El sacudir del invierno

Ya podemos establecer el paso del período más duro para buena parte de los corzos peninsulares, aunque, como viene siendo habitual en el conjunto de la población ibérica, la más dura para algunos estará por llegar con los calores del estío.


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Estando en el mes previo al parto, nos encontramos en el momento en el que las expulsiones de crías serán masivas

Sin embargo, sí podemos determinar con rotundidad que es en marzo cuando va a acabar la aparente falta de actividad que, casi desde el mes de octubre, ha caracterizado a las poblaciones del norte peninsular. Casi la única referencia que podíamos hacer a estos corzos septentrionales desde octubre era la supuesta inactividad dentro de unos grupos mayores a los habituales, si por inactividad entendemos procurarse un alimento, a la vez que debían intentar no servir de festín a otros. A pesar de todo esto, es un sacudir de la pereza más que una entrada plena en una gran actividad por parte de los individuos en alguno de los ciclos de su comportamiento. A diferencia de sus parientes del norte, los corzos ubicados en la línea de los Montes de Toledo hacia el sur, siguen inmersos en una tarea febril, que más pareciera propia de quienes andan a punto de acabar algo y tuvieran prisas por hilar un nuevo empeño. Y algo de eso hay, como podremos ver más adelante.

Machos: cada uno en su sitio


Al contrario que los venados, que lo hacen a jirones, la piel que cubre la cuerna del corzo suele eliminarse en un único desgarre, quedando al aire una cuerna clara con numerosos restos sanguíneos. © Valentín Guisande.

Que cada macho vuelve a su sitio sería una frase que podría servir para las dos poblaciones, a las que hemos ubicado, de manera genérica, en el sur y en el norte de la España peninsular. Pero el sentido de esta expresión debería ser diferente para cada uno de nuestros machos, situados según donde.

En las poblaciones cantábricas, los leves pero constantes ascensos de temperatura van despejando los pasos, y van abriéndose lentamente los herbazales que podrán mantener de nuevo a las familias de corzos que fueron obligadas a relegarse a los valles con las primeras nieves. Es, por tanto, el momento de ir deshaciendo los grupos invernales e ir volviendo por las veredas que vieron bajar a los individuos: nuevos bosquetes, prados y linderos son de nuevo ocupados por, posiblemente, los mismos individuos que salieron de ellos en octubre.

Pero estos movimientos verticales, desde el valle a las cotas de mayor altura, no desvelan una mayor actividad que ésa. Es decir, no se ven acompañados los desplazamientos estacionales con alguna actividad destacada del rango comportamental de la especie, al menos, en términos generales. Sí debemos constatar que, durante este mes, la práctica mayoría de los machos adultos del norte peninsular, completan el desarrollo de la cuerna y culminan este proceso mediante el descorreado de lo que fuera la piel protectora. Esto se manifiesta con las primeras marcas que, por medio de estas nuevas cuernas, comenzamos a ver en la vegetación.

Estas señales, a pesar de todo y según los estudios llevados a cabo en las poblaciones cantábricas, no constituyen marcas territoriales y más parecen una suerte de ejercicio de marcaje, además de los inevitables raspados para eliminar por completo la seca correa.

Por consiguiente, es un mes apropiado para ver a los corzos con la cuerna de tonos rojizos. Una cuerna roja, en definitiva, que por término medio de un día, se puede contemplar ahora en los corzos cantábricos.

Los jóvenes

En marzo los jóvenes corzos del sur no han acabado de formar la cuerna

No se encuentra en estas circunstancias el corzo situado en Montes de Toledo o en sierras andaluzas. Todos los machos mayores a un año han descorreado, algunos incluso desde hace más de dos meses, por lo que, unido a unas condiciones climáticas más favorables, los machos se encontraban desde hace tiempo inmersos en labores territoriales. A este respecto podemos afirmar que las luchas entre machos adultos rivales, prácticamente, ha concluido. No así las agresiones de machos adultos a jóvenes de un año o crías nacidas el año anterior; marzo es un mes especialmente prolífico en la posibilidad de ver este tipo de comportamiento.


Poder cazar en marzo al corzo del norte no supondría interferir ni en sus ciclos territoriales ni reproductores. © Valentín Guisande.

¿Qué sucede entonces? ¿Acaso los machos jóvenes pretenden ahora establecer territorios donde ya están consolidados los de aquellos machos adultos? No es así. Ni siquiera la mayoría de los jóvenes han acabado de formar la cuerna y ni mucho menos las crías nacidas en el año anterior, quienes concluirán esta labor en abril. El hecho de que hayan concluido las luchas entre machos adultos nos hace ver que los territorios están definidos, y las agresiones a machos de menor porte no son sino el deseo de cada propietario de que individuos de su mismo sexo desaparezcan de sus dominios.

