El plomeo en gramos
Nos ofrecen tal cartucho con el anuncio de que tiene tantos gramos de perdigones. Nos venden retroceso envasado en vainas magnum. Pero... ¿qué obtenemos realmente a cambio?
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El método de denominación de los cartuchos de escopeta deriva de una nomenclatura antigua y muy simple. Partiendo de una libra avoirdupois de plomo, que equivale a 453,5 gramos, se elabora una esfera de plomo que pesa justamente eso: una libra. Éste es el calibre 1.
Si se subdivide esta libra en dos bolas de igual peso se obtiene el calibre 2, cuyo diámetro será el que tenga cada una de las dos bolas de 226,75 gramos. Por este método, el calibre 36 (mal llamado 12 milímetros) es el que corresponde a una esfera de plomo del tamaño exacto para que juntando 36 de éstas, pesen en total 453,5 gramos.
En este punto nuestro lector ya ha concluido, seguramente, que el calibre 12 es el que divide por este número los 453,6 gramos avoirdupois. Y, efectivamente, es así: la carga nominal del cartucho 12 son 37,8 gramos que corresponden a una esfera de plomo que tiene un diámetro de 18,9 milímetros, lo cual, a su vez, es el diámetro de un cañón cilíndrico de ese calibre. Para ser prácticos, esta cantidad la vamos a redondear en 38 gramos.
Algunas sorpresas
En los primeros tiempos de las escopetas, una vez que los fabricantes definieron el calibre 12 por el método anterior, comenzaron a realizar sus pruebas y comprobaciones. Y, contrariamente a lo que se puede pensar, descubrieron algunas cosas no tan obvias:
Primera, que cuanto más gramos de perdigones hay, peor es el plomeo. Segunda, que disponiendo los mismos gramos, cuanto más finos son los perdigones, más se abren. Y, por último, también comprobaron otra propiedad menos importante: cuanto más gruesa es la munición, mata más lejos.
En esta imagen queda patente que 10 gramos de munición 7ª y el mismo peso de munición 4ª, contienen un número muy distinto de perdigones.
Era difícil encontrar el nexo de unión de estas circunstancias aparentemente tan distintas, hasta que se dieron cuenta de que se debían básicamente a lo mismo: «la energía de los perdigones es menor cuanto más delante se encuentran en el cartucho».
Sería fácil pensar que todos los perdigones salen del cañón con la misma velocidad y por tanto con la misma energía, pero no es así. La realidad es que los que están por detrás son empujados directamente por la explosión con toda su fuerza, mientras que éstos empujan a los que están por delante con la energía que les sobra, una vez que gastan algo para vencer su propia inercia. Cada perdigón trasmite al que tiene por delante un poquito menos de lo que él recibe. Pero hay más.
Como los plomos están alojados dentro del cartucho a granel —mejor diríamos a mogollón— cada uno se apoya por delante en dos o tres y, en algunos casos, hasta cuatro secciones de los siguientes. Esto hace que su capacidad de empuje se divida entre todos ellos; pero, además, como seguramente no se habrá apoyado en forma homogénea entre todos, el reparto de energía tendrá la misma falta de homogeneidad. Si a esto le sumamos la desigualdad de peso y forma entre ellos, porque sabemos que no son perfectos, tenemos que el reparto de energía va camino del caos y su agotamiento.
Sea cual sea el diámetro o el número de plomos, nunca se consigue que se ordenen de manera uniforme.
Para agravar la situación, una columna normal de plomos puede medir unos dos centímetros, lo cual significa que cuando los primeros abandonan el cañón han recorrido, y por tanto han sido acelerados, durante dos centímetros menos que los otros. Y peor aún. A los últimos todavía les quedan dos centímetros para recorrer acelerando cada vez más, ya que no tienen el freno por delante de los que ya han salido.
Esta anarquía total y absoluta de velocidad y energía, abriéndose paso a codazos y chocando los unos con los otros, es lo que obliga, sin posibilidad de evitarlo, a la dispersión de los plomos. Más adelante —porque vendrá a cuento— veremos cómo el choke trata de corregir un poco esta situación.
Peso y volumen
Cuando disponemos de 38 gramos de munición del número 4 podemos contar cientos de plomos, pero cuando se trata del 9, la cifra entra en las unidades de millar. Además, la columna se alarga. Lo definimos diciendo: «con la misma carga, cuanto más fina es la munición, mayor número de perdigones hay en cada columna». Pero siempre serán 38 gramos.
De esta forma se reparte la energía de los perdigones.
