más peligroso porque no quiere aprender. Ellos tienen unos dogmas inamovibles contra los que es imposible luchar ni siquiera para sacarlos de su error. Es como intentar explicar desde dentro las vidrieras de una catedral al que está fuera de ella. Desde el interior los vitrales son un espectáculo de luz y color, mientras que desde el exterior solo se ve un gris plomizo y empolvado.
—Por cierto, ¿el cazador siempre es inocente?
—El cazador, como yo entiendo que debe ser tal, siempre lo es pues nadie como él ama la naturaleza. Fíjese que digo ama y no defiende, pues ese cometido de defensa sin amor es propio del verde indocumentado que se ha erigido en abogado protector de un asunto que solo conoce por los documentales de televisión, siendo de forma descarada un menesteroso medioambiental y un individuo intoxicado por el nefasto síndrome de Bambi.
—Nuestro Ministerio de Medio Ambiente acaba de reconocer oficialmente a la caza como motor del medio rural, pero mantiene la prohibición de cazar en los espacios que determina proteger. ¿Es coherente?
—Absolutamente discordante. Nunca entenderé que para mantener el equilibrio de las poblaciones se contrate a tiradores que cobran en vez de utilizar a cazadores que pagan.
Pero no únicamente por ese motivo, ni solo en ese Ministerio o Consejería. Mire usted, el señor Díaz Trillo, responsable de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, acaba de reconocer en la última edición de Intercaza celebrada en Córdoba, que la caza generó en esa Comunidad Autónoma –como ya he comentado con anterioridad– durante el año 2010, la cantidad de 3.583 millones de euros. Sería interesante saber qué parte de ese enorme volumen económico revierte en la promoción de la propia actividad cinegética. Por otro lado, una parte importante de esa cifra está generada por el turismo cinegético –segmento de un alto poder adquisitivo–, esto es, por el sector Turismo propiamente dicho. Pues bien, la Consejería de Turismo de la Junta de Andalucía parece no reconocer estos datos, pues le niega al cazador cualquier tipo de reconocimiento, hasta el punto de no declarar que parte de los ingresos generados por nuestros visitantes se deben al mundo de la caza, cuando reconocen lo que genera el turismo de playa, de golf o de otras actividades de las llamadas lúdicas.
El motivo lo desconozco aunque intuyo que no es otro que el miedo al verde descerebrado y a la consiguiente pérdida de votos por apoyar de alguna forma a un sector mal visto o al parecer políticamente incorrecto.
—¿Se salvará el lince?
—Creo firmemente que el lince se salvará cuando el científico deje de ponerle collares de seguimiento, desista de controlarlo, abandone sus terrenos y renuncie a seguir molestándolo, amparándose en el paraguas protector de la ciencia.
Le voy a contar algo: Cuando Doñana era un cazadero y estaba permitido cazar a este felino por considerarlo alimaña, se primaba además a los guardas con una cantidad económica por cada lince que mataran. Así las cosas, cuando se crea la Reserva, se calcula que existían en la zona entre 40 y 50 parejas de lince. Hasta entonces y como cazadero, se cuidaba el Coto para ese motivo, o sea para que hubiera caza. El monte se clareaba, se hacían rozados, se procuraba que el sol llegara al suelo para propiciar pequeñas praderas donde hubiera conejos y perdices y por lo tanto alimento para nuestro protagonista.
A partir de la creación de la Reserva Biológica, el monte no se toca y se deja que todo siga su curso equivocadamente natural. Como consecuencia de ello, los jarales crecen de forma desmesurada impidiendo la llegada del sol al suelo y por lo tanto la creación de esas pequeñas praderas tan necesarias. Como resultado de ello escasean la perdiz y el conejo –alimento básico de esta especie– y una pareja de linces que antes necesitaba equis hectáreas de superficie de terreno para su normal desenvolvimiento, ahora necesita diez veces más territorio de campeo. Al estar limitada la Reserva por el río Guadalquivir, los pueblos al norte y el Atlántico al sur, al pobre lince solo le queda atravesar la tristemente famosa carretera de Matalascañas para buscar nuevas áreas fuera de la protección de Doñana. El que no muere en la carretera, lo hace ahogado en cualquier pozo de la zona o a manos de los furtivos de los alrededores. Recientemente se han instalados unos pasos en la carretera, pero desconozco su nivel de aceptación.
Por si fuera poco todo lo anteriormente expuesto, ahora cuentan con una protección exquisita, una guardería dotada de todo lo necesario y un verdadero flujo de millones de la Comunidad Económica Europea. Indudablemente algo raro ocurre.
Los pocos que quedan en Doñana –si es que son autóctonos, cosa que desconozco, o importados de la zona de Andújar– tienen que sufrir el acoso de biólogos que en nombre de la ciencia los atosigan con sus experimentos no dándoles la tranquilidad mínima que la especie necesita.
