Sostenibilidad o exterminio

El primer fin de semana de octubre en un Observatorio que organizamos en Santiago la Federación Española y la Gallega de Caza, sobre daños, cultivos y caza, hemos planteado, entre otras cuestiones, la necesidad de compartir con el resto de actores beneficiados los inconvenientes que producen las especies cinegéticas.


Es un principio legal que quien se beneficia de algo debe asumir los riesgos que origina. Por respeto al medio y concienciación con la sostenibilidad los cazadores hemos elegido la opción de hacer un aprovechamiento sostenible de recursos naturales: hacer una caza limitada. Los animales no cazados, que son muchos más que los cazados, causan daños que requieren una indispensable solidaridad colectiva si se quieren mantener. En este caso, deben ser asumidos los riesgos entre todos los actores y no sólo a cuenta de los cazadores, como viene siendo costumbre. Si la sociedad quiere mantener el patrimonio biológico y que la caza sea una actividad con desarrollo sostenible y ordenado es imprescindible, ante los daños, la solidaridad de los demás actores que también se benefician de la actividad cinegética. Las especies de caza vivas generan riesgo y pueden causar daños que debemos asumir todos los que nos beneficiamos de ellas. El cazador, el propietario de la tierra y la sociedad en general deben participar en la asunción de ese riesgo. Para hincar el diente a este asunto es necesario estudiar, aunque sea muy por encima, los antecedentes y dar a conocer algunos datos que desconocen los jueces y gran parte de la sociedad y que nos ayuden a analizar este problema con más precisión y justicia. Hasta 1970 ni se tenía sensibilidad con el medio ambiente, ni se contaba con ello. Entonces toda la sociedad consideraba que la naturaleza se tenía que supeditar a las necesidades de todos los actores presentes en el medio natural, algunos esencialmente más corrosivos que los cazadores. La preocupación por la conservación ha sido un sentimiento reciente que se inició en la década de los setenta. No eras moderno si no disponías de esa sensibilidad. Y apareció un nuevo tipo de ciudadano: el ecologista; muy preocupado al principio por hacer ruido y marcar territorio. Hicieron su santo y seña en denunciar todo lo que les parecía que atentaba contra la conservación y una de las actividades más recurrentes fue la caza en general. Es cierto que gracias a ellos se pararon algunas barrabasadas de esta sociedad especulativa e irrespetuosa con el hábitat. Hay que reconocerlo así y también, que gracias a su presión se ha puesto alguna traba a la caza menos racional. Todos los grupos ecologista serios admiten hoy que la caza sostenible es una herramienta imprescindible de gestión. Los cazadores sabemos muy bien lo que yo exponía el mes pasado en la revista FEDERCAZA: si dejáramos de cazar tendrían las administraciones que equiparse de un cuerpo nacional de cazadores, igual que lo tienen de policías o bomberos. El uso irracional de los recursos amenaza al futuro de la humanidad y esto ha hecho saltar la alarma hace unos años. La concienciación medioambiental ha puesto de moda un nuevo concepto: el de desarrollo sostenible. La sostenibilidad es un precepto considerado imprescindible en esta sociedad pues representa la única posibilidad de que esta generación utilice los bienes renovables, como la caza, haciendo un uso prudente de los mismos, sin poner en peligro ni comprometer que las generaciones futuras puedan también satisfacer sus necesidades utilizando esos mismos bienes. Este concepto de la sostenibilidad fue introducido por la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo para salir al paso de la confusión que había entre desarrollo y crecimiento y lo hemos adaptado con gusto y sin ambages en el mundo venatorio. En aras de la sostenibilidad, y por convencimiento, cazamos con planes de ordenación, con cupos limitados, ponemos periodos de veda, regulamos cacerías además de otras cortapisas que nos imponemos los cazadores por criterio propio. Como consecuencia, cazamos cada temporada por debajo de lo que crecen las especies. Los excedentes de animales que dejamos por imperativo de las normas de caza quedan, con nuestro asentimiento, para disfrute de la sociedad que así lo exige. Esta sociedad requiere y tiene derecho a disfrutar de la fauna que debemos dejar viva y no controlada por la caza, decimos todos los que nos consideramos conservacionistas. Es claro que nosotros queremos que se mantenga la caza al final de cada temporada, (procuramos dejar madre) aunque sólo fuera para que no peligre la del año que viene. Y buena prueba es que cada vez hay más caza. Están en crecimiento las poblaciones de todas las especies que causan daños como hemos demostrado en una revista en los meses de junio, octubre y en este de noviembre con los trabajos sobre Tendencias de la caza en los últimos treinta años. La caza mayor se ha multiplicado por seis en treinta años, las liebres se han duplicado en ese periodo y el conejo progresa desde hace diez años. Eso es posible porque cada temporada cazamos por debajo del 20% de los jabalíes, de los venados, incluso de los corzos precaza, y menos del 5% de los rebecos y del 3% de los lobos existentes, según dicen las estadísticas y los técnicos. En caza menor también cazamos menos del 60 % de los conejos y del 50% de las liebres. Todos esos porcentajes son inferiores a los índices de crecimiento de esas especies, como estiman los técnicos, aunque como los cazadores vemos que crecen, es fácil llegar también a esa misma conclusión. Pues vamos al principio del asunto. Todos los que nos beneficiamos de las especies debemos asumir los daños que producen. Los cazadores estaríamos conformes con pagar los daños por el porcentaje que aprovechamos. Pero ese otro 80% de caza mayor y el 50% de caza menor, aproximadamente, que sobrevive no puede serlo a cuenta y riesgo de los cazadores, debe serlo en justicia por sufragio de esta sociedad en general, incluidos nosotros. Si sólo cazamos durante unos meses, por qué respondemos todo el año? El agricultor-ganadero propietario es la victima, pero a su vez es otro de los beneficiarios de que quede caza, pues cobra cada año por ello al renovar los derechos cinegéticos. También se beneficia el pueblo con jornales y consumo de medios y sobre todos se beneficia la sociedad que dispone de un patrimonio faunístico perdurable a disfrutar y que dado lo que genera lo cazado cada año —se estima que actualmente unos seis mil millones de euros— no es aventurado valorar en al menos veinticuatro mil millones de euros lo que queda en la naturaleza como patrimonio faunístico. Pues en este triángulo de actores: propietario dañado, cazador cautivo y administración en representación de la sociedad, hasta ahora sólo hay un pagano que está habituado y dolido. Y contra esta injusticia hay que rebelarse. Esto mismo quise decir en el Observatorio de Santiago.
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