Esta diferencia de volumen hace que cuanto más pequeña es la munición, mayor es también el número de otras con las que tiene pequeñas superficies de contacto, no sólo por delante, sino también por los flancos. Entonces, si es mayor el número de plomos con los que debe interactuar y discutir, es lógico que también aumenten las turbulencias, las reyertas y, en consecuencia, la dispersión. Hemos encontrado el motivo por el cual en dos cargas del mismo peso, las más finas se abren más.
A medida que se separan, las bolitas de plomo gastan parte de su impulso en desviarse y luchar solas contra la resistencia del aire, y esto les resta velocidad; pero si son más grandes se manifiesta menos este efecto y conservan mejor la energía. Por esto las grandes matan más lejos. Es siempre lo mismo.
Los vectores de fuerza
Paradójicamente, este caos de dispersión se genera a partir de un orden inmutable de las leyes de la Física. Podemos verlo mentalmente si pensamos en las bolas del billar:
Cuando una bola golpea a otra por detrás justo en el medio, la impactada sale hacia adelante; pero si la que viene por detrás le da por el lado derecho, la primera saldrá hacia el lado izquierdo —y al revés, ya que también funciona a la viceversa—. Además, la que sale recorre una flecha imaginaria que parte del centro de la que golpea y pasa por el centro de la impactada. Esta flecha es un vector de fuerza. En el billar podemos predecir hacia dónde se dirigirá la bola impactada porque ésta es perfecta en forma y balance; asimismo, la resistencia del aire es la misma e inmutable en el perímetro de la mesa para las dos. Pero no es necesario explicar que en el vuelo de los perdigones es todo lo contrario.
Así se transmite el movimiento de los plomos.
A estas alturas ya se nos hace evidente que las pruebas a las que nos referimos al principio determinaron que los mejores plomeos se obtienen con columnas cortas (una única bala sólida no se dispersa nada, ¿verdad?), lo que equivale a menos plomos. ésta es la causa de que los cartuchos de plato tengan cargas muy livianas de 24 o 26 gramos. La realidad, le pese a quien le pese, es que para la caza los mejores resultados están entre los 26 y los 32 gramos dependiendo del tipo de munición. Y, lo que es más importante, la carga nominal es la mayor que podemos utilizar con garantía de resultados si usamos perdigones de plomo. Cuando encontraron que disminuyendo el peso se mejoraba el rendimiento, se pusieron a buscar una forma de restituirlo. Una solución parcial fue el choke. Su principio de funcionamiento es el siguiente: cuando la columna avanza por el cañón se encuentra con el agolletamiento del choke que durante un instante ofrece cierta resistencia al avance de la misma. Es como si los primeros en llegar chocaran con un obstáculo —de ahí el nombre de choke—viéndose frenados por un momento. Los de atrás siguen empujando y trasmiten más energía a los primeros, que por fin avanzan con una velocidad ahora más similar entre todos. Podemos imaginar una columna de soldados que avanzan a paso ligero con las manos en los hombros del que va por delante, pero no saben que van hacia un precipicio; cuando el que llega se detiene, el que está por detrás dobla los brazos por el impulso, hasta que al apoyarse con el cuerpo lo hace caer junto con él mismo sin orden ni concierto. (El precipicio es la boca del cañón y el símil de los brazos corresponde a la deformación que sufren los plomos). Pero también aquí hay trampa.
De esta manera el choke trata de corregir la dispersión.
Es obvio que para cualquier carga que consideremos habrá un choke que resulte excesivo y otro que sea escaso; entonces, por fuerza, debe haber uno intermedio que sea el correcto. Pues bien, los fabricantes primero consideran el uso para el que se destinará la escopeta en cuestión y, por tanto, la munición que probablemente se usará; entonces disponen un choke que saben que corrige lo mejor posible la trayectoria con ese grosor de plomos.
El lector interesado puede hacer la prueba con su escopeta y verá que un cañón que tiene marcado como que es de tres estrellas, cambiando el grosor de la munición entre muy gruesa hasta muy fina, desviará su comportamiento oscilando entre cuatro y dos estrellas. Por eso las escopetas finas de encargo indican el choke y la carga de munición.
En definitiva
Cuando se comenzó a sustituir los perdigones de plomo por los llamados de acero (que no lo son) se encontró que debido al menor peso de estos últimos, se podían poner más sin llegar a la carga nominal: esto es lo que motivó la aparición de las vainas magnum. Luego estas vainas se cargaron con plomo por algunos fabricantes que consiguieron aumentar exclusivamente el retroceso, pero en detrimento de todos los otros parámetros. En fin… ¡que hay de todo en la viña del Señor!
La conclusión final es que considerando la pieza que vamos a abatir, debemos elegir la munición más gruesa posible, con el choke indicado y con la carga más ligera.