¡Ser, o no ser, esa es la cuestión!

Hace unos años fui al teatro a ver un monólogo de ‘El Sevilla’, cantante de Mojinos Escozíos. En una parte del espectáculo se recreaba con la filosofía de la obra de Hamlet de William Shakespeare donde aparecía la clásica escena recitando con una calavera en la mano. En el transcurso de la actuación, sin saber por qué y sin tener nada que ver las circunstancias del momento, vi reflejada en dicha escena los orígenes de todas las adversidades de la gestión cinegética en general con la función pública española.


Son muchas las federaciones y asociaciones que existen, siendo tantas, no dan abasto o les cuesta solucionar los conflictos que los nuevos tiempos nos presentan. Todas dirigidas y constituidas mayoritariamente por profesionales como abogados, economistas, ingenieros agrónomos, ingenieros de montes, veterinarios, biólogos etc… habiendo en todos sus componentes un común denominador, son cazadores o como mínimo simpatizantes. En la parte opuesta, me refiero a todas las administraciones públicas y a los políticos, ejecutores finales de la solución del conjunto de problemáticas del sector. También en esta parte tenemos el mismo elenco de categorías profesionales, pero con la diferencia de que no todos son cazadores ni simpatizantes, exceptuando alguna casualidad. Por tanto, estos —no cazadores— tienen el riesgo de comportarse total o parcialmente como calaveras de Hamlet, y no lo digo en el sentido despectivo, sino en el sentido de que una calavera no escucha ni ve, razonamiento de Perogrullo necesario de matizar.

Para la resolución de un problema entre dos partes, la primera condición ha de ser el reconocimiento del mismo por ambos lados. Para llegar a esto, las partes tienen que hablar el mismo idioma o estar en la misma frecuencia. Si no es así el intercambio de ideas es completamente estéril. Esos insignificantes milímetros en el dial, tanto con la Administración Central, Autonómica y Local, nos llegan al sector en forma de obstáculos, impedimentos, trabas, demoras, impuestos abusivos, burocracia excesiva, pérdida de tiempo, kilómetros absurdos, gastos, etc… y ordenanzas fuera del más común de los sentidos.

Todo lo dicho viene a cuento por lo siguiente: Cuando era miembro de la Junta Directiva de la sociedad de cazadores a la que pertenezco, me entrevisté como es normal en estos ámbitos, con alcaldes, concejales y demás mandatarios. Hubo una de estas entrevistas que he podido refrescar a pesar de haber pasado varios años, que no uso como ataque personal sino como referente de mis experiencias en estas lides y ejemplo de mi opinión. Fue cuando tuve la necesidad de anticiparme a un futuro problema por culpa de un rumor que circulaba en perjuicio de la sociedad. Rumor que tenía que desmontar el Director del Parque Regional donde había uno de los cotos. Sin dudarlo contacté con él por teléfono para solicitarle una cita, contestándome que no daba citas, que cuando fuese a verle si podía me atendería, me dijo. A la segunda, después de 200 km y dos mañanas perdidas, el buen hombre pudo atenderme. Sin haber pasado los interminables primeros cinco minutos de conversación, me di cuenta que no estábamos en la misma onda. De forma automática e irreflexiva, intentando mi subconsciente encontrar el motivo, le pregunté: ¿Conoce usted el mundo de la caza? Respuesta: Sí claro. Continuando el diálogo comprobé que seguíamos sin conectar y volví a preguntar, ¿es usted cazador? Contestó: No, cazador no. Haber empezado por ahí, pensé.

Directamente activé el plan B fundamentado en la resiliencia, consistía en hacer de tripas corazón, poner cara de tonto y mucha mano izquierda, como en otras ocasiones había hecho en otros despachos y mostradores cuando olía el percal. A la vez modular mi frecuencia a la suya pues de no hacerlo así, era misión imposible la intercomunicación. Después de unos quince minutos, aquella conversación acabó afortunadamente con el fin que yo pretendía. Ni más ni menos que me autorizara verbalmente para desmentir por escrito a los socios en su nombre, el bulo malicioso el cual asentaba lo siguiente: «Era el ultimo año que podíamos cazar en el coto ubicado en el Parque Regional, pues una nueva Ley así lo decía». Vamos, nada del otro mundo que le comprometiera.

Mientras seguía en mi butaca escuchando al Sevilla, dándole vueltas al asunto e intentando no perderme detalle del monólogo, caí entre tanto, que aquella conversación estuvo a punto de saltar por los aires, simplemente por no tener la misma visión objetiva de un mismo contenido. El encuentro pudo terminar en ofuscación y, lo que es peor, aunque no hubo necesidad, en puerta cerrada para nuevos encuentros.

Después de esta puesta en escena vivida como protagonista, imagino grandes reuniones para solucionar grandes problemas que nuestros defensores y representantes sabiamente exponen y explican a quienes tienen los medios y el poder para hacerlo. Seguro habrán tenido ocasiones de experimentar situaciones análogas a la mía y peores. Más grave todavía si estas reuniones son con personas con algún atisbo de calaveras de Hamlet y si encima tienen poder político, la frustración puede ser irreversible hasta cuatro años o más.

Ahora estamos comprobando en los medios, gracias a que ya vamos teniendo nuestro hueco, las muchas calaveras de Hamlet que están apareciendo de frente al mundo rural, las que más me han llamado la atención por ser dirigentes políticos es la señora que dice que quitaría los toros y la caza y el otro que nos llama casposos. Irónicamente todo un ejemplo de concordia y dialogo político.

¿Adónde quiero llegar? Aprovechando que estamos en temporada preelectoral, decir a políticos y cargos públicos que las responsabilidades en asuntos de caza los deben tratar solo personas con empatía profesional para tal fin. Haberlos eficientes incluso no siendo cazadores, en las administraciones públicas también los hay.

Creo que es mucho pedir. En fin… aquí queda mi utopía, que la pediré como regalo a los Reyes Magos.

FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO 2019

Dedicado a los directivos de sociedades y gestores.

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