Un cambio esperanzador

No sé si será la crisis, las feroces críticas a la caza más tópica —lujo, comodidad, etc.— tras el desliz de Bermejo o simplemente un hartazgo ante tanto trofeísmo y tanta caza artificial y segura, pero el caso es que llevo unos meses barruntando un cambio de ciclo cinegético en la forma y en el fondo.


También puede ser que uno sólo escucha lo que quiere oír o piensa que la mayoría de los cazadores comparte su misma filosofía cinegética. Puede ser, pero asumiendo esta posibilidad, esta vez creo que son ruidos de nueces lo que escucho, no de cáscaras. Hace unos meses, charlando con Fernando Sotomayor sobre la caza, el que fuera director del programa Jara y Sedal, en un momento dado me espetó: «No sé por qué, pero cada día me gusta más la caza libre y salvaje, y sobre todo cazar sin ver nada artificial, ni siquiera bebederos y comederos». Y le confesé que a mí me pasaba lo mismo. Desde entonces —no sé si serán imaginaciones mías— noto en el ambiente cinegético de este país una vuelta atrás, una búsqueda de la esencia, del lance antes que la percha o el trofeo, de la pieza salvaje en detrimento de la criada en cautividad o de esa otra que, siendo salvaje, parece mermada por una excesiva gestión cinegética que hace que no se esfuercen en buscarse la vida. El instinto predador puro siempre se ha enfrentado a una presa huidiza y difícil, y si no pierde el interés. A mi bretón le apasionan los gatos, los persigue con una pasión enfermiza, pero cuando el felino se muestra indiferente, primero parece sorprenderse y a continuación pierde todo interés. Los cazadores humanos, además de instinto, tenemos inteligencia y somos capaces, ante situaciones parecidas, de inventarnos el reto. Los ingleses, por ejemplo, ante sus ojeos de granja, buscan el tiro por la nubes y/o bajan el calibre, aunque siempre será preferible tirar perdices, patos o palomas salvajes con el 12. En España hay signos evidentes de que algo está cambiando. Mucha gente esta descubriendo, o redescubriendo, la caza entre amigos, cazar en cuadrilla. O la caza en soledad, con o sin perro, pero sin guardas, secretarios o prácticos que te digan qué tienes que hacer en cada momento o por dónde encauzar tus pasos. Cada vez hay más cetreros y sobre todo arqueros, pero la mayoría, y ahí está el matiz, se ha pasado del rifle o la escopeta al arco, y no al revés. Recientemente, nuestro redactor Miguel Herrera entrevistó al norteamericano Bob Speegle, que después de cazar todo lo cazable por todo el mundo, se hizo arquero porque, palabras suyas, «a la distancia a la que antes disparaba con el rifle empezaba a cazar con el arco». Dicen que la historia del ser humano es pendular, y en España hemos pasado, en poco tiempo, de cazar mucho y matar poco a cazar poco y matar mucho, y casi todo criado para la ocasión o, y esto, como las empresas fáciles, no colma el corazón del verdadero cazador. La crisis está ayudando sin duda en esta catarsis, aunque sólo sea porque ha espantado a muchos nuevos cazadores que sólo buscaban relacionarse y pavonearse con sus perchas y trofeos en una carrera frenética sin rumbo ni destino. Ahora quedarán los que siempre estuvieron y los que vinieron con verdadera afición. El péndulo vuelve atrás. Vuelve la caza. Vuelve el cazador de sensaciones, que prefiere cazar mucho y partir con el campo, solo o acompañado.
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