El monte escribe
Para ser cazador de especies mayores con la enjundia que este nombre conlleva no basta cubrir un puesto con garantía, nunca tan fácil como aparenta por mucho que alguno entienda que se trate de sentarse encima de una piedra y esperar que los jabalíes se presenten entregados con las patas delanteras levantadas.
Es preciso saber interpretar todo cuanto los rastros de los animales nos dicen: amén de entender el lenguaje de los perros cuando levantan y persiguen a la pieza, latir a levante, a agarre, a perdido, a muerto, a rastro… Pero cuando éstos están ausentes el cazador que por tal se tenga debe por sí solo saber leer las huellas de los animales, ininteligibles para los profanos. Hay terrenos que precisan un estudio diferente, el cazador sabe por los rastros qué clase de animal pasó por allí, el día aproximado, el peso, el sexo… Para averiguar todos estos detalles se requiere ciertas deducciones. Si el animal va corriendo marcará toda la pezuña, incluso los espolones si está bajando, lógicamente las pezuñas aparecerán más separadas. Según la textura de la pisada en la tierra se puede deducir si son viejas o frescas. Aquellas significan que el animal pasó por allí la noche anterior o hace pocas horas. En cuanto al tamaño del animal puede adivinarse por el perímetro de la pisada y por la profundidad de la marca, teniendo siempre en cuenta el tipo de terreno. Adivinar por la huella el sexo de un jabalí o un ciervo no es nada fácil. El jabalí macho pisa entre patas un poco más abierto que la hembra. El ciervo marca más las puntas que la hembra. Éstas lógicamente son más pequeñas y mucho más grandes que las del corzo, que lo hace más en cuña parecido al jabalí, pero en pequeño. Es muy corriente que la pisada de un perro grande pueda confundirse con las de un lobo; pero quien se fije bien observará sin dificultad la diferencia. Las huellas del perro tienen los dedos más abiertos que las del lobo, lo que le da un aspecto circular, mientras que las del lobo son más alargadas, porque los dedos medios aparecen más señalados y más juntos. Uno de los rastros más difíciles de seguir es el del lobo, sobre todo cuando marchan varios. Tienen la destreza y sagacidad de saber burlar al más hábil cazador, haciéndoles creer que por donde pasaron cinco o seis lo hizo solo uno; y es que los lobos, obedeciendo a un instinto innato de conservación, marchan uno tras otro pisando sobre las huellas del que antecede. Por algo en el argot cinegético a este astuto y emblemático animal se le denomina como el sabio mudo. Poderoso cazador, excelente estratega y gran marchador, afortunadamente sus poblaciones se están recuperando, y bien, en casi toda la península.