La presencia de machos jóvenes por áreas ocupadas por machos, así como las marcas que éstos van dejando sin propósito territorial alguno, activa el propio marcaje visual y olfativo de los propietarios. Tanto es así, que marzo es el mes en el que mayor número de corzos marcando podemos ver a lo largo del año, que no el mes en que mayor número de marcas podemos ver a lo largo de cada año; para este último punto, cada mes hasta septiembre podremos ver más marcas sobre la vegetación, puesto que cada mes acumula las marcas de este tiempo y la de los meses pasados, como es natural.


En marzo podemos ver al mayor número de corzos marcando. © Valentín Guisande.

Los machos, a pesar de todo, parecen olvidar la compañía de las hembras y se muestran dedicados por entero a las labores del hogar. Cada vez son menos los machos que acompañan a las hembras, pero toda esta actividad, no olvidemos, está encarada con un único propósito: consumar el apareamiento. Tanto es así, que buena parte del marcaje realizado a partir de abril estará dirigido a las hembras, en contra del que hasta ahora ha llevado a cabo, que parece estar dirigido sobre todo a los miembros de su mismo sexo. Será obligado por tanto en el mes que viene, hablar de los pelaos.

En otro orden de cosas…

La diferencia en el comportamiento entre machos y hembras, nos habla en cierta manera de cómo una especie puede tener intereses tan dispares dentro de sus sexos. Intereses dispares, comportamientos divergentes.

Comparar el elevado trajín de los machos frente a la aparente placidez de las hembras, no puede por menos que ser un hecho sorprendente. Sin embargo, y como decimos en Extremadura, ¡bien les vaga! Los machos no tienen otra cosa de que preocuparse, además de huir de sus predadores, que de procurarse hembras. Si los machos cantábricos tienen un par de meses para ello, lo procurarán en dos meses; si, al contrario, como los extremeños, tienen todo el año, andarán el año entero empeñados en ese afán.

El fundamental propósito que los machos de muchas especies tienen para con su especie, radica en la transmisión y cruzamiento de información genética de la especie, mientras que el receptáculo donde gestar y desarrollar a nuevos individuos, el coste del alumbramiento y la responsabilidad del mantenimiento y supervivencia en los primeros días de vida de las crías, se encuentra y recae sobre las hembras. En definitiva, un macho no tiene sino que estar en el momento de la cópula, el resto del tiempo es holganza, por lo que bien dejada está la anteriormente citada expresión del bien les vaga.

La paridera

Mientras tanto a las hembras se las acerca el momento del parto. éste es inminente en las hembras centrales y del sur, pues las primeras parirán en los primeros días del mes de abril; mientras que a las corzas del norte no las tocará turno hasta el mes de mayo, como al resto de las hembras de las poblaciones europeas de corzo, más influenciadas, así mismo, por los fríos. Las hembras del norte, por consiguiente, y en correspondencia con los machos, ocuparán los lugares de residencia estival conforme los fríos se lo permitan.

No sucede lo mismo más al sur, en aquellas poblaciones donde los inviernos más suaves y sin una presencia importante de nieve —si ésta acaso llegara—, han permitido que nuestros corzos descarten los movimientos estacionales. Esto permitirá parir antes, y obligará, por tanto, a llevar a cabo las expulsiones previas al parto para que cada madre se encuentre sola en los momentos del alumbramiento. Estando en el mes previo al parto, nos encontramos, así, en el momento en el que estas expulsiones serán masivas, a pesar de que las primeras crías ya fueron expulsadas en octubre.

Las expulsiones se llevan a cabo por el sistemático rechazo de la madre a la presencia de la cría: la madre rechazará estar en los lugares donde ésta se encuentre y evitará su presencia, habrá numerosos conatos de enfrentamiento y, en menor medida por su efectividad, verdaderas cargas a las crías y persecuciones por largo rato, que irán seguidas de alejamientos inmediatos de la madre.

No es buen momento para las crías, por otra parte ya talluditas: se ven repudiadas por sus madres, expulsadas por los machos de los territorios que van cruzando, y vagando por terrenos que nunca antes hollaron, enfrentándose a lo verdaderamente incierto. Y, efectivamente, así debe ser, a juzgar por el alto índice de cadáveres de individuos de esta edad que en estos momentos se encuentran en el campo.

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