Desasosiego del cazador de perdiz con reclamo
En la caza de la perdiz con reclamo además de una pasión hay un soplo de rebeldía. El cuquillero siempre ha tenido problemas de aceptación por practicar esta modalidad controvertida. El deleite para algunos, es motivo de crítica para otros; aunque esto es muy común en el mundo de la caza.
Siempre se ha cuestionado que esta modalidad de caza no era deportiva. No soy pajaritero, pero tampoco renuncio a serlo y dependiendo desde que esquina mires al cazador de perdigón manso, puede que afloren y coincidan algunas condiciones de las requeridas para componer el concepto deportivo. Si, por definición, deporte es: esfuerzo voluntario y agradable, sin recompensa asegurada, es obvio que el reclamista, desde que tiene la función de criador durante todo el año tiene asegurado el placer del esfuerzo voluntario que requiere atender bien a sus pájaros cada día. Además, en determinadas condiciones, el lance requiere otros muchos sacrificios, aunque no valdrían para acreditar su enjundia deportiva, porque el esfuerzo puntual en esta modalidad no es condición necesaria. Lo que sí acredita a la caza con reclamo es que se practica sin recompensa asegurada, como exige la deportividad, pues los pares en muchas ocasiones no contestan y, en cualquier caso, no puedes asegurar nunca que entren en la plaza. Y aunque entren, no tienes certeza de captura. También se critica que en el embeleso de un lance amoroso, el jaulero aprovecha para tronar al pájaro. Decía que hay una parte de rebeldía contra la incomprensión entre los fieles al cuco, porque viene de largo lo de encontrarse con impedimentos y prohibiciones, que ahora se rematan con la célebre Ley 42/2007 de P. N. y Biodiversidad que, contra lo que algunos pudieran creerse, permite la caza de perdiz con reclamo, pero fuera de la época de celo. Ya a finales del siglo XIV la caza de altanería, que era un privilegio para nobles y gentilhombres, condicionó que se prohibiera el reclamo y la caza en época de cría, fortuna o nieve, por una ordenanza de Enrique III, el doliente, Rey que construyó en 1405 el Palacio del Pardo. La ordenanza referida fue refrendada con la Pragmática de 11 de marzo del Príncipe Felipe, que remachó con otra segunda firmada en Toledo ya como Felipe II, prohibiendo la caza con reclamo y lazos y recordando todas las prohibiciones anteriores. Las penas eran de miles de maravedíes e incluso el destierro. No fueron a mejor los cuquilleros con los tiempos modernos, la Ley de caza 1902, prohibió su práctica excepto para el propietario y era excesivamente rigurosa en cuanto a documentos a presentar para la autorización. De la rebeldía contra leyes contrarias a esta modalidad de caza son muy ilustrativos los libros escritos en esos años siguientes a la publicación de esa Ley por tres prohombres del estado español partidarios del cuco: Manuel Moriano, Diego Pequeño y Gerardo Fraile, manifestando su desobediencia civil a la Ley, en defensa de algo más que una especialidad de caza. Estamos hablando de un Coronel de Estado Mayor, del Director del Consejo Superior de Agricultura y nada menos que Gobernador Civil y de otro militar que reflejaron en aquellos textos su condición de rebeldes contra una Ley, que alguna de esas autoridades era el responsable de hacer cumplir. Estamos pues ante una práctica de caza que apasiona y a la que ningún aficionado de trapío está dispuesto a renunciar. Como demuestran las referencias sobre esos tres jauleros de postín, la liturgia del reclamo hace perder las formas, incluso a personas muy ponderadas dispuestas a declararse por escrito amantes de un culto prohibido. Y eso es así porque los cazadores de reclamo nunca se arredraron ya que para los amantes acérrimos de este arte no hay más leyes que las naturales, ni autoridades, ni cotos; únicamente una ilusión: el pájaro. El jaulero bueno debe pensar en positivo, tiene que ser un cazador de mente escapista. Decía que la Ley 42/2007 de Biodiversidad, en vigor, prohíbe con carácter general el ejercicio de la caza de aves durante