Los dineros de la conservación

La sociedad demanda bosques, pastos, caza, pesca, manantiales, aire puro, etc. pero nadie quiere pagar nada por ello, y debería de existir una estructura que permitiera la producción, mejora y conservación de la riqueza natural. La estatalización de esta gestión es menos eficaz y dinámica, además de infinitamente más cara. Se dilapidan cantidades ingentes de dinero, que puestas en manos privadas serían muy superiores a las necesarias para obtener una adecuada gestión.


Hace muchos años leí que había sido presentado a la administración por el Dr. José Montoya Oliver un proyecto en el que señalaba que el estado gastaba 10 millones de pesetas por cada pollo de águila imperial que conseguía llegar a volar. Me imagino que si esta cantidad se le asignara por el mismo concepto a cada propietario de una finca particular donde anidasen este tipo de águilas, la situación de la especie sería bastante mejor. Es lo que proponía el Dr. Montoya. ¿Quién va a dejar morir de hambre, o va a dejar que le peguen un tiro a un pollo de éstos, cuando representa esa cantidad de dinero? Pero, como nos contaba el Dr. Montoya, la sociedad no sólo recoge sin ninguna contraprestación estos valores de los recursos naturales, sino que cuando existe un pago es muy reducido en comparación con el precio que se ha de pagar al final de la cadena productiva. El valor añadido se queda fuera y al campo sólo llega el residuo. La madera ve como aumenta su precio final cientos de veces su valor en el monte, y la unidad forrajera (U.F.) consumida en forma de pasto apenas si se valora a un 10 - 15 % de su valor en comparación con la U.F. comercial —la cebada—. El hecho de que estos recursos sean fundamentalmente aprovechados por colectivos totalmente ajenos a su producción, se llama externalidad, y el hecho de que estos colectivos cuando pagan algo a su productor lo hagan con una renta ínfima se llama residualidad. Ambos conceptos son característicos de los bienes naturales. Después, de estas rentas cicateras, hay que detraer los costes de manejo —mano de obra, carburantes, fertilizantes, maquinaria, impuestos, etc.— con lo cual, lo que queda como renta real o neta es ínfimo, y esto constituye el verdadero peligro para la conservación de estos espacios naturales. Por eso conviene resaltar que los recursos naturales renovables no se producen sino que se conservan, los que se dedican a manejarlos producen esencialmente conservación —que es aprovechada por alguien ajeno a ellos: la sociedad (externalidad)—, y unos valores añadidos residuales (residualidad) que quedan en su entorno de origen, por lo que deberían ser pagados más justamente por ello. Hace unos meses se comunicaron conmigo para recabar mis comentarios sobre el borrador del plan por el que se declarará el conejo como especie de interés preferente en Castilla-La Mancha. La lectura de este documento me produjo la misma sensación que ya he experimentado otras veces, porque volví a encontrar las mismas inútiles medidas de siempre. Normalmente, y como dice el texto, se pagarán ayudas a infraestructuras, recuperación de lindazos, cultivos, etc. pero al final lo que ocurre es que no sabes a ciencia cierta si existe presupuesto para ello, tampoco sabes si te va a tocar, y las más de las veces el cumplir todos los trámites administrativos es una labor fuera del alcance de casi todos, por lo que florecen las empresas que al calor de la administración, te avían el asunto con mordidas importantes, por tanto lo que de verdad llega al que se preocupa de que haya conejos es casi nada y casi siempre con ausencia de seguridad en su posible percepción. Como por otro lado el conejo no es una especie que nos interese sólo a los cazadores, sino que toda la sociedad está interesada en que se recupere, dada su función en la cadena trófica de muchas especies en peligro de extinción, creo que la administración debería pagar a los propietarios rurales una cantidad de dinero anualmente en función de la densidad de conejos que cada cual sea capaz de mantener por hectárea y dejarse de tantos líos. Si para mantener los conejos hace falta esto o lo otro ya es cosa del propietario que sabrá como conseguirlo, y si no lo sabe se busca la vida. Lo mismo debería hacerse con las espacies protegidas, porque al final todo el mundo trinca dinero menos el que realmente las mantiene. Si a cada propietario que tiene en su finca águilas imperiales le dieran un tanto al año por cada pollo que saliera adelante, les aseguro que no habría problemas, pero como el dinero se lo llevan todos menos el que debe, así andamos. En toda la sociedad no hay nadie que produzca tanta conservación y riqueza natural como los que gestionan los recursos naturales renovables, y se les pague tan poco por ello. Esta es la razón del abandono de los pueblos y del ambiente rural en general. El problema reside, según los defensores de dejar las cosas como están, en que no se sabe muy bien como valorar esta actividad, como contabilizarla y como pagarla. ¿Cómo se le paga a un propietario de una finca el que los buitres negros puedan prosperar en sus tierras? ¿Cómo se paga la existencia de varios gatos monteses o de un oso a quien tienen que soportar a diario sus daños? Para mí la cuestión no es tan difícil. Habría que elaborar un plan por cada especie en donde se recogieran los requerimientos mínimos para su subsistencia, valorándolos a precio de mercado. Si un gato montés necesita comer cada dos días un conejo, o un buitre una oveja, valorarlo y sumarlo al resto de las medidas como, por ejemplo, la disponibilidad de árboles robustos para nidificar en el caso de las cigüeñas negras. Se contabilizan los gastos anuales y ese es el importe que ha de recibir su cuidador-propietario. Evidentemente habría que aplicar al coste un margen comercial para que el productor obtuviera beneficios. En aquellas comarcas donde el régimen de propiedad fuese fundamentalmente minifundista, o en los casos en que la especie en cuestión tuviese territorios bastante amplios, habría que repartir estos ingresos entre los propietarios implicados, y una buena parte de este dinero se haría llegar en efectivo a todos los vecinos. ¿Qué creen uds. que pensaría un habitante de los Ancares acerca de los lobos, si anualmente recibiera una preciada renta por convivir con ellos? Se haría realidad aquello de considerarles como el hermano lobo, o al menos como un respetabilísimo y noble vecino. Ya sé que el valor subjetivo de una especie en peligro puede ser infinitamente mayor, pero por lo menos su protección a cargo de estos propietarios privados no será lesiva para sus bolsillos, e incluso les haría ganar una renta interesante. Esa es la única manera que yo conozco de que alguien se interese por algo; poniendo dinero por medio. Hasta ahora lo que hemos tenido es palabrería, buenas intenciones, recomendaciones, amenazas, denuncias, ecologismo, ONG’s parásitas, etc. y estamos igual o peor que siempre, porque siempre han de pagar los mismos, y no reciben nada a cambio. Con respetar la vida de nuestras especies en peligro o interesantes para el medio ambiente no cazándolas, no se hace nada, hay que fomentarlas activamente, proveyéndolas de lo necesario para vivir, y eso cuesta dinero. ¿Quién paga?
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