Charlatanes, mercachifles y falsos mesías

En los últimos tiempos cada vez me seduce menos la idea de entrar en internet a ojear determinadas publicaciones del sector cinegético, antes repletas de útiles e interesantes reflexiones. Algo está cambiando en la otrora respetable prensa venatoria.


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Parece que entre algunos medios se está propagando como un mal virus una nueva forma de escribir vacía de contenido y construida en torno al odio y el rencor, la poesía que destruye, que diría El ausente. Un buen amigo, tras comentar con él este hecho, señalaba… «Un hombre en sus cabales debe ser milimétrico en sus opiniones, no dar pábulo a mentideros y separarse de la retórica del difama que algo queda». Y tiene toda la razón: los artículos de opinión no han de ser el espejo de una acritud, han de ser el reflejo de un derecho a opinar con rigor y conocimiento, pero ante todo con respeto.

Últimamente están apareciendo una serie de espantajos que pretenden un lugar en estos lares cinegéticos y amenazan con hacer oficio innoble de su maniquea forma de actuar

Entre los muchos y nobles oficios que siempre se han prodigado en el mundo de la caza —perreros, cargadores, orgánicos, cimbeleros…— últimamente están apareciendo una serie de espantajos que pretenden un lugar en estos lares cinegéticos y amenazan con hacer oficio innoble de su maniquea forma de actuar. Me refiero a esa patulea de charlatanes, mercachifles y falsos mesías, que bien pudieran denominarse golfos, gafes y gorrones (pero aquí se me adelantó Alfonso Ussía); que en nombre de dios sabe quién se han atribuido la defensa del pundonor perdido de los moradores y asiduos del rural, y digo dios sabe quién, pues mi virtud y la de aquellos que conozco sigue intacta como puta pregonada.

El nuevo Nostradamus, adalid de los pobres cazadores menesterosos, de los torpes pobladores del rural, que no saben defenderse de las hordas animalistas que asolarán nuestros campos y reducirán a cenizas nuestros pueblos y aldeas, ha entrado en escena. Pregonando en bélico lenguaje el apocalipsis que alcanzará nuestra forma de vida si no alzamos nuestra voz en grito: ¡A las barricadas! ¡Tomemos la calle! ¡Seamos ruidosos, escandalosos, molestos! Hagamos frente a ese ejército rabioso de animalistas, especieístas y veganos, urbanitas pisapraos que no distinguen un zorzal de un estornino…

Charlatanes, mercachifles y falsos mesías

Mensajes portadores de un odio insano, más propios del tahúr vendedor de esa pócima de mágicos efectos que igual hace que crezca el pelo, aplaca un dolor de muelas, y hasta espanta las meigas. Solo les falta el sombrero de copa y el carromato con grandes cortinajes de las películas de Bud Spencer. Con una gran diferencia: no tienen puñetera la gracia. Y no la tienen después de echar mano al viejo saber popular de «quién siembra vientos, recoge tempestades».

Que el movimiento animalista está en contra de la caza es un hecho; al igual que lo es que se manejan mucho mejor que nosotros en las redes sociales, y además con nuestras fotos, con nuestros comentarios y con nuestros desatinos. Es lógico, cualquiera puede verter su ponzoña en las redes sin medida ni pudor bajo el anonimato o los falsos perfiles que éstas proporcionan. Las rrss albergan ese mal recogiendo a cualquiera, hombres, mujeres, niños y niñas. Con formación o sin ella, amargados o felices, solos o en compañía de otros… Todos opinando sin medida ni pudor…

Es cierto que el movimiento animalista va ganando adeptos e inclinando hacia sus filas la balanza de quien no es ni animalista ni cazador. De quien vota sin pasión, de quien decidirá en los próximos años el futuro de la caza, pues no nos engañemos, el futuro de la caza no depende de los cazadores, sino de la sociedad en la que estos se encuadran. Es por ello que el mensaje que estos perciban del colectivo cazador, o de los actores del medio rural, será el que les aliente a adoptar una postura a favor o en contra. Esos mensajes que reciban serán definitivos a la hora de moldear la idea de la caza y los cazadores. Si yo fuera un no cazador, y tras ojear un periódico donde se dice que despeñamos a nuestros canes, y después pasara a leer otro especializado en el que se habla de batallas, estrategias y ruidos atronadores, se insulta y se desprecia una forma de vida distinta, lo tendría clarísimo: mi voto sería pro animalista.

Miro en mi interior y me pregunto… ¿qué prefiero escuchar, las trompetas de Jericó o el canto de la patirroja junto al suave devaneo del corzo en la cebada? Creo que el contenido del mensaje ha de estar claro, meridiano, desafiante a toda lógica, certero: directo al corazón. Cobran hoy más que nunca significado propio las palabras de ese gran orador y cazador silenciado por el odio y el rencor de los que no como él pensaban: «A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!».

Pero como siempre, esta es tan solo mi opinión; y como tal, equivocada.

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