la época de celo y tipifica la sanción que puede llegar a los 5.000 euros. Por esto, uno de los proyectos que ha puesto en marcha FEDENCA, a petición de la Federación Andaluza de Caza, es El estudio etológico y de los niveles hormonales de la perdiz roja en el inicio de la puesta que intenta discernir y concretar científicamente la época de celo. La Comisión europea, que regula la Directiva 79/409, de aves, fija el periodo de reproducción de la perdiz roja en España desde el 1 de abril al 10 de septiembre. El celo es previo. Ya veremos lo que sale del estudio, para que sepamos a qué atenernos. Hay una costumbre atávica, que no se quita a muchos de los cazadores con reclamo macho, de llamar a la modalidad: caza de perdiz en celo. Celo es el periodo en que los irracionales experimentan un impulso sexual que finaliza con el apareamiento de la pareja. Otra cosa es la etapa en que los cazadores con perdigón manso cazan la perdiz con reclamo que, según intenta comprobar científicamente nuestro estudio, consideramos que es una etapa anterior, de aislamiento de las parejas y de elección de territorio, que se produce con la disgregación de los bandos invernales y previamente al celo, según estimo. El proyecto, que comenzó en su fase operativa en enero de 2008 y durará dos años más, consiste en hacer un seguimiento diario, desde el mes de enero, a veinte parejas en semilibertad, a las que se sigue con cámaras constantemente para grabar sus movimientos en tramos horarios diferentes y a las que se saca la sangre cada 15 días para conocer los niveles hormonales y deducir los que determinan la época de celo, en la que no se permite cazar la perdiz roja. El proyecto se dirige por el Dr. Francisco C. Fuentes García, del departamento de producción animal de la Universidad de Murcia. Lo que no me gusta de la caza con reclamo macho es el esperpento cinegético que denuncia con su ágil pluma Eduardo Coca Vita, Apología de la perdiz silvestre, en el capítulo dedicado al cuco, Reclamo de granja: El Canto de las bastardas. Dice Eduardo, después de definir el espectáculo con sabia maestría: «Nada que reclamar tendrá el ‘reclamista’ pues tantas quiera y pague tantas tendrá a sus pies, suministradas por el fabricante y puestas en el tiradero por el transportista. Luego, cuando salga a colación el asunto de la legalidad de la caza de la perdiz con reclamo, pondrán el grito en el cielo todos —propietario, ‘reclamista’ granjero y camionero—, en apoyo de la tradición, la historia, la cultura y hasta el arte que envuelve una manera de cazar en una parte importante de España…». Algo denunció también sobre ese bastardeo el que suscribe. Escribí en FEDERCAZA, marzo de 2005, ‘Cazar en Torozos’: «Peor es para la perdiz lo que está ocurriendo en la caza con reclamo, siempre tan apasionante, aunque servidor no la practique. ¿Cómo vamos a hablar de caza tradicional —es una ofensa para quienes históricamente han practicado un arte de caza que raya en lo mágico—, si se trata del moderno reclamo sobre perdices mansuetas de granja? ¿Dónde están esos meses de familiaridad y amor recíproco cuquillero-perdigón, que es esencial en la liturgia de esa caza? Ven al pájaro por primera vez la mañana del traqueo ¿Dónde está la dificultad para que reaccione el campo, si lo soltado ha sido encelado con luz artificial? Entregan, además de pájaro, sayuela y pertrechos, escopeta, cartuchos y todo lo que has de menester…». A los espectadores del lance que miramos con buenos ojos a la jaula nos atemoriza iniciarnos porque son evidentes los síntomas de que la picadilla engancha al cazador como pocas pasiones. Algunos veteranos ya no estamos para aumentar pasiones, sino más bien para amortiguarlas. El que suscribe nunca estuvo en el tollo embelesándose con la capacidad de seducción del perdigón manso y sólo me asomo a la plaza desde la tronera de lo escrito sobre el pájaro perdiz, que es bastante y todo un síntoma. Estamos ante una caza que apasiona y además ha creado una enorme pedagogía. Presiento que no tardaré mucho en quitar alguna sayuela al alba…