Una tarde de lobos

Hace unos días estuve a cazar un corzo a la provincia de Burgos. Estábamos camuflados entre unas carrascas que conforman un hilo de maleza a lo largo de un arroyo seco que discurre paralelo al cierre de dos montes. Dábamos el aire hacia el monte más pequeño y distante, situado a la izquierda del arrollo. En este lado y hasta ese monte menor había una zona sucia de sardón. A la derecha del arroyo, a lo largo de todo él y hasta el borde del monte grande, había un rastrojo sin paja de unos 100 m de ancho medio.


Vi los pasos de fauna y estaban donde suelen: en el tramo más corto entre las dos manchas de monte, que es por donde las reses menos se destapan. Mi amigo Carlos y yo nos apostamos a unos 25 m del paso, aguas arriba —es un decir—, bastante bien camuflados. Hacia las ocho de la tarde apareció en el rastrojo un lobato de un año (aprox.) que iba decidido a pasar el arroyo lejos de la zona de pasos; pero debió oler al coche, tapado frente a él, o detectar nuestra presencia, porque giró súbito y se tapó de nuevo en el monte. Al poco rato oigo a algún animal que se acerca chascando leña arroyo arriba. Como había intuido, se trataba de un jabalí de unos 60 Kg. «Qué bueno para chorizos» me dijo Carlos para animarme mientras el jabalí se nos echaba encima. No se enteró y eso que estuvo a unos 20 m. Me di cuenta que tenía la cámara en el morral pero cualquier movimiento lo hubiera detectado. Se metió al poco rato en el monte, pero estuvo mucho tiempo cerca pues le oíamos chascar hoja seca, incluso arruar. Pensé en lo de Murphy. Hace unos meses propusimos en el Consejo de Caza de Castilla y León que durante las esperas al corzo (que tienen seis meses de autorización entre unas cosas y otras), no se cace el jabalí hasta su periodo hábil, porque es un descontrol que después se paga en las batidas de invierno donde, a cuenta de los matados en primavera y verano, se da un timo a los monteros, que siguen yendo a las mismas de siempre, pero que ahora se hacían sobre la población, a veces exigua, resultante de los recechos. La situación tiene muchas variables a conjugar, y la medida del consejo habrá sido injusta en ciertos casos, pero la que he descrito es la común en estas tierras de pan llevar. Estaba yo con estas reflexiones y bastante cabreado cuando, algo más largo que antes, vuelve a salir el lobo —¿el mismo?—, que se movió hasta medio rastrojo y se tumbó. Creí que estaba recechando a un conejo que andaba tonteando en el rastrojo, pero no le hizo ni caso. Estuvo tumbado hasta el lubricán (cuando entre dos luces se confunde al lobo con el can) para solaz nuestro, que sabiendo que ya no veríamos un corzo, al menos nos recreábamos observando a un animal tan sublime. Como llevábamos más de media hora viéndole en silencio, nos animamos y estuvimos hablando de él. Sería un cambio de viento, o lo que fuera, el caso es que, de repente se levantó y salió raudo hacia el monte. Ya con poca luz, esperamos el milagro de un corzo, pero al duende no le gusta la gente lobuna y estuvo como suele ser costumbre para mí: ausente. Fue un jornada maravillosa de caza sin hacer un sólo disparo. Un lance inolvidable. Me vine frustrado en mi parte venadora, pero muy satisfecho por lo visto y recordando que la satisfacción está en salir de caza, no en matar al pájaro.
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