Mis perdices salvajes

La elevada mortandad de perdices rojas silvestres en once cotos de la campiña de Jerez ha provocado la alarma y el temor de que la epizootia pueda expandirse hacia otras provincias. Afortunadamente este problema sanitario prácticamente ha desaparecido, aunque en algunos cotos ha acabado con el cincuenta por ciento de las perdices, con lo cual, para empezar, no van a poder cazarlas esta temporada.


Esta epizootia se ha debido, según los datos facilitados por el Instituto Andaluz de la Caza, a un flavivirus aún no identificado que se ha cebado con perdices ya debilitadas por una altísima infestación de cocidios —parásitos intestinales—. En definitiva, parece ser que en esta zona de la campiña jerezana se han dado, al final del verano, unas circunstancias muy especiales —calor extremo, escasez de alimento y concentración de animales en torno a pocos puntos de agua— que han debilitado a las perdices y han facilitado que virus y parásitos hayan hecho el resto. A perro flaco… También se sospecha que ha podido haber en la zona una repoblación con faisanes que no venían precisamente sanos, pero no está confirmado. En cualquier caso, este nuevo susto ha vuelto a levantar de sus asientos a muchos cazadores que llevan tiempo anunciando el apocalipsis perdicero o gritando a los cuatro vientos que en España apenas quedan ya perdices salvajes, algo que me solivianta porque no es verdad. Ciertamente el número de perdices salvajes es muy inferior al que había en los años 60 y 70, pero de ahí a sentenciar que casi no quedan perdices, va un abismo. Conozco un gran número de cotos en muchos puntos de nuestra geografía que siguen teniendo bastantes perdices salvajes. No son miles los cotos ni las hay como para dar un ojeo, pero sí para divertirse cazándolas en mano o con la jaula, o en ganchitos. La perdiz, por su rusticidad, no es un ave excesivamente caprichosa a la hora vivir y reproducirse, y de hecho, a pesar de las muchas amenazas a las que se enfrenta en tantos lugares, si el año acompaña, es capaz de sacar una buena pollada en cualquier sitio. Sí hay que olvidarse, porque los tiempos han cambiado en todos los sentidos, de que en cualquier coto se pueda fácilmente abatir una perdiz por hectárea, pero sí tener una densidad suficiente como para cazarlas y dejar suficiente madre para que vuelvan a reproducirse el año siguiente. También hay que reconocer que aquellas grandes densidades de antaño eran en cierto modo artificiales pues se conseguían muchas veces exterminando, con todas las de la ley, cualquier predador alado y terrestre que apareciera por el coto, aparte de que la agricultura tradicional era la mejor gestión cinegética que podía tener la perdiz y la caza menor en general. Hoy todo ha cambiado. Aquella agricultura de antaño ha desaparecido sustituida por otra mucho más agesiva. Las siembras han desaparecido de nuestras sierras. El control de predadores tan sólo puede llevarse a cabo contra ciertos animales oportunistas —no todos— y con métodos muchas veces inútiles. El monte crece a sus anchas en toda España al ritmo que lo ha hecho el jabalí, otro de sus peores enemigos. En algunos lugares la presión cinegética es insostenible. Algunas repoblaciones han traído enfermedades y una genética inadecuada. El clima parece que no es el que era. Todo esto es cierto, pero a pesar de todo la perdiz roja silvestre sigue existiendo por toda nuestra geografía y sólo pide un poquito de ayuda. Creo que cualquier cazador sabe qué puede hacer en su coto para aumentar la densidad de perdices: echar de comer, sembrar, quitar monte, reducir los predadores autorizados, poner bebederos o sanear los naturales, y por supuesto no cazarlas hasta no dejar ni la muestra. Otra cosa es que quiera o pueda hacerlo porque, en definitiva, hay que rascarse el bolsillo. También puede pasar que sea el propietario del terreno quien se lo impida, o que éste, el propietario, no quiera dejar de hacer, por dejadez, economía o desconocimiento, algunas cosas que perjudican descaradamente a la patirroja. De todo hay en la viña del Señor y cada cual deberá, si así lo quiere de verdad, encontrar el coto que más se adecúe a sus deseos y recursos. La perdiz, guardando las distancias, es como la fiesta nacional: existirá mientras haya auténticos aficionados, y les aseguro que aún quedan muchos en España que siguen disfrutando con las estratagemas, trucos y otros engaños que les siguen regalando cada temporada miles y miles de perdices salvajes.
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