A los de la zona de Andújar, lejos del alcance de la ciencia, les auguro mucho mejor porvenir, pues de hecho son muchos los avistamientos realizados tanto visualmente como por medio de cámaras fotográficas colocadas en lugares estratégicos de los que tengo constancia verbal o fotográfica.
Para terminar esta extensa respuesta, le diré a usted, aunque a muchos les chirríen los oídos, que creo que su salvación definitiva vendrá cuando se coticen en el mercado cinegético y su conservación tenga una contraprestación económica como ocurre con las otras especies del género Linx –canadiense, europeo y rojo– pues da la casualidad de que todas gozan de buena o excelente salud, estando permitida –con estricto control y cupos– su cacería.
No se olvide –ya lo he dicho en muchas ocasiones– que para poner a una especie de caza que atraviese un delicado momento en peligro inminente de extinción, únicamente son necesarias dos cosas: La primera es incluirla en el Apartado I del CITES. La segunda, disponer de un grupo de trabajo científico encargado de su estudio exhaustivo. Me atrevería a decir, que de producirse la segunda suposición, en muchos casos, no sería necesaria la primera.
—Pero cazadores, gestores de caza y científicos no tienen más remedio que entenderse
—No le quepa a usted la menor duda, y de hecho así está ocurriendo. Tengo excelentes amigos en el mundo de la ciencia como Ramón Soriguer, Paulino Fandos o Miguel Delibes, pero ellos saben lo que hacen y por eso sus nombres son una referencia tanto en un campo como en otro.
Una cosa es colocar un radio trasmisor a un macho montés en Sierra Nevada para estudiar sus movimientos migratorios locales o bien sus preferencias estaciona- les, y otra molestar y agobiar a los pocos linces que quedaban en Doñana privándolos de su tranquilidad, para estudiar su comportamiento sexual o su dieta alimenticia veraniega –por citar alguna estupidez que no conduce a nada– antes que permitir que su población se recupere en la paz y tranquilidad de aquellas enormes soledades.
—¿De qué y de quiénes habría que proteger los espacios cinegéticos?
—En primer lugar, y sin ningún género de dudas, del ecologista de salón, ese peligroso y profano individuo al que los políticos tienen tanto miedo y que son tan abundantes en estos absurdos tiempos de paradójica y falsa corrección política. Cuando este nefasto personaje desaparezca o los responsables administrativos dejen de temerles, el sentido común volverá a poblar sus mentes asustadizas y entonces prácticamente no quedaría ya, ni nada ni nadie de quien proteger a esos espacios que se encontrarán muy bien sin sus supuestos y fundamentalistas defensores.
—La tan mentada crisis ha llegado a la caza. ¿Se puede hablar de burbuja cinegética? ¿Cómo se reconducirá, por ejemplo en el mundo de la montería?
—La crisis llega a todas partes y donde más se deja notar es precisamente en el sector lúdico, por ser el gasto más fácilmente eliminable.
Aunque al mundo financiero lo mantengo al margen de mi vida todo lo que me es posible, si lo que yo entiendo por la manida expresión de burbuja es lo que creo, entonces sí tengo que reconocerle que ha habido una burbuja cinegética. Se han creado organizaciones al amparo de una demanda muy artificial que nunca debieron crearse, se han ofertado cacerías a la vista de unos resultados económicos que nunca debieron ofertarse, se han creado unas expectativas a la vista de unos potenciales clientes emergentes de otros sectores muy coyunturales, y cuando todo eso ocurre y luego algo falla es muy normal que al cambiar la relación oferta–demanda, los precios de las acciones de montería bajen como de hecho ha sucedido. Es posible que igualmente se reduzca la oferta de caza enlatada por disminución de la demanda.
—Cuando visita el pabellón de caza de algún insigne cazador, ¿qué ve?, ¿qué busca?
—Esta cuestión tiene tres respuestas. En primer lugar me gustaría aclararle a usted que el término pabellón de caza o el más internacional trophy room me molesta sobremanera. Los trofeos de caza merecen mejor trato que acumularlos en un salón sobrecargado donde solo se ven cuernos. Me gusta conservarlos con respeto en recuerdo de los buenos momentos que me hicieron pasar y prefiero distribuirlos por la casa junto a otros objetos, pero nunca en un lugar destinado a tal efecto. Para eso están los museos.
Hecha esta aclaración, le diría que por tener un gran pabellón de caza, no necesariamente tiene que ser su poseedor un cazador insigne como usted lo llama. Por desgracia, los propietarios de algunas de estas fabulosas y agobiantes colecciones tienen muy poco de cazador y un mucho de vanidad y engreimiento y solo utilizan el mundo de la caza para su personal honor y su dudosa gloria.
