La seca de los Quercus, la enfermedad que nunca existió

Las enormes mortandades de arbolado de encinas y alcornoques que comenzaron a aparecer en toda España a finales de los 80 (con precedentes desde los 60) generaron una enorme preocupación que persiste en nuestros días. Aparecieron a la vez en Portugal, Francia, Marruecos y otros países.


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  Robledal atlántico
Robledal atlántico

Todos los amantes de la Naturaleza vivimos el desastre y algunos grandes cazadores, como D. Miguel Delibes, escribieron preocupados sobre esto. Hoy es nuestro principal problema forestal, sobre todo porque pone en jaque-mate a nuestros montes y a nuestros mercados de cerdo ibérico y corcho, ambos en riesgo de extinción por desabastecimiento del mercado.

Fue hacia 1990 cuando ICONA, a través de Dr. Ingeniero de Montes D. Ramón Montoya (pura coincidencia el apellido), convocó una reunión nacional de expertos en Quercus en la gaditana finca de La Almoraima; BRASIER, en la revista científica NATURE, había señalado al hongo Phytophthora cinnamomi como agente causante del problema en España. Poco más había y poco más concluimos en esa reunión los 10-12 forestales convocados, excepto que la cosa iba en serio. Allí se le bautizó como Seca de los Quercus; lo que no dejó de ser una desgracia, porque desvió el tiro concentrándolo sobre los Quercus, encina y alcornoque en particular.

En la primera revista ecologista española QUERCUS que dirigía D. Benigno Varillas cuando el ecologismo era otra cosa, describí en 1991 estos procesos de decaimiento y mortandad tras los masivos recorridos de campo que la Doctora Mesón García y yo mismo hicimos por amplias zonas de España, Portugal y Marruecos. En ese trabajo negué tanto la existencia de una nueva enfermedad porque muchos árboles sobrevivían, como la enfermedad única (Phytophthora) porque muchos morían por otras causas. De conjeturas acientíficas calificaron nuestro análisis algunos sabios, de esos que creen serlo por el mero hecho de rechazar las búsquedas racionales-dialécticas como método científico válido, fuente tradicional de muchos de los mejores avances en los conocimientos.

Tras muchos millones del erario despilfarrados en localizar e intentar curar una enfermedad que nunca existió, todo está en el punto de partida: otra vez se vuelve a BRASSIER, porque los investigadores de universidades y otros centros científicos abordaron la cuestión desde estériles perspectivas sectoriales, desde la altanera torre de marfil de su laboratorio y desde su especialidad personal concreta, es decir, mirándose el ombligo.

Creo que después de 28 años de persistir en nuestra línea de trabajo, ha llegado el tiempo de echar la vista atrás y preguntar por las conjeturas para intentar que los trasnochados modelos de investigación actuales sobre el medio natural avancen. Según la venezolana filósofa de la ciencia Profesora DÁVILA NEWMAN 2006: «La ciencia actual presenta profundas controversias… el holismo y la ecología ofrecen una nueva perspectiva de la filosofía de la ciencia, existe un creciente aumento de la complejidad tanto en el mundo natural como en el social, por lo que surge la necesidad de generar una epistemología de la complejidad para abordar el conocimiento científico actual»; vamos, que ya vale de hacer el canelo, que son precisas otras vías para el avance de los conocimientos naturales y sociológicos en nuestros días.

La Seca de los Quercus, ni es de los Quercus, porque también afecta y mueren los pinos, los enebros, los madroños… ni tan siquiera es de los vegetales, porque aparece idénticamente en los animales (cabra montesa, rebeco, arruí, ciervo, zorro…). No es ninguna enfermedad nueva. ¡Anda y que no la han buscado! No es una cuestión sanitaria, ni tan siquiera una cuestión ecológica. Es una cuestión ecosistémica que no podía ni puede abordarse desde perspectivas sectoriales y mucho menos aún desde la confortabilidad de un laboratorio. La cuestión no es de especialistas, sino bien al contrario, de generalistas, no de laboratorio (el bichito) sino de campo (el agrobiosistema).

La conclusión a la que hemos llegado tras tantos años de continuados estudios e investigaciones es muy fácil: la seca de los Quercus no existe. Con esta novedosa conclusión retornamos a nuestro punto de partida, allá por 1991. Lo que existe realmente es solo que felizmente todo lo que nace muere, que todo proceso de decaimiento y mortalidad es ecosistémico, y que no existe ni un solo ser vivo que escape a la muerte. Déjense pues de conjeturas acientíficas, a las suyas me refiero ahora: ni Sangri-lá, ni la fuente de la eterna juventud existen.

¿Qué subyace en todo esto y por qué les cuento ahora todas estas peripecias? Por cuatro buenas razones.

1ª/ Porque la seca, que no es ninguna enfermedad sino un proceso natural, sigue avanzando y destruyendo nuestros montes (mediterráneos o no) por falta de regeneración y buen mantenimiento. Mientras los montes perecen en el proceso, seguimos embolicados con el procès.

2ª/ Porque las soluciones a las cuestiones ecosistémicas existen y son iguales para todos los valores, usos y recursos del medio natural; ciertamente no es lo mismo cazar que pescar, cortar madera que pastar… pero todo debe hacerse por razones similares, programarse de igual manera, y abordarse desde una perspectiva común. El conocimiento profundo de las diversas técnicas de intervención o eco-culturas (selvicultura, pastoralismo, cinegética, haliéutica, conservación…) y el dominio de las demás obras y labores técnicas asociadas al manejo racional de los valores, usos y recursos naturales, es imprescindible a efectos de desarrollo sostenible.

3ª/ Porque, una vez más, las perspectivas urbanitas predominantes hoy en el medio natural e incluso en las investigaciones sobre este han demostrado su escasa eficacia práctica y sus elevados costes. Algunos osados hablaríamos de corrupción científica. ¿Acaso hay algo que no esté podrido?

4ª/ El universo de lo rural, lo que de gratis se ve y oye en el campo, no ha sido visto ni oído. Las búsquedas racionales-dialécticas, como los modelos heurísticos, han sido alegremente calificadas de conjeturas acientíficas. Don Tancredo mira altivo al expectante tendido y el toro va por libre.

No existe la seca, tan solo existe un proceso natural que afecta a todos los seres vivos, animales o vegetales, y con múltiples formas de presentación; con variados análisis forenses a toro pasado. Las eco-culturas, las técnicas ancestrales de manejo, son el único remedio preventivo viable; por ejemplo, la caza racional en el caso de la caza, la buena selvicultura y su ordenación en el caso de los Quercus, un sensato pastoralismo en el caso del ganado y la caza mayor… ¡Saber hacer las cosas que hay que hacer! ¿O mejor hablamos del PACMA y del procès?

¿No habrá llegado el momento de centrarse en la gestión adecuada de los espacios rurales, como mejor herramienta sanitaria para la flora y la fauna silvestres? ¿Alguien se apunta a defender el campo desde abajo, a generar empleo útil y por tanto vida rural, a curar la presunta seca desde su raíz ecosistémica? ¡Ah! cuando como cazadores oigamos hablar de enfermedades de la caza, pensemos en si no será también una cuestión ecosistémica y no solo sanitaria. Demasiadas rutinas científicas pueden estar presentes, demasiados intereses espurios pueden estar recechando al erario. A veces la investigación es tan solo un argumento para posponer las soluciones sine die.

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