En determinados casos, a muchos ilustres y verdaderos cazadores, debido a la enorme cantidad y variedad de trofeos, no les queda otro remedio que ubicarlos en algún sitio determinado, pero siempre hay formas de hacerlo. Algunos de ellos me resulta interesante verlos, sobre todo si conozco la forma de pensar como cazador de su propietario.
En cualquiera de los casos y sabiendo leer entre líneas, puede haber bastante tema en estas salas y se pueden extraer muchos conocimientos. No es lo mismo admirar un venado cobrado en berrea en tal o cual finca cercada, con alimentación extra y con una genética muy depurada, que hacerlo con otro cazado en finca abierta, sin ningún tipo de cuidados y de poder a poder. Lo mismo que no es igual encontrar tablillas con el nombre de la misma finca repetida veinte veces bajo sus respectivos trofeos, que ver veinte venados de lugares diferentes.
—Si las circunstancias hubieran sido propicias, ¿se habría dedicado a la caza como actividad principal? ¿Qué clase de cazador sería?
—Creo que nunca lo hubiera hecho por dos motivos: El primero y en caso de ser profesional, por mi poca paciencia para aguantar las debilidades del prójimo, y en esa profesión hay que tener mucha mano izquierda. Nunca aguantaría al cliente que no caza y le encarga al profesional que lo haga por él, para más tarde poderse hacer la foto. Tampoco soportaría al que viene con su amiguita y solo le interesa el sexo y la foto final con el trofeo.
Están también el bebedor compulsivo, el entendido en balística, el presuntuoso económico, el que priva de tu soledad sin darte ninguna compañía y un largo etcétera que haría imposible mi dedicación a este mundo. Tal vez sea yo el que tenga la culpa, pero no lo puedo remediar ya que como dijo Matilda, la amiga de Mafalda, adoro a la humanidad, pero me fastidia la gente. En cuanto a la dedicación como cazador deportivo, también hubiera sido imposible esa entrega a tiempo total, pues creo que un veinticinco por ciento de mi tiempo colmaría ampliamente todas mis expectativas. Lo que si haría es dedicar al campo más tiempo del que le dedico ahora, bien sea fotografiando, anillando pájaros o haciendo ornitología. Pero nunca a tiempo completo. Hay otras cosas como viajar, vivir o leer que tal vez te hagan valorar más la caza.
—¿Algún consejo a los nuevos cazadores?
—Mi padre solía decirme que no admitiera consejos ya que todos sabemos equivocamos solos, pero ya que me lo pide usted voy a hacerlo aunque preferiría hacerlo a los jóvenes cazadores mejor que a los nuevos.
Les aconsejaría que nunca se avergüencen de su condición de cazador, pues la caza existe por que existen cazadores y si no existieran estos últimos habría que inventarlos.
También les diría que siempre se auto impongan CAZAR, y que recuerden que cazar es buscar, intuir, observar, sacar consecuencias de lo que se ve, rastrear, pasar inadvertido, evitar los vientos, aguardar, recechar y finalmente disparar. No se sale a cazar para matar, se mata por haber cazado.
Que siempre recuerden que su forma de actuar en el monte, aunque se crean solos, estará siendo analizada, venteada, observada y escuchada por el animal que persiguen y que su proceder como cazador, influirá en el comportamiento de la caza.
Por último, que se impresionen a la vista de un gran trofeo pero que nunca se obsesionen por las medallas, ni dejen que estas condicionen su cacería, pues pueden llegar a amargársela y la caza, como dijo Ortega, es una forma de felicidad.
—¿Es realista soñar con los espacios salvajes y la caza como aventura?
—Si soñar es discurrir fantásticamente lo que no es y realista es el que trata de ajustarse a la realidad –como dice la Real Academia Española– nos encontramos, desde mi punto de vista, que verdaderamente es realista pensar con los espacios salvajes y la caza como aventura, pero nunca soñar con ellos.
Si buscamos los espacios salvajes y la caza como aventura en un rancho de Suráfrica, indudablemente no encontraremos ni lo uno ni lo otro. Si por el contrario intentamos lo mismo en Gabón, en República Centroafricana, o en Zambia, con toda probabilidad lo encontraremos. Es cierto que existen todoterrenos que te evitan las largas caminatas de antes, avionetas que aprovisionan un campamento de lo necesario y emisoras de radio y teléfonos móviles que te mantienen en contacto con la civilización, pero fuera de eso podemos encontrar espacios salvajes y vivir la caza como una aventura. Una aventura distinta a las que vivieron Selous, Anderson, Boyes o Sutherland, pero aventura al fin y al cabo y no exenta de riesgos